«En defensa de la alegría» por Alberto Granados
El pasado otoño recibí la invitación por parte de Ana Morilla para participar en un libro colectivo de relatos en que se debía tratar el amor, pero a diferencia de otras visiones trascendentes y dramáticas, mil veces tocadas en la literatura de todos los tiempos, el amor tenía que aparecer enfocado como algo relacionado con el sentido del humor, el desenfado, la frivolidad.
El relato tenía que estar disponible para fin de año. Tenía que cumplir, además, un requisito muy incómodo para mí: una extensión de quinientas palabras como máximo. Yo, que tiendo a ser prolijo, no me defiendo bien a la hora de desarrollar una situación, una atmósfera y unos personajes en tan corto margen, pero prometí enviar mi colaboración cumpliendo plazo y requisitos.
El resultado, Amor con humor se paga (Editorial Artificios, 2017) se presentó anoche en la Biblioteca de Andalucía. Me resultó imposible llegar a tiempo, ya que ayer por la tarde yo presenté mi libro en un escenario muy querido: el CEIP Medina Elvira de Atarfe, donde estuve de maestro muchos años. Por mucho que intenté aligerar, llegué a Granada al mismo borde de las nueve de la noche, por lo que desistí de presentarme siquiera a la hora de la foto final. Bien que lo siento.
El libro consta de sesenta y ocho relatos, cuyos autores aparecen etiquetados en esta entrada. Ha sido coordinado por Elvira Cámara y supone una muestra de esos muchos autores que escribimos en Granada, uniendo a los consagrados con otros escasamente conocidos, en la línea de Dolor tan fiero.
No he tenido ocasión de leerlo completo, pero conociendo a la coordinadora y su extremo sentido de la corrección, me atrevo a adelantar que habrá un alto nivel (Elvira es así de perfeccionista y de concienzuda y no deja pasar fallo alguno, por mínimo que sea), eso puedo garantizarlo.
Mi cuento «En defensa de la alegría» toma el nombre de un poema de Mario Benedetti que en su día incluyó Serrat en su álbum El sur también existe (1985). La idea me surgió a partir de un recuerdo fílmico (la película El graduado, de Mike Nichols, 1967) y otro literario (En brazos de la mujer madura, de Stephen Vizinczey, 1966) y trata de la iniciación amatoria de un adolescente lleno de dudas y contradicciones. Agobiado por influencias contradictorias que van de su confesor o su madre a Vampiria, la chica que lo asesora a través de un consultorio erótico, opta por buscar la verdad, como siempre hicieron los grandes nombres de la Filosofía de todos los tiempos. El texto es este:
EN DEFENSA DE LA ALEGRÍA
Defender la alegría como un estandarte
(MARIO BENEDETTI)
A los dieciséis años yo estaba corroído por grandes dudas metafísicas. Necesitaba encontrar mi camino en la vida, torturado por no saber qué opción seguir. Si le hacía caso a mi madre y a mi confesor, tenía que apartarme de las mujeres, seres diabólicos según mi madre y saco de inmundicia según san Agustín. Solo cabía encontrar en ellas la llamada belleza interior. Como no estaba convencido, consulté a través de un teléfono erótico a Vampiria, que con voz susurrante me decía lo contrario:
-Mira, chico, el amor y el sexo suponen la alegría, el optimismo y el gusto por la vida. Deberías probarlo para sentirte libre y feliz, para madurar. Encontrar la alegría de la vida ha sido la tarea de los filósofos de todos los tiempos.
Decidí buscar una mujer que me aclarara mi postura ante el mundo. Era hora de comprobar la realidad por mí mismo.
La encontré en mi mismo portal. Casada, bellísima, de treinta y pocos años, cuando oía mis pasos por la escalera abría su puerta y me sonreía, envuelta en un exiguo camisón transparente que, más que ocultar, sugería sombras, carne, pliegues y formas. Me dijo que su marido apenas le hacía caso.
-Será que me ve envejecer, ¿no crees? ¿Tú me ves vieja, cielo? – y se abría el camisón para mostrarme aquella piel, que yo imaginaba cálida y palpitante, pero triste.
Yo bajaba la escalera dando sonoros zapatazos para anunciarme y ella abría, cada vez más explícitas su ropa interior y su sonrisa. Si le hacía caso a mi madre, nunca probaría aquellas delicias entrevistas; si tomaba el camino marcado por Vampiria, mi tristeza, caliente y rocosa, desaparecería y encontraría la alegría de estar vivo.
Finalmente atravesé su puerta abierta y busque su piel, que me reclamaba. Me tendió sobre la cama y me desvistió:
-¡Chico, pero si estás hecho un hombre! ¡Qué barbaridad, quién lo hubiera dicho…!
Aprendí mucho con ella. Lo aprendí todo. Cuando terminábamos me daba un tierno beso y me dedicaba una sonrisa agradecida. Me sentía importante, completo y dichoso. Conocí el optimismo de vivir y me esmeré en satisfacerla.
Una mañana no abrió la puerta. Comprendí que jamás volvería a hacerlo para mí. Muy triste, busqué otra chica: una jovencísima viuda, que pronto se hartó de mí. Después, ha habido varias más, todas adultas, pues las de mi edad no pueden enseñarme nada. Mi madre dice que no me reconoce, que estoy en otro sitio. Le he explicado la realidad.
-Eso es vicio, hijo. Y pecado. La mujer es un ser demoníaco del que deberías apartarte. Me preocupas… Ve a confesar.
Me niego. Sé que no se trata de un vicio, y la palabra pecado no me dice nada. Creo que eso que hago con las mujeres es la más intensa y sincera indagación de la verdad, de la alegría. La clave misma de la existencia. Busco la verdad, ¡como los filósofos de todos los tiempos!
Pronto leeré el resto de relatos que componen el libro y trataré de reseñarlo. Por lo pronto le deseo mucho éxito a este Amor con humor se paga. Es lo menos que se merecen los desvelos de los sesenta y ocho autores, de la editora y de la coordinadora.
Alberto Granados
FOTO:Fotograma de la película «En brazos de la mujer madura»