24 noviembre 2024

«En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo”

Ha llegado noviembre con esta zozobra de agua derrotando la vida, acercando la muerte -tan certera- a Valencia, colmando de horror las miradas de quienes sintieron, en un instante, cómo se truncaban ilusiones y futuro, de qué manera las riadas anegaban los espacios ciudadanos y los hogares humildes de barro, de piedras, de lodo, de abatimiento. Hoy, mientras las instituciones se disputan el dudoso honor que acredita la responsabilidad en la indecisión de las horas primeras (porque agilidad no existió), lo que nos consta a todos es lo que ya atestiguaba Machado con su filosofía de hombre bueno que había vivido mucho: “en España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo”. Estas afirmaciones, hechas con relación a la Guerra Civil, tienen la utilidad perpetua de lo que se repite en un ciclo eterno.

Mientras quienes ostentan el poder y el teórico liderazgo se muestran irresolutos, poco eficaces en la toma de decisiones para afrontar las consecuencias nefastas de la peor gota fría en cincuenta años, muchas personas normales han caminado decenas de kilómetros pertrechados con palas, con escobas, o con los alimentos que han podido reunir para acercarlos a quienes nada tienen en esas zonas arrasadas donde toda ayuda es poca para las miles de familias afectadas. Ellos son los que, en muchos casos, les han llevado el primer auxilio. Porque, pasados tres días y medio, que existieran aún lugares, aldehuelas alejadas o diseminados, donde todavía no hubiera acudido nadie a preguntar si se necesitaba asistencia, revela una incapacidad colosal o una insolvencia moral manifiesta. Y en este instante no tengo claro qué es peor. Porque si las carreteras están destruidas o los caminos intransitables, tenemos helicópteros para transportar agua, medicinas o comida, siempre y cuando se pida colaboración a otras comunidades y, naturalmente, al gobierno central. Aquí, frente a la tragedia, nos unimos. El pueblo es uno y como tal se actúa en su inmensa mayoría, esa que verdaderamente importa porque es la que representa a la España verdadera.

Tiempo habrá, cuando se salve lo que se pueda, para que el presidente autonómico Mazón explique por qué no quiso antes el refuerzo de los bomberos catalanes o no consideró necesario el apoyo de la UME en todas las zonas, tal y como ha lamentado la Ministra de Defensa Margarita Robles. Error tras error, se ha resistido hasta que el desastre abisal ha sido tan evidente que su única opción era aceptar el socorro. Pero ahora, digo, es el momento de afrontar, desde la coordinación institucional, las terribles consecuencias de la DANA, de diseñar una estrategia efectiva para distribuir ayudas y medios a quienes han perdido su casa y no tienen siquiera lo más elemental para subsistir; aunque sea muy tarde para los centenares de muertos -la cifra crece imparable- y para los desaparecidos. Me cuentan los amigos que Valencia y zonas aledañas son, ahora mismo, el epicentro de un dolor inconsolable y fiero, el más acabado espacio del amargo desamparo, territorio devastado que requerirá mucho esfuerzo para superar una desgracia tan aterradora. Pero nos queda la gente, ese pueblo fraternal que es alma y brújula, corazón de plata solidario y generoso. Por eso tenemos que aferrarnos a la esperanza de que, unidos, también seremos capaces de superar esta catástrofe.