23 noviembre 2024

«PACO GIL CRAVIOTTO» por Remedios Sánchez

Lo mismo que hay semanas en que la escritura permite alejarse del corazón y sumergirse en el tráfago de la actualidad, de esta política-ficción que habitamos, hay otras en que las circunstancias se complican y obligan a desvelar los afectos que se guardan en el espejo particular del tiempo que es la memoria.

Y hoy la memoria de muchos es un cristal de agua limpia que desborda los ojos; viene a reflejar el perfil de una pérdida más, la de Paco Gil Craviotto, el último intelectual de una Granada que ya desaparece, precisamente cuando la primavera tarda machadiana ha llegado a la ciudad. Paco se ha comportado como aquel José María Palacio del poema machadiano, a quien don Antonio pedía que cuidase la tierra, el recóndito lugar soriano de la tumba de su Leonor, entre cigüeñas, sementeras y trigales. “Palacio, buen amigo, / ¿está la primavera/vistiendo ya las ramas de los chopos/del río y los caminos? En la estepa//del alto Duero, primavera tarda, /¡pero es tan bella y dulce cuando llega!”. Traigo de memoria estos versos porque aunque se anuncie primavera dulce, Paco, el Gil Craviotto protector de leales aprecios y verdades, se nos ha ido discretamente, con la elegancia de quien nunca quiso interrumpir, y con él se cierra una generación de creadores (Paco Izquierdo, Claudio Sánchez Muros, Antonio Gallego Morell, Emilio de Santiago, Juan de Loxa, Pepe Ladrón de Guevara, Julio Alfredo Egea, Mariluz Escribano, Dolores Montijano…) que no puede remedarse porque son irrepetibles. Cada vez que se nos ha marchado uno se ha producido un aldabonazo, una alerta de campanas en el aire frío de la amanecida, un golpe brusco en el pecho que nos ha dejado noqueados, sin más fuerza que la requerida para lamentarse hondamente ante lo irremediable.  

Paco, tan discreto siempre, el lector de Voltaire, de Stendhal o de Mirabeau, el valedor del excelente novelista almeriense Agustín Gómez Arcos, era la memoria completa de la vida cultural de una ciudad en blanco y negro que, progresivamente ha tratado de tomar color, aunque haya fracasado en sus intentos a veces porque hay quien anda presto con la daga veneciana escondida en la manga. Su Granada, la Granada de la que ha sido parte imprescindible en sus facetas múltiples de periodista, narrador, crítico literario, biógrafo o ensayista era otra, más rica en matices y hermandades, tan poliédrica y comprometida con un futuro de esplendor que, por momentos, parece imposible alcanzarla. Parece que falta más altura de miras y esa integridad ética indesmayable. Pero, hasta el viernes y durante décadas, el polígrafo Gil Craviotto andaba cerca, haciendo un trabajo impecable en pro de las letras, ejerciendo de pacificador de egos, dispuesto a dar el protagonismo a otros, a ceder su silla al recién llegado aunque eso le supusiera quedarse de pie. Cuánta inteligencia emocional acumulaba tras cada palabra bien pensada antes de decirla, qué ejemplo el suyo para imitarlo debidamente nosotros. Y ahora que no está, lo echaremos en falta con su bastón, su gorra y su paciencia sonriente; mientras, él, libre ya, rondará como los ruiseñores ultimísimos las orillas del Sena, será un mirlo bebiendo del Genil o volará alto, hasta su Turón natal, por observar mejor las estrellas en verano.  Adiós, Paco, amigo. Que una tierra plena de amapolas, retamas y violetas acune tus sueños. Salud y república, como tú decías.

FOTO: Ideal en clase