23 noviembre 2024

«AY, SEÑOR, SEÑOR…» por Remedios Sánchez

En España ya no necesitamos culebrones tunecinos, ni programas de famosos al borde de la extremaunción en islas desiertas.

En España lo que entretiene ahora son monjas como las de Belorado, esas clarisas díscolas que han montado un cisma porque afirman que no les dejan vender un convento para comprarse otro.  Estas catorce sores ultimísimas han pasado de encontrar como Santa Teresa a Dios entre los pucheros (en su caso, entre las trufas colocadas primorosamente por el módico precio de cincuenta euros la caja) a darnos lecciones de capitalismo salvaje a las españolitas valientes que vemos cómo sube otra vez el IPC de la lista de la compra y seguimos yendo al súper, a la carnicería o a la pescadería con la mirada alta y el paso orgulloso de quien a nada teme ya.  Pero la aldea gala que es el monasterio asediado por los medios no se rinde. Se defiende, que no es lo mismo; pero con el craso error de adscribirse a una asociación liderada por un individuo que les ha prometido aplicar lo que toda religiosa del siglo XXI sin síndrome de Estocolmo debiera temer: retornar al tiempo de Maricastaña cuando las misas eran de espaldas, en latín y con la feligresía segregada por sexos. Y, ellas, lo aplauden. Ave María Purísima.

Ahora que tenían la oportunidad de montar una comuna hippie, una sociedad anónima de importación/exportación o una SICAV dedicada a la telerrealidad, va la madre abadesa y, como muestra de desprecio a la Iglesia actual, se une a este personaje casposo y antañón entusiasta de Franco, que vive en un carnaval perpetuo disfrazado de obispo y se auto-nomina “duque imperial” o como se diga. Tanto da: podría considerarse Napoleón o Julio César redivivo porque el fondo del asunto, lo que a él le interesa, es que lo saquen en los medios, visibilizarse como líder de la rebelión ante toda la carcunda facciosa patria buscando financiarse esa vida de rico antañón que se pega, tal y como demuestran los reportajes de prensa.  

Será por eso por lo que ha empezado el goteo de religiosas (en el fin de semana, una más) que, como Pablo cuando se cayó del caballo camino de Damasco, han visto la luz y abandonan este intento de OPA chusco a la curia burgalesa. Todo es estrambótico, kafkiano, surrealista. O lo que es lo mismo: muy español y mucho español que diría Mariano Rajoy. Evidentemente, en el orden natural de la vida y aunque Santa Clara estableció como prioridad de su orden el voto de pobreza, tenía que llegar el momento en que el capitalismo salvaje traspasase los muros conventuales. Pero mientras se resuelve el dramón legal, a nosotros las que nos interesan son las amotinadas, estas monjas aguerridas dedicadas a rezar, trabajar y reflexionar que le han plantado cara a su capellán, al vicario, al arzobispo y al sursuncorda con tal de mantener su ilusión capitalista, de comprarse el monasterio de Orduña para ampliar el diversificado negocio de dulces, hospedería y cría canina; pero que, en el proceso, han caído en las manos de un iluminado anacrónico. Esto es lo que se ha cargado toda la épica del relato y nos sitúa en la realidad del aislamiento y la soledad de tanta gente que busca únicamente comprensión y apoyo. Y sólo les responde un inmisericorde silencio que no merecen.