«LA DIGNIDAD DE UN LÍDER» por Remedios Sánchez

Treinta días como treinta monedas de plata ha sido el tiempo que ha necesitado Donald
Trump para convertir la Casa Blanca en el set de una distopía política que deja como
meros aficionados a los guionistas de cualquier serie de gánsteres de Netflix.
Habrá quien piense que la actitud que revela esta nueva etapa trumpista únicamente busca dar
una imagen de fortaleza en el liderazgo mundial imitando al Roosevelt que finiquitó la guerra ruso-japonesa con la firma del Tratado de Portsmouth en 1905.
Pero no, lo suyo se constata que es otra cosa: dinamitar el modelo de relaciones internacionales tal y
como la concebíamos. Aparte, es la demostración de una vileza repugnante porque, coaccionar para arrebatar unos minerales que pertenecen legítimamente a otra nación a cambio de protegerla, no es un compromiso con la paz: es aplicarles a los teóricamente vencidos un impuesto revolucionario extra que se suma a todo lo que les han quitado ya.Pero ha sucedido lo inesperado: que el débil no se ha achantado frente al matón del pueblo ni ha bajado la cabeza, ni ha cedido.
Resumiendo, que la integridad moral aunada a toda la valentía que se asocia a la decencia, quien la ha mostrado aquí ha sido Zelenski y no se ha dejado amilanar ni por los gritos ni por las amenazas. Qué lección de autoridad moral, de ética insobornable hemos recibido todos.
En mi hambre mando yo, ha venido a decir el Presidente ucraniano, reformulando la frase de aquel jornalero andaluz durante la II República al que aludía el filósofo Sampedro en uno de sus ensayos imprescindibles.
Porque la clave está ahí: en que cuando humillan a una persona y la dejan desnuda de esperanzas, lo único que puede sostenerla en pie es su dignidad. Es decir, que la política del miedo de Trump y sus secuaces recibió la respuesta merecida, esta bofetada de pundonor y de capacidad de resiliencia que los ha dejado atónitos y frustrados; amenazando con una III Guerra Mundial, sí, pero con las caretas fuera, demostrando el parecido razonable y vergonzante con el régimen de Putin. Y, ojo, que a Putin le importa
un bledo su imagen internacional, pero a los norteamericanos les fastidia no quedar como los cowboys salvapatrias perpetuos, porque siguen pensando que son los garantes de la democracia sin recordar que, en su sentido profundo, viene desde la Atenas del siglo V a. C.
Llegados a este punto interesa ver qué hace ahora la madre Europa, el viejo continente que, hasta el momento, no ha sido capaz de diseñar, sin notas discordantes, una estrategia común y cerrada de respuesta ante tal infamia; entre otras razones, porque si estos tipos acabasen apropiándose del futuro de Ucrania y Gaza, lo próximo sería tocar a nuestra puerta para iniciar una tutela socioeconómica global, ya sin disimulo. Por tanto, hay que dejarse de paños calientes y, tanto las instituciones supranacionales de la
UE como los presidentes de las naciones fuertes, están obligados a escoger si van a ejercer de tiralevitas de un yankee bravucón y pendenciero (asumiendo el discurso servil de la ultraderecha al estilo de Vox) o si hablan claro y se unen al discurso rotundo del hombre/líder que encarna la valentía de un país humilde exigiendo respeto por su integridad territorial, por su dignidad insobornable y por su libertad constantemente amenazada.
FOTO: Volodymyr Zelensky, Donald Trump y el vicepresidente norteamericano J. D. Vance en el Salón Oval de la Casa Blanca. Foto: Reuters. © Brian Snyder