Mara Torres, sobre el suicidio de su hermana Aly: “Nos alivió contar la verdad desde el principio”

La periodista publica ‘Recuérdame bailando’, un libro que reconstruye la muerte de su hermana Alicia Torres, a los 33 años, en 2013. En él se incluyen fragmentos de los diarios de Aly: “No soy valiente para abandonarlo todo, pero soy demasiado cobarde para enfrentarme a la vida”
La tarde del 16 de septiembre de 2013, la periodista Mara Torres (Madrid, 51 años) se encontraba en Torrespaña preparando La 2 Noticias. A las 18.30 salió de maquillaje y llegó a la redacción. Había dejado el teléfono móvil en la mesa, y cuando lo cogió vio que tenía nueve llamadas perdidas. Eran todas de la misma persona, Chomper, un amigo de su hermana. Un escalofrío recorrió su cuerpo. “Nadie llama nueve veces seguidas a un móvil en mitad de una jornada laboral”, dice. Devolvió la llamada.
—¿Puedes venir a casa de Aly? —preguntó Chomper.
—Sí, pero dime qué ha pasado.
—Es mejor que vengas.
—Dímelo.
—Ha intentado suicidarse.
—¿Qué quieres decir que “ha intentado”?
Hubo un silencio, y Mara preguntó: “¿Está viva?”. Al otro lado, contestaron: “No”.
Colgó el teléfono, cogió el bolso y le dije a mis compañeros: “Me voy, mi hermana se ha suicidado”. Todos se levantaron de golpe: “¡Qué dices!”.
Pero Mara ya había salido corriendo de allí. Desde ese día no ha dejado de correr, y en medio de la carrera, la carrera a ninguna parte que emprende cualquiera a la que le han arrebatado su ser más querido, ha escrito un libro, Recuérdame bailando (Planeta, 2025) al alimón con su hermana, Alicia Torres (Madrid, 1980-2013), de la que ha rescatado parte de sus diarios. Son apuntes, reflexiones brillantes, inquietudes y actividades de su día a día que se van oscureciendo poco a poco de manera privada e irreversible. “Ya no sé qué más hacer. Después de darle muchas vueltas, creo que necesito ayuda y que tú eres el único que puede aconsejarme. No soy feliz, B, mi vida se desmorona poco a poco y no estoy segura de poder salir adelante yo sola porque me vienen a la mente un montón de pensamientos que no quiero pensar. No soy valiente para abandonarlo todo, pero soy demasiado cobarde para enfrentarme a la vida”.
Las últimas palabras de su diario son The End. Luego escribió tres cartas. Una para su familia, otra para sus amigos (“recordadme bailando”) y una más para el chico con el que estaba enrollada y al que le pidió ayuda para ingresar en algún centro. Él le había contestado: “Me da igual lo que hagas”. La carta lo exculpaba de la decisión que tomó, pero la familia decidió no entregársela.
“Las iniciales de los chicos están inventadas porque nadie es culpable de algo así, y mi hermana seguía un patrón idéntico con ellos”, dice Mara. Lamenta, eso sí, que la petición desesperada de ayuda fuese al destinatario incorrecto. “Ojalá nos hubiera enviado ese mensaje a nosotras. Tú se lo tienes que contar a la gente que sabes que te quiere, no a la gente que quieres que te quiera. Como cuando le cuentas tu vida al peluquero o al taxista, estás pasando algo tremendo y te desahogas con gente que escucha, pero a lo mejor no actúa, o no tiene por qué actuar, ni se siente libre de dar consejos. Esto es parecido. Pero la clave es que ella pide ayuda”.
Muchos años después, cuando seguía llorando todos los días a las 18.30 en punto, la hora en la que vio nueve llamadas perdidas, Mara Torres se encontró con la reina Letizia Ortiz, cuya familia sufrió otro suicidio, el de su hermana Érika. “Volverás a ser feliz, Mara. Un día te darás cuenta de que dejarás de llorar a las 18.30 y tu familia y tú volveréis a ser felices, porque de algo tan duro como esto también se recupera una familia que se quiere”.
