18 noviembre 2024

Sucede que el frío ha llegado, que en Estados Unidos han elegido -democráticamente- a un presidente que va contra sus propios intereses, contra las libertades y contra el sentido común.

Mientras, en España, Mazón no se da por enterado de que en Valencia han muerto más de 224 personas, pero no por un constipado o una operación a corazón abierto, sino por no tomar decisiones a tiempo; por apagar el móvil en horas de trabajo aunado a una incapacidad evidente para gestionar una crisis que ha dejado una comunidad entera sumergida en la desesperación y el barro.

Ocurre también que se quiere utilizar la desgracia para frustrar el nombramiento como Comisaria Europea de Teresa Ribera, una ministra española que hizo lo previsto en el protocolo: llamar insistentemente al presidente valenciano para saber qué medidas se estaban tomando en una situación de extrema gravedad. Lástima que no tuviera tiempo de cogerle el teléfono. Y conste que si el Gobierno de España se hubiera entrometido en la gestión del caos con mayor o menor fortuna -que traducido implica: con más o menos fallecidos-,  le hubiera caído encima una querella. Fijo.

Porque lo que subyace, en síntesis, es que aquí todo está ideologizado: los juzgados, los muertos, la tragedia, la desesperación y, si nos descuidamos, hasta la carta de ajuste televisiva, caso de que existiera. Por politizar, están intentando domeñar hasta la creatividad, que los intelectuales libres siempre han sido gente peligrosa y conviene atarlos en corto, vayamos a que digan lo que no conviene en las tertulias y aclaren algo en esta situación de desconcierto generalizado que padece la ciudadanía.

Hemos llegado a un punto en que cuesta distinguir la verdad de tanta falsificación por el grado extremo de desinformación creado por unos y otros a través de sus voceros, de los pseudo-periodistas kamikazes o de los youtubers/instagrammers; mientras, los medios tradicionales serios que llevaban décadas contando  lo noticiable (cada cual, evidentemente, con su corazoncito de izquierda/derecha), han quedado postergados frente a estos alarmistas mediáticos que han hecho de la vileza infamante y del populismo barato una forma de ganar audiencia televisivas o en sus redes dejándonos indefensos. Y esta gente, gracias a sus miles de seguidores, a la masa municipal y espesa machadiana que no piensa y sólo embiste (y sigo con don Antonio), perpetúa y acrecienta la tensión social impidiendo el diálogo coherente, ese modo razonable de discrepar que hemos tenido en los más de cuarenta años de democracia.

De ello se aprovechan los radicales de izquierda y derecha para lanzar bulos, mentiras que acaban por anidar en el pensamiento colectivo. Es difícil mantener una conversación constructiva ahora, hacer país con este mar de fondo de crispación, porque lo que no implique vapulear a un personaje, al margen del argumentario o de la veracidad de las afirmaciones, no interesa. Queremos culpables para calmar la rabia, aunque atacarlos se fundamente en invenciones interesadas. Así la verdad pasa desapercibida entre tanto insulto y descrédito como impiden analizar los problemas que padecemos y buscar soluciones coherentes desde un consenso en lo mínimamente razonable. Convendría frenar un instante, pararse a pensar hacia dónde estamos derivando y tomar decisiones lógicas. La primera, exigir responsabilidades a estos falsarios dañinos y,  la segunda, lograr que profesionales cualificados tomen las riendas de los partidos políticos para afrontar dignamente lo que se nos viene, estos tiempos recios.

FOTO: https://bloglaboral.garrigues.com/difundir-fake-news-sobre-la-empresa-puede-costar-el-despido