Protocolos de contaminación, muertes por polución y ‘limpiar’ el aire con plantas…
3 marzo 2024Consultorio 23º de Maldito Clima, especial ‘respirar en la ciudad’
Respirar es una acción automática (lo hacemos sin pensar, aunque seguro que al leer esto sí has empezado a pensar en ello, ¿a que sí?) de la que depende nuestra salud. A pesar de su importancia, muchas personas viven en entornos con mala calidad del aire, como las ciudades, y están expuestas a episodios de contaminación recurrentes. Por todo esto, dedicamos un consultorio de Maldito Clima al aire urbano, con datos, medidas y posibles soluciones para respirar mejor.
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¿Cuántas muertes se producen al año por contaminación atmosférica y cómo lo sabemos?
Más de seis millones de personas mueren cada año en el mundo por contaminación del aire, según diferentes análisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Estudio de la Carga Mundial de la Morbilidad (GBD, siglas en inglés) y otros trabajos científicos. El 99% de la población del planeta respira aire considerado no saludable por la OMS. Sin embargo, la Clasificación Internacional de Enfermedades no recoge “contaminación del aire” como causa de muerte. ¿Cómo sabemos entonces cuántas personas mueren cada año por contaminación? ¿Y cuántas son exactamente?
Estas cifras son estimaciones no registros como se hace en las estadísticas de mortalidad del Instituto Nacional de Estadística. Cada una de ellas tiene su metodología, pero todas se construyen con la evidencia científica disponible sobre exponerse a contaminantes (partículas microscópicas, monóxido de carbono, ozono, etc.) y el aumento del riesgo de enfermedades (respiratorias, cardiovasculares, infartos, ictus, cáncer, etc.), así como los registros de mortalidad. En resumen, estas estimaciones consideran que mueren entre 6,7 y 8,8 millones de personas al año por contaminación del aire.
El análisis de este tema que hace la OMS, uno de los más citados a nivel global, se calcula combinando información sobre cuánto aumenta el riesgo de sufrir enfermedades tras la exposición a un contaminante y cómo de extendido está ese contaminante entre la población. Con estos datos, se obtiene la llamada fracción atribuible a la población, un indicador que nos dice cuántos casos de una enfermedad se pueden vincular al contaminante. Si tenemos el registro de mortalidad por enfermedades de un país y tenemos sus datos de calidad del aire, podemos estimar qué fracción de esas muertes se deben a la contaminación atmosférica. El GBD también usa la fracción atribuible a la población, con ligeros cambios de metodología.
Otros estudios acuden a modelos climáticos y los combinan con la evidencia de riesgo de enfermedad. Lo que hacen estos trabajos es recrear las condiciones de circulación atmosférica de los contaminantes según diferentes escenarios (por ejemplo, uno ‘ideal’, con la contaminación bajo mínimos, otro con proyecciones de cuánto emitirán los países en 2030) para obtener cuánta concentración de contaminantes habría en esos escenarios. Junto con esa evidencia de riesgo, se estima cuántas vidas se habrían salvado si los niveles de contaminación fueran más bajos, o cuántas personas fallecerían por contaminación en esos niveles.
Otras diferencias metodológicas son qué enfermedades analiza cada institución, en qué contaminantes se centra el trabajo, cómo de sólidos son los registros de mortalidad de la región que se analiza, qué fuentes de contaminación se consideran… etcétera.
Es importante destacar que la estimación de muertes no es el dato completo de los efectos que tiene la contaminación en la salud. Como recuerda el Grupo de Investigación en Cambio Climático, Salud y Medioambiente Urbano (GISMAU), la mortalidad atribuible es “sólo el pico de una pirámide”, hay numerosos efectos adversos que no tienen por qué causar la muerte, pero que reducen la calidad de vida, los años de vida y pueden empeorar otras enfermedades crónicas o letales.
¿Qué ciudades españolas tienen protocolos por episodios de contaminación?
