21 noviembre 2024

El ataque mortal de Israel contra un convoy de la ONG del chef José Andrés es un paso más en el sangriento asedio que sufre Gaza

Israel ejecutó este lunes dos ataques mortales que son buena muestra de la actitud de su primer ministro, Bejamín Netanyahu, tanto en la sangrienta ofensiva contra Gaza como ante la posibilidad real de que el enfrentamiento armado se convierta en una guerra regional de consecuencias globales. La injustificable agresión contra una caravana de ayuda humanitaria en la Franja y el bombardeo de la residencia del embajador iraní en Damasco —aunque son hechos de naturaleza diferente— coinciden en agravar un conflicto que, en lo que concierne al sufrimiento de los civiles palestinos, ya ha sobrepasado todos los límites.

No sirven las excusas de Netanyahu sobre “un incidente trágico y no intencionado” para justificar la muerte de siete trabajadores de diversas nacionales de la organización World Central Kitchen (WCK), con sede en Washington y fundada por el chef español José Andrés, que viajaban en un transporte de comida masacrado por el ejército israelí. No sirven porque el convoy no solo estaba perfectamente identificado, sino que además había informado a Israel de sus movimientos y estaba coordinado con el mando militar precisamente para no convertirse en un blanco. No sirven porque la labor humanitaria de esta ONG estaba fuera de toda duda y escapa a la infundada pero habitual acusación contra las organizaciones que trabajan en la Franja, incluyendo las de Naciones Unidas, de dar cobertura a los militantes de Hamás.

‌Si las víctimas de WCK estaban en Gaza es porque el primer ministro israelí lleva meses usando el hambre como arma de guerra contra la población civil de un territorio en el que, según datos de la ONU, más de un millón de personas está en riesgo extremo de desnutrición. La organización fundada por José Andrés reparte cientos de miles de raciones de comida al día —la cifra total desde que empezó su actividad en territorio palestino se estima en unos 42 millones— para tratar de paliar una situación cuyo responsable es Netanyahu, que ayer justificó la tragedia con un cínico “esto pasa en la guerra”.

‌El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de gira por Oriente Próximo, pidió explicaciones por lo sucedido y demandó un alto el fuego inmediato. En una línea parecida, el Ejecutivo australiano —una de las víctimas tiene esa nacionalidad— ha exigido a Israel que “rinda cuentas” por lo sucedido. Por su parte, Estados Unidos reclamó una investigación “independiente”. Es lo mínimo que puede hacer la comunidad internacional. Netanyahu debe recibir un claro mensaje de que nada de lo que haga quedará sin consecuencias y que en sus manos está frenar un baño de sangre que ya ha costado la vida a más de 30.000 personas, en su inmensa mayoría civiles.

‌Desgraciadamente, no es esta la actitud de su Gobierno, que parece decidido incluso a extender el conflicto. Aunque, como suele suceder en estos casos, no exista confirmación oficial, todo apunta a que el ataque sufrido por el consulado iraní y la residencia de su embajador en Damasco, ha sido una acción israelí. Ocho personas, entre ellas un importante mando de la Guardia Revolucionaria, la columna vertebral del régimen de Teherán, murieron en el bombardeo. Se trata de un salto cualitativo porque, aunque no es la primera vez que Israel ataca en Siria a personas relacionadas con Irán, constituye una acción directa contra ese país. En el contexto de inestabilidad que se vive en la zona supone por tanto un paso más en una escalada que amenaza con traspasar el punto de no retorno.

EL PAIS EDITORIAL

FOTO: Interior de un vehículo atacado de la ONG World Central Kitchen.Abdel Kareem Hana (AP/ LaPresse)

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