«LOS INVISIBLES» por Remedios Sánchez

Acabo escribiendo este artículo, a veces un poco antes, otras un poco después, todos los años. Es, con mucha diferencia, el que más me molesta trazar porque me obliga a referirme a los nadies, a esas personas que nunca vemos habitando las aceras, los soportales, con mucha suerte durmiendo alguna vez en la zona del cajero automático de un banco.

Precisamente de uno de esos a los que les salva la cara el gobierno de turno en cualquier país autodenominado decente. Pero es que no somos decentes, somos unos cínicos porque no nos percatamos, por ejemplo, de que en España hay más de cuarenta mil personas que viven al raso, en la calle, sin nada. Pasamos a su lado y ni los vemos porque su pobreza los hace transparentes con nuestras gafas de clase media económica.

Otro borracho, una drogadicta, seguro que no está bien de la cabeza, esa anciana que no sabe administrarse y gasta lo que no tiene, estos asociales qué no quieren ayuda y que, encima, no quieren trabajar… todas estas estupideces se oyen cuando en Granada nos ha alcanzado este frío intenso del febrerillo loco. Alguno se acerca y solicita unas monedas para desayunar, un café en el bar de al lado; a mediodía, un bocadillo si es posible. No reciben ni respuesta a pesar de que jamás he oído a nadie solicitarlo sin una cortesía absoluta; la ciudadanía respetable, la de abrigo largo y bufanda de trescientos euros, mira para otro lado y acelera el paso al ritmo del reloj escudándose en la prisa, como si no fuera con ellos. Como mucho, hay quien lanza unos céntimos a la cesta por aquello de limpiar su conciencia, como si con eso hubiera hecho la buena obra de la semana.

Lo que es inconcebible es que se acerquen, den los buenos días y, si no pueden pararse un minuto, que entreguen en la mano lo que cada cual pueda con una sonrisa, mirando a los ojos como muestra de respeto. Será que es exigirles demasiado a los consumistas de cada día, a los que han perdido cualquier rasgo de humanidad que alguna vez les enseñaran. No se han dado cuenta aún de que cualquiera de nosotros puede estar en una situación similar a poco que el destino o la fortuna te dé la espalda quince minutos. De mirar desde arriba a estar sentado abajo con un cartel junto a las rodillas, no hay más que un suspiro, el tiempo justo que tardamos en tener un revés del que no puede uno levantarte. Una depresión que es un pozo hondo y oscuro desde donde no se ve la salida, un accidente que te mata por dentro o te cercena, una muerte inesperada que te deja en shock, perder el empleo y no poder pagar la hipoteca, la soledad en esta sociedad individualista que conduce al desamparo son posibilidades factibles, una lotería para la que cualquiera tiene una papeleta sin necesidad de comprarla. Por eso convendría, aparte de exigir a las instituciones que apliquen medidas de apoyo más eficaces, que empecemos por reeducar nuestra mirada y nuestra actitud, que volvamos a pensar y a ejercer de seres con alma. Mientras tanto, ellos seguirán viviendo en la injusticia y en la miseria, sí; pero los responsables del fracaso colectivo social en este país, los verdaderamente miserables, somos nosotros.

FOTO: https://www.archisevilla.org/los-sin-techo-la-voz-de-la-conciencia/

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