1 abril 2025

Artículo publicado en 2011 en Lo que me pasa es que este mundo no lo entiendo

Vivimos en el país que creó a personajes tales como Lázaro de Tormes o ese buscón llamado Pablos o una cofradía (en su sentido etimológico de “hermanos que tienen mucho en común”) como la de Monipodio, tres muestras de la picaresca que casi nos define como “imagen de marca”, como la seña de identidad de nuestro inconsciente colectivo. Me pregunto si realmente los españoles somos así de impresentables, si cuando salimos al extranjero se nos nota esta curiosa “españolidad” consistente en dejar basura donde todo el mundo usa las papeleras y contenedores, llevarnos los albornoces de los hoteles, comer hasta la bulimia en los buffets  o hablar a voces.

Aquí, en nuestro suelo patrio y animados por el calor del paisanaje, sabemos un rato de vivir del cuento, de mirar los panes caer del cielo y de partirnos la cara por el primer duro, aunque sea a costa de matar a la dichosa gallina de los huevos de oro, esa rara avis que yo aún no he tenido la fortuna de ver. Somos el país que prescinde del IVA, aunque se mosquee si el Gobierno lo sube; que cuenta con el subsidio del desempleo como una forma normal de ingresos fraudulentos; que propicia el despido cuando se acerca la jubilación para tirarse los dos años previos a expensas de la indemnización y el paro, es decir, ganando lo mismo, pero sin trabajar; que hace las llamadas a familiares desde el trabajo o se trae de la oficina folios y clips o del hospital los vendajes y gasas para ahorrar…

Todas estas ejemplarizantes conductas adquieren un valor añadido cuando se cuentan en público, las identificamos como síntoma inequívoco de astucia y las justificamos añadiendo que “lo hace todos el mundo”, prácticamente acusando de estupidez a quienes ven en eso una miserable forma de hurto.

El turismo es un campo abonado para que salga nuestra brillante singularidad y abusemos del visitante, metiéndole lo que por aquí llamamos coloquialmente una corná económica al presentarle la abusiva cuenta por haber consumido una paella de sobre y una sangría de cartón, o en algunos casos, tratando con un absoluto desprecio a los turistas, de los que sólo interesa la cartera (a fin de cuentas, no van a volver).

Hace unos años, nos paramos a comer en un mínimo restaurante de Tazones, en Asturias. Pedimos sidra, manchamos el mantel y usamos las servilletas y cuando vino la dueña y le pedimos marisco, nos dijo que lo sentía, pero que ella sólo servía pescado; que qué triste que después de haber ido allí desde Granada, nos fuéramos con la frustración de no cumplir nuestro objetivo… así que nos localizó una marisquería, nos hizo la reserva desde su teléfono y nos invitó a la sidra que ya habíamos consumido, sin mirar las manchas de mantel y servilletas o considerar cualquier otro aspecto, sino el de la satisfacción del visitante. Evidentemente, recomendé ese sitio a todos cuantos amigos tenían previsto recorrer Asturias. Envidié esas conductas en la hostelería de este paraíso turístico que es toda Andalucía

En cambio, Granada, tan famosa por sus tapas, creo que adolece de una falta de respeto, de un sentido oportunista de la hostelería que a mí me deja bastante inquieto. Te sientas en una terraza y cuando llevas un cuarto de hora, el camarero empieza a dar vueltas, a preguntar si se necesita algo, como acusándote de tardar más de la cuenta en apurar tu consumición, marcándote el ritmo al que debes consumir, ritmo que si no sigues te valdrá una mala cara, un reproche tácito, un comentario ácido.

Hace unos meses, un sábado por la noche salimos siete amigos a pasear y tomar algo de picoteo. Nos sentamos en una mesa, la única libre, de un local nuevo. Nos atendió una chica muy agradable y correcta, que tras traernos las cervezas, nos anunció que si no íbamos a cenar formalmente, nos levantaría tan pronto como le llegara un grupo que sí fuera a hacerlo. Teníamos muy claro que de allí no nos levantaban ni los GEO y además no hubo ningún problema, pero el hecho estaba ahí. Lo comenté en un blog que hablaba precisamente de ese local y el dueño contestó diciendo que es que hay gente que para una cerveza ocupa la mesa toda la tarde, asunto que no es mi problema ni justifica semejante trato que yo definía como Q de quality, E de Excelencia o D de descortesía.

Desde hace algún tiempo, muchos restauradores espabilados han empezado a implantar el doble turno, lo que obliga a comer con la misma prisa de los días normales porque los hosteleros tienen que hacer doble caja a nuestras expensas. Os animo a rechazar cualquier reserva que implique semejante pérdida de calidad de vida y de servicio. Quien quiera hacer caja dos veces, que abra dos restaurantes, pero que siga manteniendo la calidad de servicio y la tranquilidad de siempre o que se dedique a otra cosa.

Hay otra plaga, horrorosa, terrible, letal casi: los artistas callejeros (entiéndase: los malos, invasivos y pertinaces). Yo los he visto en Praga, en París, en Lisboa, en Londres, Viena… y tenían una gran calidad, de forma que oírlos era todo un lujo, pero aquí suelen ser de una obstinada capacidad torturadora, porque hemos perdido la vergüenza hasta tal punto que la gente se lanza sin red alguna al mundo de la farándula, y tomar un vino en una terraza de la parte turística de una ciudad como esta significa que te van a venir dos albayzineros imitando a Camarón y a Paco de Lucía y que, tan pronto como se marchan, aparece un rumano tocando “Bésame mucho” al violín, para dejar paso a un argentino que toca un tango al acordeón y le cede el turno a un mimo inglés. La cerveza te sale por un pico, pues todos pasan la gorra, pero lo peor es que en todos los casos son sólo estos perfomers los convencidos de su calidad, que si al fin y al cabo, resultaran soportables, aun podría valer la pena.

El otro día, en la Plaza Mayor de Madrid estaban: un Elvis Presley, Micky y Minie Mouse vendiendo globos a los niños, un africano que imitaba los ruidos de la selva, Spiderman y las posturitas del superhéroe, una latinoamericana que movía con una cuerda el hocico de una cabra disecada al tiempo que imitaba sus balidos, y un señor maquillado de bebé en una cosa que simulaba una cunita y berreaba hasta que le dabas el euro. Demasiado arte para los veinte minutos de dos cafés y un agua mineral al módico precio de casi 10 euros.

Imagen tomada de ideal.es

La industria turística se queja de que no hay turismo de calidad. Me figuro que este turismo selectivo huye de la calle, convertida en un ámbito hostil y lleno de acechanzas en el que todo vale y el usuario  no tiene quien lo proteja. Inexplicablemente, somos toda una potencia en el sector… aún no sabemos hasta cuándo, pero deberíamos dejar la picaresca y ser serios con nuestra principal fuente de ingresos.

Alberto Granados

FOTO:Elvis ataca en la Plaza Mayor de Madrid.

https://albertogranados.wordpress.com/2011/07/11/turismo