Nuestros jóvenes, los nativos digitales, son la primera generación con un cociente de inteligencia más bajo que la anterior, según la investigación del neurocientífico francés Michel Desmurget, director en el Instituto Nacional de la Salud de Francia y autor de ‘La fábrica de cretinos digitales’. Solo este enunciado provoca alarma o debería. Estudios realizados en Estados Unidos, Noruega, Países Bajos, Dinamarca, Finlandia y Francia concluyen en esta tendencia de disminución del cociente intelectual. Hay muchos factores que influyen en la inteligencia: el sistema de salud, la educación, la nutrición… Pero hay dos elementos nuevos: la contaminación y la prolongada exposición a pantallas y dispositivos digitales. ¿Cómo está afectando esto al desarrollo neuronal de niños y jóvenes?
Desmurget y otros científicos culpan al uso excesivo de las pantallas en los más jóvenes de la caída en sus habilidades relacionadas con el lenguaje, la capacidad de concentración y atención, la memoria y, por supuesto, la cantidad y calidad de relaciones entre la familia y con los amigos, el tiempo que se dedica a la lectura, al deporte, al sueño…
Las voces de alerta están sonando. Psicólogos, maestros y padres piden límites a esta exposición digital. La Organización Mundial de la Salud recomienda que los menores de dos años no accedan a las pantallas y que entre los 5 y los 17 años no dediquen más de dos horas a las mismas, siempre acompañados y eligiendo los contenidos.
Humphrey Bogart
En la actualidad resulta tremendamente chocante ver en películas antiguas a los protagonistas fumando sin parar. Recordar ‘El halcón maltés’ es tener la imagen de Humphrey Bogart con el pitillo en los labios. Nos hemos dotado de leyes para prohibir fumar en determinados sitios y ya todos sabemos los perjuicios que tiene el tabaco. Es probable que veamos también normas que limiten el uso de las pantallas digitales y las redes sociales a determinadas edades. De hecho ya ha empezado. Australia acaba de aprobar una ley que obliga a las plataformas a impedir el acceso a las redes sociales de los menores de 16 años. Y Taiwan considera que el uso excesivo de pantallas es una forma de abuso infantil y multa a los padres que exponen a los menores de dos años a cualquier aplicación digital y a los que no limitan el tiempo de pantallas a los que tienen entre 2 y 18 años. Las pantallas ofrecen diversión, información, sentimiento de pertenencia a un grupo, pero lo hacen sin reglas ni límites y sin tener en cuenta la edad de quien accede.
En todo caso, la digitalización ha llegado para quedarse y habrá que conocer sus riesgos pero también cómo sacarle el máximo provecho. Las plataformas digitales y las redes sociales han cambiado radicalmente la manera en que los jóvenes y no tan jóvenes se informan. Las plataformas son un negocio que vende publicidad. Su objetivo no es buscar la verdad, sino la rentabilidad. Lo que no quiere decir que no existan buenos contenidos en ellas, por supuesto que los hay, pero otros solo pretenden desinformar, divulgar propaganda, incitar al odio, desestabilizar o solo ganar dinero. Robert Proctor, catedrático de Historia de la Ciencia en Stanford, en su libro ‘Agnotología’ habla de la producción deliberada de la ignorancia para engañar y poner en duda hechos observados por el conocimiento científico. Hay múltiples ejemplos de ello: cuando las tabacaleras negaban que el tabaco provoca cáncer. O, por supuesto, Donald Trump, que ha sido catalizador de grandes bulos, que no solo no le han pasado factura sino que le han encumbrado de nuevo a la presidencia de Estados Unidos.
Donald Trump Chip Somodevilla/Getty Images
El «atrévete a pensar por ti mismo» de Kant ¿sigue existiendo en este tiempo? No pensar es malo, pero es peor creer que piensas cuando solo repites. La psicóloga clínica Lola López Mondejar habla de la «estultofilia» en su libro ‘Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad’ (Premio Anagrama Ensayo de 2024). Se refiere a «la imparable tendencia de nuestra sociedad a alejarse del saber».
La desinformación es un peligro y representa uno de los mayores riesgos para la democracia. El mundo va cada vez más rápido. Los cambios sociales, económicos, geopolíticos se producen sin dar casi tiempo a prepararse para ellos. ¿Cuál es el papel del periodismo en este nuevo mundo? El periodismo, tal como lo entendemos muchos, es un servicio público. Informar bien y con rigor permite a los ciudadanos discernir lo que de verdad ocurre y tomar decisiones con conocimiento y en conciencia.
En el periodismo, el buen periodismo, está todo: el saber, la capacidad de denunciar los abusos, de provocar cambios políticos, sociales y personales. Decía Gabriel García Márquez que «ser periodista es tener el privilegio de cambiar algo todos los días». Precisamente por este privilegio el periodista tiene que ser consciente de la enorme responsabilidad que recae sobre sus hombros. No todo vale para tener audiencia. Ya en 1997 decía Gabo que «la calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia». Desde 1997 han pasado muchas cosas, entre ellas la llegada de Internet que ha cambiado radicalmente la forma de hacer periodismo. Pero las viejas reglas del oficio siguen manteniendo toda su vigencia: las noticias hay que contrastarlas y confirmarlas con varias fuentes, la calidad de la noticia es más importante que la inmediatez, un tuit no es una fuente de información o no basta como tal. Y, por supuesto, la información tiene que ser veraz y rigurosa; tiene que ser clara e inteligible, pero no simple y superficial. La información se convierte así en la primera línea de defensa ante los abusos del poder, ante las mentiras.
Las prisas, el exceso del ‘clickbait’, la falta de recursos, la banalidad de la información (trayendo a este ámbito el concepto de la ‘banalidad del mal’ acuñado por la filósofa Hannah Arendt), la utilización tergiversada de las noticias y tantas otras cosas deterioran el buen periodismo. Pero es tan necesario para la sociedad que eso le otorga muchas posibilidades de inmortalidad. «La información veraz y diversa y su uso público debe ser un derecho humano inalienable», decía Ryszard Kapuscinski, referente en el mundo periodístico, que abogó siempre por el entendimiento con el otro.
La Inteligencia Artificial está transformando la forma de descubrir y utilizar nuevos conocimientos. Y hay miles de formas de aprovecharlo. Internet y la tecnología tienen, como casi todo, un doble filo. Pueden reducir nuestras capacidades cognitivas o ampliarlas de forma exponencial. Nunca como ahora ha habido tanto conocimiento al alcance de tantos y eso es un elemento de progreso incalculable.
Vemos el mundo según nos lo cuentan. Y ese relato debería ser fidedigno. Por eso, la influencia de un buen o mal periodista va mucho más allá probablemente de lo que se imagina. En un tiempo de ‘fake news’, de manipulaciones informativas, de ‘influencers’ que hablan sin saber, el periodismo es la última muralla. Hacer buen periodismo no es una utopía, cada día tenemos buenos ejemplos de ello. Puede emocionar como las artes, expandir conocimiento como la ciencia, provocar cambios como la política. La responsabilidad de que tu trabajo como periodista tenga un sentido es, al fin y al cabo, tuya. Y, por eso, hay que pensar más.