17 marzo 2025

La ciencia al rescate con el ARN mensajero y las mascarillas

Pablo Linde

Pasó menos de un año desde el descubrimiento del SARS-CoV-2 hasta que se desarrolló una vacuna capaz de proteger contra el virus de la covid. Pero la tecnología que hizo posible las más efectivas, el ARN mensajero (ARNm), llevaba décadas en estudio. Una vieja investigación que no acababa de encontrar su aplicación práctica salió al rescate de la humanidad y salvó millones de vidas. Fue la prueba de que este sistema podía ser eficaz, y hoy tiene un gran potencial para desarrollar vacunas contra otros virus y tratamientos que van desde las enfermedades raras hasta la inmunoterapia contra el cáncer.

El ARNm es una molécula que lleva las instrucciones genéticas del ADN a las células para que fabriquen proteínas. Es algo así como un manual de instrucciones que, en el caso de la covid, ordena a las células a fabricar una proteína específica del virus en lugar de introducirlo atenuado, el método más habitual en las vacunas clásicas. Una vez que las células construyen este material, el sistema inmunitario es capaz de detectarlo y, cuando siente su presencia en el organismo, comienza a producir anticuerpos que amortiguan la gravedad de la covid, que antes de eso ponía en serio riesgo la vida de las personas más vulnerables.

El problema en los años setenta, cuando se empezó a estudiar el ARNm, era que estas moléculas eran altamente inestables. No fue hasta 2005 cuando la húngara Katalin Karikó y el estadounidense Drew Weissman publicaron un estudio que mostraba que un envoltorio de lípidos podía entregar de manera segura el ARN mensajero sin efectos negativos. A partir de ahí, la industria farmacéutica comenzó a estudiar terapias con esta tecnología, pero no fue hasta la covid y las abultadas inversiones para frenar la propagación de la enfermedad cuando se aplicaron con éxito en millones de personas. El descubrimiento, que les valió a los investigadores el premio Nobel de Medicina en 2023, fue el comienzo de lo que promete ser una revolución en el campo de la biotecnología.

Pero si hay un símbolo de la pandemia, junto con la vacuna, es el de las mascarillas: odiadas por un sector pequeño de la población, para el que eran una especie de bozales que encarnaban las represiones de los gobiernos; idealizadas por otro, que las significó como un arma invulnerable contra el virus. No son ninguna de las dos cosas, y la ciencia demuestra que salvaron vidas.

Cinco años después, usar una mascarilla en un entorno público no supone el motivo de sorpresa o extrañeza que podía causar en 2019. Están normalizadas, aunque no han perdido todavía el carácter polémico que llegaron a tener: las autoridades sanitarias en España ni siquiera han sido capaces de ponerse de acuerdo en recomendarlas en hospitales y centros de salud en los picos de infecciones respiratorias, una medida que proponían los técnicos.

Una profesora imparte una clase de primer curso de Medicina en la Universidad de Alicante. JOAQUÍN DE HARO

Una vida universitaria rota y fiebre por estudiar Medicina

Elisa Silió

La pandemia ha dejado una fuerte huella en la universidad, pues dos promociones arrancaron sus estudios confinados o asistiendo a pocas clases, de forma que no han establecido un vínculo emocional con su campus. Muy pocos estudiantes tomaron el testigo de las tradiciones de la vida universitaria de sus antecesores, la cadena de transmisión se ha roto y el efecto es evidente. Muchos alumnos, acostumbrados a no ir a la facultad, siguen sin pisarla y los forzados a hacerlo por las prácticas, la abandonan en cuanto acaban. Los vestíbulos de la mayoría están casi vacíos y no puede achacarse a una bajada de los inscritos, pues este año se ha cumplido un récord con 1,8 millones de matriculados. Los profesores saben que ya no vale la clase magistral y los vicerrectorados buscan la forma de llamar la atención de un alumnado hiperconectado y con otros intereses.

Este “notable aumento del absentismo”, según el Informe anual de la Fundación Conocimiento y Desarrollo 2023, de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, tuvo “impacto en el desempeño académico del estudiantado”. Pasó a rendirse peor que cinco años antes. En el curso 2021-2022, los alumnos aprobaron el 75,63% de los créditos matriculados en la Universidad pública, 3,3 puntos porcentuales menos que el curso anterior y 7,9 puntos inferiores que en el curso 2019-2020, cuando, estando confinados, se aconsejó a los profesores corregir al alza. En el 2018-2019 (último año prepandemia) superaron el 76,6,1% de los créditos. Este problema, sin embargo, parece haberse solucionado. En el 2022-2023 (últimos datos conocidos) el rendimiento subió al 77,1%.

Esta desafección de la universidad -muchos universitarios consideran que todo se puede hacer en remoto y no encuentran la utilidad de acudir al aula- la vieron llegar en el extinto Ministerio de Universidades que encargó un estudio sobre la salud mental de los alumnos, uno de los colectivos más afectados por el confinamiento.

Las carreras sanitarias siempre tuvieron mucho tirón, pero la pandemia -que mostró la mejor cara de médicos y enfermeras, que se desvivieron por salvar a la población- provocó una auténtica fiebre por estudiar estos grados y no paran de abrirse facultades. Aunque el furor parece empezar a amainar, aunque las cifras siguen siendo estratosféricas. En Medicina las preinscripciones en la red pública subieron de 43.000 antes de la covid, a 77.000 en 2023 y la pasada selectividad bajaron a 70.000. Mientras que en Enfermería las solicitudes pasaron de 26.000 a 47.000 en 2023 y han menguado a 43.800.

FOTO: Una enfermera prepara la vacuna para el personal sanitario en el Hospital Gregorio Marañón. ANDREA COMAS

https://elpais.com/sociedad/2025-03-14/lo-que-la-pandemia-nos-cambio.html