«LA PERSONA Y EL PERSONAJE» por Remedios Sánchez
El ex portavoz de Sumar lo ha explicado en su carta de dimisión: ha llegado al límite de la contradicción entre la persona y el personaje. Entre el ser y el aparentar
A primera vista parecen tipos inofensivos con su sonrisa beatifica, las manos nunca quietas y esa actitud de estar dedicados perennemente a la consecución del bien común. Te los encuentras en todas partes, porque el caso de Errejón no es único. Están en la política, en la economía, en la judicatura, en el deporte o, incluso, en la literatura. Esa gente, de la que Errejón es sólo un arquetipo, anda permanentemente dándonos lecciones de ética, de valores desde la tribuna que han construido a fuerza de tiempo, sosteniendo esa imagen teóricamente impoluta, porque los lamparones los llevan por dentro. No son ni de izquierdas ni de derechas. Son, directamente, las manifestaciones de un personaje que se ha tragado a la persona en la vida social hace mucho, seguramente en un proceso en el que ni ellos mismos se ha percatado de lo que pasaba. Hasta que llegan a su entorno, a su espacio de confort y se quitan el traje de embaucadores de masas.
El ex portavoz de Sumar lo ha explicado en su carta de dimisión: ha llegado al límite de la contradicción entre la persona y el personaje. Entre el ser y el aparentar. Ser de una condición que aplica una subjetividad tóxica en sus relaciones personales para relacionarse humanamente porque ya no es capaz de conducirse de otra manera; aparentar, cuando están los focos delante, que aplica comportamientos decentes en cada instante de su vida pública y privada. Una vez más – ¡y van tantas a lo largo de la historia reciente!- queda patente que vivimos en una sociedad donde, si lo perverso no trasciende a lo que sabe la mayoría de la gente, se permite que estos personajes medren, se les convierte en diosecillos con pies de barro aunque no aguanten que se rasque ni mínimamente para descubrir lo que esconden detrás de la careta. Es entonces cuando se desmorona el fulano pagado de sí mismo, poseedor de las verdades únicas y que, a fuerza de repetir su propio discurso apuntado con bolígrafo y mano temblorosa, ha perdido la conciencia y la dignidad en algún bolsillo de la arrugada chaqueta o de los vaqueros gastados.
Nosotras, las mujeres, no estamos al margen de la persistencia de estas actitudes siniestras del patriarcado que es obligado denunciar porque tanto daño secularmente perpetrado requiere una velocidad compensatoria casi de vértigo que no se alcanza porque estos individuos siguen mandando. Pero ya no se puede tolerar ni un caso más. En demasiadas ocasiones hay quien ha mirado para otro lado, quien no ha denunciado por vergüenza o temor a no ser creída; quien ha asumido estas conductas como reprochables, pero sin valorar su magnitud, la manera en que marcan a las víctimas. Y no me refiero exclusivamente a que la violencia machista llegue a las últimas consecuencias. Hoy nos quedaremos en la gravedad de lo que asume el que fuera fundador de Podemos una vez que se ha visto obligado a dimitir porque las redes sociales ya habían dado su retrato, las claves de su comportamiento: acoso sexual y maltrato psicológico. La gravedad es inmensa y por eso se pone en tratamiento, dice. Una máscara más cae al suelo. Pero quedan muchas otras por quitar para conseguir limpiar tanta podredumbre miserable latente y en ello debemos seguir trabajando como sociedad civilizada. Poniéndole nombre a los personajes.
FOTO:Foto: Iñigo Errejón (X)