«SIN PERDÓN» por Remedios Sánchez

Hace cinco años. Del mundo que conocíamos, de la realidad que sabíamos interpretar, de las calles vacías, del miedo, del silencio, del horror, del llanto, de la lluvia que cala adentro, de las ausencias que han dejado un vacío sin eco, han pasado cinco años.
Sesenta meses, ciento veinte mil personas muertas, y seguimos pensando que todo ha sido una nube negra, una pesadilla de cieno, cristales de escarcha clavados en el centro del pecho. Es posible que todo lo importante, casi todo lo que era esencial, haya quedado en aquel tiempo anterior donde la luz brillaba de otra manera.
Por eso no se comprende que un tipo curtido en mil batallas como Miguel Ángel Rodríguez persevere en la vileza de su discurso, que siga acusando a los familiares de las víctimas de mentir y que mancille el sufrimiento de quienes agonizaron en las residencias madrileñas; allí, exactamente allí donde los dejaron desamparados, porque nunca fueron una prioridad salvo para sus parientes. Y no hablo de diez ni de cien: hablo de 7.291 personas que, en los primeros tres meses, no fueron trasladadas a ningún hospital por orden de la Consejería de Sanidad madrileña; esto, que es atroz, quedó negro sobre blanco en protocolos de la vergüenza que ahora se niegan utilizando las más rastreras herramientas para disolver entre todos las responsabilidades de la catástrofe. Pero las responsabilidades las tiene siempre quien gobierna.
No vale decir que no tenían suficientes camas: se ha constatado que las había en los hospitales privados de toda la comunidad, pero nadie dio el permiso para que se les trasladara urgentemente, nadie quiso asumir la decisión en un momento en que había que demostrar un valor y una capacidad de gestión inéditas en la historia de la sociedad europea contemporánea. Cuando se les necesitó, no fueron eficaces y, además, mostraron su cara más ruin y más cobarde. Es cierto que no se sabía cómo afrontar el desastre, las inmensidad de la tragedia que nos iba dejando sin aire, sin abuelos, sin padres, sin vida. Sin pasado. Ahora bien: no hay ningún otro gobierno que se atreva a algo tan siniestro como negar las evidencias y decir que las familias están engañándonos. Eso dijo Miguel Ángel Rodríguez, y su lideresa, Isabel Díaz Ayuso, no lo cesó de inmediato. Al contrario: secundó la táctica ignominiosa de su asesor áulico, aplicó el ataque frontal al grito de “siempre nos están llevando con las mismas mierdas” para responder a una diputada que la interpelaba en la sesión de control de la Asamblea.
Es lamentable, pero no sorprende demasiado si se recuerda que en mayo de 2020 se vistió cual “mater dolorosa” para reivindicar desde una portada de prensa la apertura de los bares. Lo que es tremendo es que se sostenga a personajes que no discriminan entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre la crueldad y el consuelo. Resulta indiferente que su intención fuese descalificar a la oposición, que se le haya ido la catástrofe -y casi todo- de las manos. Da lo mismo porque ni siquiera ha pedido disculpas. Ayuso y los que, como ella, no tienen escrúpulos para mantenerse en el poder, evidencian hasta qué punto ha degenerado una parte de la clase política. Son individuos sin vergüenza, que carecen de memoria y dignidad. Que no tienen perdón posible.
FOTO: Personal sanitario del hospital Vall d’Hebron atiende a un paciente con covid en una uci
(Àlex Garcia / Propias)