En España, la ley de calidad del aire obliga a los municipios de más de 100.000 habitantes a tener un protocolo de acción frente a episodios de mala calidad del aire. De las 65 ciudades que cumplen estas características, al menos 37 cumplen con la normativa y otras dos están elaborando su protocolo, según un análisis de Maldita.es a partir de los datos recogidos por Ecologistas en Acción y consultas a los propios ayuntamientos, actualizado a 23 de febrero de 2024. Las aglomeraciones (las áreas urbanas con más de 250.000) también deben cumplir con esta ley.
Un protocolo frente a episodios de mala calidad del aire, que legalmente se llama plan de acción a corto plazo, es un conjunto de medidas cuyo objetivo es evitar que se superen unos umbrales de contaminación del aire establecidos por directivas europeas y nacionales (la Directiva 2008/50/CE y el Real Decreto 102/2011).
La principal diferencia con los planes de mejora de la calidad del aire es que estos últimos son estructurales, para reducir la contaminación de manera continuada en el tiempo, explica el informe sobre protocolos de contaminación que elabora Ecologistas en Acción. Los planes de acción a corto plazo, como su propio nombre indica, están pensados para recoger medidas inmediatas y puntuales que permitan a las comunidades autónomas reducir rápidamente la contaminación cuando exista el riesgo de superar los umbrales de alerta, por ejemplo limitar el tráfico
Algunas ciudades, como Las Palmas de Gran Canaria –una de las 37 ciudades que cuentan con un plan de acción– tienen en realidad una ordenanza municipal que se estableció en base a la primera normativa española de contaminación atmosférica. Es decir, no tienen un protocolo actualizado pero sí cuentan con un plan de acción ante situaciones de emergencia.
En otras, como las ciudades de Asturias o Galicia, el plan de actuación lo establece el Gobierno autonómico. En el caso de Asturias el protocolo afecta a las ciudades de Oviedo y Gijón, pero también incluye las zonas de Avilés y Cuencas. Y entre los que aún no cuentan con un plan de acción a corto plazo hay algunos que ya están planteando su elaboración, como el ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.
¿El aire de las ciudades con más vegetación está más limpio?
Es lógico pensar que las zonas verdes de una ciudad son como ‘pulmones’ urbanos donde se ‘limpia’ el aire. ¿Funcionan realmente así? Por lo general, sí: las plantas ayudan a mejorar la calidad del aire porque absorben gases nocivos y contaminantes y pueden reducir la concentración de partículas en suspensión. Pero también puede hacer un efecto ‘barrera’, reteniendo la contaminación en algunas zonas. Además, los gases contaminantes que emiten los vehículos de combustión reaccionan con gases que libera la vegetación de forma natural y, al interaccionar con la luz solar, generan otros gases dañinos, como el ozono.
Rocío Alonso, ecotoxicóloga de la contaminación atmosférica en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medio Ambientales y Tecnológicas (CIEMAT) y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, explica que el efecto de la plantas en la calidad del aire depende de dónde estén las fuentes emisoras. Si las plantas están apartadas de las fuentes, como un parque que no tiene mucho tráfico, “esta vegetación supone una mejora de la calidad del aire”.
Las plantas pueden absorber gases contaminantes, como el monóxido de carbono (CO), el ozono (O3), el dióxido de azufre (SO2) y los óxidos de nitrógeno (NOX), a través de sus estomas, unos poros minúsculos en las hojas que las plantas usan para intercambiar gases durante la fotosíntesis. También pueden reducir la cantidad de partículas en suspensión (PM) gracias a que las hojas son una superficie de contacto con el aire donde los contaminantes se pueden depositar, lo que se conoce como deposición seca: “Las plantas retiran las PM del aire y bajan sus concentraciones”, resume Alonso.
