Un día, mi madre me sorprendió ante el espejo del armario de su dormitorio con el huevo de madera que ella utiliza para cosernos los calcetines a modo de micrófono. Estaba cantando ‘Popotitos’, de Miguel Ríos.

Era lo que se escuchaba todos los días en la radio. Por aquel entonces, él ya era mi referente musical, y hoy lo sigue siendo. La banda sonora de mi vida son sus canciones;para cada una de mis etapas, tengo una o varias. Solo me saca nueve años, pero en casa siempre fue como de la familia, hasta el punto de que todos le llamamos Miguel, simplemente, y sabemos de quién estamos hablando.

Miguel nació en el perímetro de Cervezas Alhambra, en Granada capital, en una familia muy numerosa que se había mudado desde Chauchina para salir adelante. Cuando terminó su formación, este alumno de los Salesianos se puso a echar una mano en casa. Sin embargo, su vocación estaba clara desde que descubrió a Elvis Presley, quien lo inspiraría a volcarse definitivamente hacia una carrera musical. Al respecto, Ríos comentaría tiempo después: «Su música me ayudó a tomar el tren de medianoche que cambiaría mi vida. Durante años, Elvis fue Dios y yo quise ser su profeta».

Por aquellos años, mi abuela solía llevarme al salón de actos de EAJ16, Radio Granada, para que pudiera ver la radio en directo, como ‘Los Jueves Infantiles’, con el maestro Novis al piano, donde se les daba una oportunidad a niños y niñas que quisieran ser cantantes. También me llevaba a ‘Alegría en Las Ondas’, con Pepe del Real y Mercedes Domenech, donde se la daban a los más mayores, con su cuadro de actores y la Zarzuela en directo, junto a la copla o la canción melódica, que se decía entonces.

Los principios

Acompañado de un grupo de amigos, Miguel se presentó al concurso ‘Cenicienta 60’, de Radio Granada, para el que interpretó ‘You Are My Destiny’ (Tú eres mi destino), de Paul Anka. Y ganó. Con el permiso materno –ya que su padre había muerto unos meses antes–, se trasladó a Madrid en 1960, cuando solo contaba dieciséis años, de la mano de un cazatalentos.

Tras una primera etapa de apuros económicos, el 2 de enero de 1962, día de La Toma en Granada, grabó con la compañía Polygram sus cuatro primeras canciones para un EP, trabajo por el que cobró 3.000 pesetas. Por entonces, se decía que el rock and roll había muerto y que lo que triunfaría sería el twist, por lo que, deseoso de grabar a toda costa, accedió a ser bautizado comercialmente como ‘Mike Ríos, el Rey del Twist’, nombre que dio título a esa primera grabación y con el que se haría popular durante la primera mitad de los años sesenta.

En 1963, comienza a participar en las ‘Matinales del Price’, galas de música juvenil celebradas los sábados por la mañana en el Circo Price;publica un nuevo EP con Los Relámpagos y otros dos ya sin el grupo. Para entonces, seguíamos su trayectoria gracias a una antena de gusanillo que clavamos a lo largo de todo el salón, sintonizando ‘Marconi’, Radio Madrid, en la vieja radio de válvulas.

En 1964, graba sus dos últimos trabajos como Mike Ríos. En el primero de ellos, acompañado por el grupo Los Sonor, se incluye ‘Oh, mi señor’ (‘O mío signore’, de Mogol, Vianello y Mapel). Para la grabación del tercer trabajo de ese año, recupera, por fin, su nombre auténtico. En este disco, se incluye el tema ‘Serenata bajo el sol’, escrito por Waldo de los Ríos y para el que vuelven a acompañarle Los Relámpagos. El tema se incluiría al año siguiente en su primera incursión en el cine, ‘Dos chicas locas, locas’. Durante ese 1965, graba otros dos EP, en el segundo de los cuales se incluye ‘Melodía encadenada’, versión del ‘Unchained Melody’ de Alex North, y ‘Ayer’, versión del ‘Yesterday’ de The Beatles.

Ya no hay vuelta atrás

En 1966, Miguel abandona la discográfica Philips y firma contrato con la española Sonoplay. Con la misma grabará ese año varios temas originales en los que, además, comienza a colaborar a la hora de escribir las letras. El año que Massiel gana Eurovisión –de cuyo padre Miguel puede contar innumerables anécdotas– ficha por Hispavox. Su primer sencillo con la nueva discográfica es un gran éxito, con dos temas que se convierten en clásicos de su carrera como son ‘El río’, de Fernando Arbex, y ‘Vuelvo a Granada’, un homenaje a su ciudad natal escrito por el propio Miguel.

No obstante, es al año siguiente cuando graba el que sería el mayor éxito de toda su carrera, el ‘Himno a la alegría’, una adaptación del último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven arreglada y dirigida por el argentino Waldo de los Ríos, destacado por sus versiones pop de grandes obras de la música clásica. Surgido en plena era del rock sinfónico y grabado en inglés por Miguel con el título ‘A Song of Joy’, alcanzó la fama mundial ya en 1970, vendiendo siete millones de copias en todo el mundo y llegando a número uno en Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, además de tener gran éxito en otros países como Japón, Suecia, Austria, Holanda y Canadá.

De ahí que podamos asegurar que la década de los años setenta constituye la columna vertebral del artista, cuyos basamentos le servirán para seguir creciendo en una carrera única que llega hasta nuestros días. De hecho, en mi caso, uno de los días más felices de mi vida fue cuando llevé a mi madre a ver a Miguel a una carpa instalada junto al río Genil –antiguo ferial de la ciudad de Granada– para verlo en directo. Algo que pocos consiguen en su profesión es ser queridos por el público y los compañeros. Miguel lo es.

Tito Ortiz

FOTO: 1984, Miguel Ríos fue homenajeado en Chauchina. A su derecha, Pepe Salobreña. Juan Ortiz

https://www.ideal.es/granada/tito-ortiz-miguel-20240331000024-nt.html

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