14 enero 2025

Juan Valera, el ‘salvador’ de la Alhambra

Los catedráticos Remedios Sánchez y José Calvo Poyato glosaron la figura del autor de ‘Pepita Jiménez’, quien llamó la atención sobre el monumento y abogó por sumarlo al control estatal

La tarde del martes sirvió para reivindicar la figura del escritor, diplomático y político cordobés de Cabra Juan Valera, una figura clave para conseguir la salvación de la Alhambra con su incorporación al patrimonio público. Lo hicieron los catedráticos José Calvo Poyato, también escritor de novela histórica, y Remedios Sánchez. El autor de ‘Pepita Jiménez’ llegó a Granada como alumno de la Abadía de Sacromonte y posteriormente de la Facultad de Derecho. Luego se marchó a Madrid y se enamoró de Gertrudis Gómez de Avellaneda, dedicándose a escribir. Sus padres, descontentos con el rumbo que estaba tomando su vida, le devolvieron a la capital nazarí. Aquí comenzó una fructífera carrera en Leyes que terminó en 1844. Como premio, pidió a su padre que le editara un libro de versos del que solo se vendieron tres ejemplares. «Valera fue trascendente para Granada y viceversa», dijo Remedios Sánchez.

Durante la charla, que tuvo lugar en la sede del Colegio de Abogados, Calvo Poyato recordó a Sánchez su condición de ganadora del Premio Juan Valera, en un jurado en el que estaba él mismo, y que le sirvió, como anécdota, para comprar el ordenador con el que escribió su tesis. Luego, comentaron que Valera hizo de lo real la inspiración para construir sus novelas. De hecho, su primera novela inconclusa, ‘Mariquita y Antonio’, está ambientada en la ciudad y es, según la catedrática, un fresco perfecto de la sociedad granadina de la época.

Pero la relación de Valera con la capital tiene un momento clave, el discurso que pronunció en 1870, cuando en las Cortes pidió que la Alhambra dejara de pertenecer al patrimonio real para pasar a control del Estado, solicitando además una asignación anual de 100.000 pesetas –una fortuna para la época– para garantizar su adecuada conservación. En los mismos bosques de la Alhambra, el cordobés fue también en 1845 el ‘cicerone’ de José Zorrilla, llegado a la ciudad para ser coronado como poeta.

Juan Valera pidió que se destinaran 100.000 pesetas de la época al año para mantener los palacios y jardines

Calvo Poyato incidió en el interés del autor por lo árabe, la ‘muslimería’ como llega a denominarla. «Valera distingue muy bien el papel del musulmán en la historia de España del arte musulmán, que le subyugó». No hay que olvidar que la Alhambra era en el tiempo en que el autor leyó su discurso de defensa del monumento un lugar ‘okupado’ donde lo habitual era que en las estancias ocupadas por reyes y emperadores encendieran hogueras.

También llamó el autor de ‘Pepita Jiménez’ la atención sobre el saqueo sistemático que se estaba llevando a cabo por parte de los viajeros románticos del ‘gran tour’, que se extendía por varias capitales europeas y hacía parada en la ciudad nazarí en busca de su exotismo. «Lo normal es que sin empacho alguno se llevaran azulejos arrancados de las paredes o incluso yeserías», destacó Calvo Poyato. «Fue ante todo un enamorado de la ciudad y de su gran monumento. El tiempo en que estuvo al frente del Ministerio de Instrucción Pública consiguió que se llevaran a cabo grandes avances en el conocimiento del monumento, y a partir del conocimiento, en su protección», añadió.

Juzgador de Unamuno

El cordobés fue además un ser humano con un muy especial sentido del humor. Valga para ilustrarlo una anécdota a la que hizo referencia el profesor cordobés. Cuando, sin serlo él, formó parte del tribunal que juzgó la capacidad de Miguel de Unamuno para ser catedrático de Griego, al acercarse este para agradecer al tribunal su designación, el cordobés le dijo: «Ya es usted catedrático, Unamuno. Ahora solo le falta aprender griego».

El político y escritor fue una persona extremadamente culta. Y lo refleja en sus novelas. Así ocurre por ejemplo en la famosa ‘Pepita Jiménez’. Aprovecha la descripción del salón de la casa donde vivía la ‘beldad rural’, lleno de grabados que ilustraban diversos momentos de la historia de Roma, para contar los hechos reflejados en dichas obras. También era famoso por sus motes. A su jefe Leopoldo Augusto de Cueto le puso por sobrenombre Leopardo Angosto de Cuello. Además, tiene un prototipo de féminas, muy lejano a la mujer morena que pintara Julio Romero de Torres. Son rubias, de ojos azules y manos blancas. «Valera refleja en sus obras el cambio social desde la nobleza, en decadencia en buena medida, al ascenso de la burguesía», destacó Remedios Sánchez.

Y entre todas las mujeres, destacó en la conversación Pepita, además de ‘Juanita la larga’ o ‘Doña Luz’. Un personaje que, como afirmó Calvo Poyato, también es hijo de la condición de historiador del intelectual cordobés. Lejos del machismo del que, como recordó la catedrática, se le ha acusado, Valera es un novelista de mujeres. La historia, las historias, de hecho, pasan a través de ellas, por más que la propia ‘Pepita Jiménez’ estuviera casi hasta ayer en el índice de libros prohibidos. Así era España.

José Antonio Muñoz

FOTO: Sánchez y Poyato (en el centro), durante la conferencia de ayer. BLANCA RODRÍGUEZ

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