«GAZA COMO RESORT» por Remedios Sánchez

No hay como escuchar a Donald Trump y comprender lo que supone el capitalismo salvaje: esa capacidad visionaria de intuir una oportunidad de negocio redondo donde los demás vemos un desastre de magnitudes inabarcables.
Sin plantearse la existencia de un componente ético, la destrucción de la identidad de un pueblo o el horror, sacrificio y sangre de miles de personas. Al carecer de emociones y empatía (cero, nula, inexistente), el individuo puede alcanzar las más altas cotas de miseria moral sin despeinarse y sin que se le apague el puro en la boca. Aunque esto ya lo teníamos bastante claro, ha bastado que el neoyorkino regrese a la Casa Blanca para que con él retornen afirmaciones tan kafkianas como que Gaza es un espacio magnífico con potencial de reconstrucción. Con el mar tan cerca y ese clima tan bueno, no sorprendería que se animara a construir un resort de lujo, un Mar-a-Lago de estilo oriental destinado a sus nuevos amigos. Cobrándoles, naturalmente, porque el business siempre ha sido el business.
Al magnate que hay en Trump le dan igual los rehenes de un lado, los sesenta mil muertos (de los cuales diecisiete mil son niños) que han perecido en la franja atrapados entre la metralla, las balas, los cohetes de los secuaces de Netanyahu y las bombas de los suicidas de Hamas; les importa poco una guerra que, como las demás, nunca tuvo sentido más que para los dirigentes que han perdido el sentido de la realidad, que se han deshumanizado. Frente a la posibilidad del diálogo, de negociar la convivencia en paz en una zona secularmente devastada, los cabecillas consideran más eficaces los ataques indiscriminados con fósforo blanco arguyendo que es voluntad divina y que se están defendiendo. Se equivocan: todos pierden, todos perdemos. En ese río revuelto de ambiciones y pasiones desbordadas, decenas de miles de inocentes son ya sangre que riega la tierra. Al margen, claro, de los dos millones de gazatíes que se han tenido que desplazar a campamentos improvisados donde las enfermedades, las hambrunas y el abatimiento no dan tregua; y, de los más afortunados, los que han podido huir a otros países colindantes, que se han convertido en apátridas sin horizonte, en supervivientes sin esperanza.
Ese es el resultado del fanatismo, de la locura, de la vileza, de la maldad llevada al extremo donde nadie con verdadero poder para ser escuchado ha querido seriamente llevar cordura para evitar otra catástrofe humanitaria. No tardaremos mucho en tener noticias similares de Ucrania, justo en el mismo momento en que se les acaben las armas con las que combaten las incursiones de soldados rusos en su territorio. Y, mientras millones de seres humanos sufren, quienes tienen la responsabilidad de mantener los equilibrios en el mundo actual revelan un constante desprecio por la desesperación ajena. Esta penúltima ‘boutade’ trumpiana no es ni ociosa ni ocasional: es la constante que evidencia el desdén de esas élites por todo lo que no resulte glamorosamente festivo -en su estilo vulgar- o provechoso para sus quiebras/reestructuraciones empresariales perpetuas. Trump, reelegido líder de Occidente, es un Nerón posmoderno tocando la lira mientras observa plácidamente arder Oriente Medio. Siempre y cuando la zona quede despejada de cadáveres y escombros para poder edificar sus urbanizaciones con vistas al Mediterráneo, lo demás son daños colaterales irrelevantes, menudencias que carecen de importancia.