Quienes tuvieron la suerte de conocerle le recordaban caminando deprisa, enérgico, apurado, siempre con inmensa premura. Iba y venía eléctrico, nervioso.

Hay quien cariñosamente le recuerda con perfil de caudillo otomano o como un forzudo de circo. Su aspecto era rudo, fibroso, ojos vivarachos, bigote poblado, cabeza prominente donde antaño abundó pelo oscuro hogaño, sustituido por una extensa calva rojiza sobre la que, cuando la timidez le asaltaba, frotaba sus toscas manos.

Su presencia era amedrentadora, pero detrás de esa fachada se escondía una persona cercana, próxima, entrañable, humilde, honesta y leal. Todo un modelo de integridad.

José Hierro del Real, fue uno de los mejores poetas contemporáneos que hemos disfrutado en España. También crítico de arte y académico de la Real Academia de la Lengua. Aseguraba según sus propias palabras que, para él, “ser poeta consiste en comerciar con tu propio corazón. El poeta debe trasplantar su propio corazón al papel para que los seres que lo lean puedan recogerlo.”

Entendía que la poesía en  particular y la literatura en general, nace para ser compartida. Es por ello que dedicó gran parte de su vida a la difusión de su obra y con gran generosidad la de compañeros autores y autoras coetáneos.

Pepe, como le conocían en su entorno más cercano, nació tal día como hoy, 3 de abril, pero del año 1922. Lo hizo en el Madrid castizo de la calle Andrés Borrego. A los dos años, junto a su familia, se traslada a vivir a Santander. A los
doce, recibe su primer premio literario en el Ateneo de Santander. A los catorce, estalla la cruenta Guerra Civil. A los quince, recae sobre sus hombros la responsabilidad impuesta de ser cabeza de familia, pues su padre es encarcelado
cuando las tropas franquistas ocupan la ciudad. A los diecisiete, es detenido acusado de pertenecer a una  organización clandestina de ayuda a los presos políticos. Resulta condenado a doce años y un día, por auxilio a la rebelión y comienza su cautiverio recorriendo varias cárceles en los cuatro años que le mantuvieron preso.

Escribió mucha poesía durante su tiempo de reclusión. Leía y recitaba a sus compañeros, tanto sus propias creaciones, como la de autores contemporáneos. De esta forma, aliviaba su alma y la de sus camaradas, llevando sus mentes a viajar por ese universo paralelo al que traslada las palabras ordenadas en exquisita armonía, a ese universo paralelo al que traslada la poesía.

Cuando menos curioso, resulta el hecho que ninguno de los poemas creados en este trascurso de su vida aludían a las circunstancias que estaban atravesando. Todas eran creaciones que invitaban a la evasión, a la desconexión de la trágica realidad que les tocaba vivir.

Años más tarde, si hubo lugar para, tímidamente, asomarse a los recuerdos, emociones y experiencias vividas en los años de cautiverio. Publicó poemas como Canción de cuna para dormir a un preso, donde nos regala versos como:

(…) La noche es amplia, duerme, amigo, / mi amigo, ea… // La noche es bella, está desnuda, / no tiene límites ni rejas. (…).

Otro ejemplo es el poema titulado Los andaluces, donde recuerda su experiencia a su paso por las cárceles de Ocaña,
Burgos y el Dueso donde estuvo acompañado por gentes provenientes de nuestra tierra, gentes de extrema humildad y sencillez, presos de Andalucía.

José Hierro hizo una poesía construida por palabras sencillas ordenadas en cadenciosa armonía sonora. Sus poemas son recuerdos, son instantes, son emoción trasladada al papel formando una estructura que hace viajar al lector a sus propias vivencias. Durante toda su obra se denota sentido de frustración por todos los que quedaron en el camino, por todo lo sufrido, por todo lo perdido, y a su vez emerge en sentido de la alegría, de celebrar por todos aquellos que siguieron vivos.

Es esta última reflexión la que me trae a la memoria las palabras de Antonio Machado:
«Para los estrategas, para los políticos, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro. Quizá la hemos ganado.»

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, me veo en la obligación de retirar ese adverbio que Machado nos dejó como espacio para la duda. De eliminar ese quizá y de afirmar que humanamente vencimos y que por todos ellos y ellas debemos cuidar el legado de la memoria. Gracias a poetas como Machado o quien hoy nos ocupa, José Hierro,  tenemos la oportunidad de hacer eternos a través de la memoria a quienes se intentó con violencia eliminar de nuestra historia.

Termino con uno de los versos que más invita a la reflexión de tantos como tiene José Hierro en lo extenso de su obra:

Llegué por el dolor a la alegría
Supe por el dolor que el alma existe
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

Imágenes sacadas de la web de la Fundación de Poesía José Hierro:
https://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php

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