23 noviembre 2024

«NO INSULTEN AL PAYASO» por Remedios Sánchez

No acaba de entenderse por qué estos días media España está confundiendo con un payaso al actual presidente de Argentina, Javier Milei.  

Para ser un buen payaso no se puede haber perdido la inocencia que teje mundos de sonrisas limpias y es obligatorio tener talento e inteligencia emocional, que son dos cosas de las que adolece cada vez más la sociedad contemporánea. Porque, aunque a veces pueda parecerlo, los políticos no son extraterrestres sino un reflejo de la sociedad que les da el poder, nadie lo olvide; pero Milei, que está dinamitando la economía y los derechos sociales de los mismos que lo votaron, no es en modo alguno el argentino medio que analiza lo que sucede desde la lógica racional: representa al protagonista esperpéntico y grotesco en Latinoamérica de la deformación del sistema llevada al extremo. Milei en sí mismo no es un problema, mayormente porque nadie puede tomarse en serio a un tipo que se dedica a hablar con sus perros difuntos o que afirma que, si le dan a elegir entre el Estado y la mafia, se queda con la mafia. Lo suyo, este andar a medio camino entre personaje de una novela de Valle Inclán y otra de Mujica Laínez, debiera entenderse como la más perfilada expresión del problema que supone la progresiva radicalización ultraderechista que también tiene representantes estelares en la Europa nostra como Meloni o Abascal y, en Estados Unidos, con Donald Trump.  

La estrategia es sencilla y siempre la misma: para desviar la atención de sus fracasos lanzan bombas de humo imitando a aquellos malvados de sainete que siempre terminaban perdiendo y saliendo de escena con la rechifla general. La equivocación ha estado en darle la réplica para que se crezca, en vez de observar su monólogo de histrión vergonzante con la misma cara de santa paciencia de quien escucha las quejas de un niño malcriado que ha cogido una rabieta.  No es necesario psicoanalizar a don Javier para entender que descendiendo a su nivel llamándolo hiena, tal y como ha hecho en sus declaraciones la Ministra de Igualdad Ana Redondo, supone entrar en el espectáculo vergonzante de igual a igual, dar carta de naturaleza a su discurso de bravucón demodè, de galán ególatra engominado que ejerce de eterno perdedor en una canción del dúo Pimpinela y es un error estratégico propio de novatos.  

Ya avisaba Borges de la necesidad de ser muy cuidadoso al escoger a los enemigos dado que, al final, uno acaba pareciéndose a ellos; pero Pedro Sánchez no quiere dejar pasar la ocasión de convertirse a los ojos del público en un superhéroe enfrentado a este individuo disfrazado de villano chusco que juega a ser el Joker de un Batman sesentero. Incomprensiblemente para alguien que ha sido un buen estratega político, Sánchez se muestra decidido a asumir cualquier confrontación que vaya surgiendo sin percatarse de que el excesivo victimismo también puede pasar factura. Sobre todo porque dentro de la ciénaga, revolcándose en el lodo y haciendo el ridículo, tiene a parte de sus huestes (Óscar Puente es el ejemplo más logrado) en un momento histórico en el que alguien debía haberse comportado como un adulto aplicando un poco de cordura y de serenidad. Y, dada la incomparecencia del contrario, esta vez nos tocaba a nosotros.