«CHISTES SIN GRACIA» por Remedios Sánchez
En esta España septembrina no tenemos el cuerpo para chistes. Sobre todo si los perpetra una señora como Esperanza Aguirre que gracejo, lo que se dice gracejo, nunca tuvo.
Lo suyo ha sido otra cosa: subirse en helicópteros que se caen, desconocer quién es Saramago siendo Ministra de Cultura, llamar “hijo de puta” a un compañero/rival como Ruiz Gallardón, nombrar como consejeros -en su etapa como presidenta madrileña- a señores que hoy están condenados a penas de prisión por un quíteme usted esa malversación o aquella apropiciación indebida … como se ve, todos detalles pequeños que son el rasgo identitario de la España cañí que tanto nos dio de comer y qué decir a los columnistas de arrabal y pluma independiente.
Ahora, reconvertida en gloria de un partido que hubo un tiempo en que fue serio, ha intentado hacer burla del acento de la vicepresidenta económica María Jesús Montero y ha logrado el milagro: que pensemos que hay alguien con una incapacidad para expresarse aún más notoria que la señora Montero. Porque de doña María Jesús hay tantísimas cosas que señalar, tantas razones para la crítica de su gestión, que aludir a su acento como estrategia burda para atacar el concierto catalán sólo evidencia lo difícil que es que bajemos un escalón más en esta debacle de ausencia de argumentario de unos y otros. Esto es: que hemos alcanzado los más altos límites de miseria estulta y nos tienen aquí, a los españolitos de a pie, asombrados tratando de averiguar en qué momento perdimos el oremus, cuándo fue la última vez que un político tuvo prestigio o coherencia y se preocupó de algo más que de mantener las consignas del amado líder o de tomarnos por parroquianos desnortados, acodados en la barra del bar y con un par de vinos de más.
A ausencia de credibilidad en los últimos años hay poca gente que gane a doña Espe, bien es cierto; y yerra cuando ha tenido una mínima oportunidad de decir que las explicaciones de Montero (y, por extensión, de todo el Consejo de Ministros) en este asunto de las concesiones económicas a Cataluña, son incomprensibles porque no se fundamentan en intentar darnos esa necesaria explicación que nos deben -que diría el alcalde de ‘Bienvenido Míster Marshall’-; sino en intentar que no nos percatemos de que nos están tomando el pelo.
Sánchez quería que Illa gobernase la Generalitat a cualquier precio, dígase con claridad; y por esta razón le habría concedido a Esquerra lo que le hubiera pedido si implicaba reformular las relaciones con una región que no ha parado de dar dolores de cabeza desde el siglo XIX. Lo que pasa es que Pedro Sánchez, tal vez el presidente del Gobierno más chulo, soberbio y endiosado que ha dado este país (con permiso de Felipe y Aznar), no ha calibrado que intentar apagar ese fuego implicaba encender dieciséis más, correspondientes al resto de autonomías, toda vez que el equilibrio de cualquier nación se basa en la solidaridad y aquí no hay posibilidades de darle los mismos beneficios a todos. Eso es lo que tiene que jugar a decir/no decir María Jesús Montero, médico de profesión y hooligan devocional de quien más convenga porque lo suyo, más que la política, es ejercer de mercenaria. Y eso tiene aún menos gracia que la boutade vergonzante de Aguirre.
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