“Por eso es muy bueno poner vegetación en parques infantiles, patios de colegio, residencias de ancianos, alrededores de hospitales… porque mejora la calidad del aire, además de los otros muchos beneficios de la vegetación urbana”, precisa la experta. Esos otros impactos positivos son la mejora de la salud mental, la mitigación del calor y el aumento de la biodiversidad.
En cambio, Alonso precisa que si la zona verde tiene fuentes de contaminación, como una calle con árboles situada en una zona de mucho tráfico, la vegetación puede hacer de ‘efecto barrera’ y “no dejar que la calle se ventile bien”. Esto conlleva que los gases contaminantes y las partículas “se queden atrapados y empeore la calidad del aire que respira la gente que va por la calle”. Este ‘efecto barrera’ no es siempre negativo, pues al mismo tiempo protege otras zonas de esa misma contaminación. Algo que se logra, por ejemplo, “al colocar setos que separan el tráfico de zonas de juego infantiles o zonas deportivas”.
María Teresa Baeza, doctora en Química especializada en contaminación atmosférica y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, agrega que las plantas también liberan de forma natural unos gases contaminantes, los compuestos orgánicos volátiles. Si estos compuestos se combinan con los NOX producidos por la combustión a altas temperaturas (como en los motores gasolina o diésel) y con la luz solar, “pueden originar contaminantes muy dañinos para la salud, como es el ozono”, explica.
En definitiva, la vegetación puede ser una aliada ante el problema de la calidad del aire de las ciudades. “Pero sólo con plantar muchos árboles no se va a solucionar, hay que disminuir las emisiones, que en el caso de Europa están generalmente ligadas al tráfico”.
¿Cuándo es mejor ventilar la casa para que entre menos aire contaminado?
La contaminación del aire entra en nuestras casas cuando ventilamos: si el aire del exterior está contaminado y abrimos las ventanas, se mezcla con el del interior. Pero no ventilar tampoco significa que la polución se quede fuera, como advierte la doctora en Química y profesora de la Universidad de Castilla la Mancha, María Teresa Baeza Romero.
De hecho, Baeza señala que es muy importante hacerlo y lo define como “uno de los factores críticos en el mantenimiento de viviendas saludables”. Al hacerlo, dejamos salir los contaminantes específicos que se generan en el interior de nuestros hogares derivados, por ejemplo, del uso de productos químicos para la limpieza, del cocinado de alimentos o residuos de la propia respiración humana durante enfermedades infecciosas.
Lo que aconseja la ecotoxicóloga de la contaminación atmosférica en el CIEMAT Rocío Alonso es ventilar en los momentos del día en que las concentraciones de contaminantes en el exterior son más bajas. En el caso de Madrid, por ejemplo, los picos de contaminación (de NO2) se dan por la mañana, a la hora punta de entrar a trabajar, por eso en invierno recomiendan ventilar a mediodía. Sin embargo, en verano hay un aumento al mediodía de otro contaminante (ozono, O3) que unido a las altas temperaturas hace que sea mejor ventilar por la noche o temprano por la mañana.
Son unos tiempos que permiten además no comprometer la eficiencia energética de nuestra vivienda, como señala el químico y especialista en sostenibilidad Miguel Ángel Muñecas, otro maldito que nos ha prestado sus superpoderes. Aquí explicamos cómo consultar la calidad del aire del municipio en el que vives en tiempo real.
“Sólo es recomendable dejar de ventilar cuando así lo recomienden las autoridades sanitarias por episodios críticos como incendios o vertidos accidentales”, añade Miriam Catalá, investigadora del Instituto de Investigación en Cambio Global y profesora en la Universidad Rey Juan Carlos.
En este artículo han colaborado con sus superpoderes los malditos María Teresa Baeza, Rocío Alonso, Miguel Ángel Muñecas, Myriam Catalá y Francesc Xavier Giménez.
Baeza, Alonso y Catalá forman parte de Superpoderosas, un proyecto de Maldita.es que busca aumentar la presencia de científicas y expertas en el discurso público a través de la colaboración en la lucha contra la desinformación.
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