Esta no es una entrevista fácil. Es, de hecho, una entrevista que lleva gestándose diez años. Conocí a Mara Torres en el duelo por la muerte de su hermana. Ya entonces escribía y escribía, y hablaba y hablaba, y lloraba, recordándola. Su hermana, las tres (Mara, Eva y Alicia), eran amigas íntimas. Y con Nunchy y Gerardo, sus padres, formaban una de esas familias que se reúnen todas las semanas y están pendientes, todos los días, de dónde está la otra. Mara pensaba en ordenar algún día lo escrito, y publicarlo. Lo escribió y lo ordenó, lo guardó en un cajón para que madurase, y a la hora de la verdad no quiso publicarlo. Llegó a decir que no lo haría nunca. O que lo haría con otro nombre. Que haya cambiado de opinión es una suerte. 11 personas se suicidan al día en España. Recuérdame bailando cuenta, a través de una experiencia personal, el destrozo que hace la falta de información sobre el suicidio, y la necesidad de ayuda profesional en muchas familias para detectar factores riesgo.
Pregunta. ¿Cuándo lo leyeron sus padres?
Respuesta. A mi madre se lo di en un balneario. Siempre nos vamos diez días juntas por ahí. Y sale el tema, porque Aly siempre está con nosotros. Recuerdo que estábamos en la piscina y ella decía: “Si no se hubiera quedado sin trabajo, si hubiera encontrado a alguien”. El “y si” es recurrente. El día anterior al suicidio, le escribí a mi hermana para que viniese conmigo a un desfile de Amaya Arzuaga. Dijo que le daba un poco de pereza. No insistí. ¿Y si hubiera insistido? ¿Y si hubiéramos ido? Al volver a la habitación, le di el manuscrito. Lo leímos a la vez, una junto a la otra en la cama. Acabó llorando y dijo: “Es muy triste, pero es la verdad”.
P. Y usted superó el pudor.
R. Soy muy pudorosa para hablar de asuntos íntimos, imagina de mi familia. Pero por encima de nuestro pudor, está la oportunidad de que este libro llegue a alguien que lo necesite. La particularidad que tiene mi familia es que mi hermana dejó escrito en pequeños fragmentos sus últimos cinco años, y ahí nosotros pudimos saber algo de lo que pasaba por dentro. Ella quería vivir, ella intentó aferrarse a la vida, ella amaba a su familia, a sus amigos. Encontramos un montón de respuestas.
P. ¿Su padre?
R. En la buhardilla se hizo un lugar lleno de fotos y de textos de ella. Sube allí y pasa el tiempo con su hija. Desde que escribí el libro, mi padre habla con naturalidad de la importancia de la salud mental. Eso es importante.

P. Su hermana intentó suicidarse a los 13 años. Su mejor amiga, una niña china llamada Flor, dejó de hablarle.
R. Se tomó un montón de analgésicos, vomitó, llamó a Flor para contárselo, y Flor nos llamó a nosotros.
P. El médico les dijo: “No se preocupen demasiado. Lo hacen muchos adolescentes cuando empiezan a comprender que el mundo no es como pensaban”.
R. No nos recomendó que viese a un especialista y nos dijo que no le diésemos importancia para que no se sintiese protagonista por hacer algo así. Era exactamente lo que queríamos escuchar.
P. ¿Hoy hubiera sido diferente?
R. Treinta años después hay otras herramientas. Hubiéramos podido prevenirlo, pero quizá no evitarlo. Hay que saber pedir ayuda y hay que saber darla. ¿Sabes cuál es el número de prevención del suicidio? Sabemos muchos de emergencias, ¿pero ese? Es el 024.
El suceso se guardó en un cajón. Y volvió a salir cuando Aly se suicidó. Mara reflexiona en el libro acerca de la creencia popular sobre las causas del suicidio: ruinas económicas, grandes delitos, desmoronamiento familiar… Pero Alicia Torres, 13 años, era una niña dulce, divertida, estudiosa y rodeada de gente que la quería. No tenía ningún problema sentimental, ni económico, ni social. No había engañado a nadie, ni tomaba drogas, ni bebía alcohol, ni guardaba oscuros secretos que iban a salir a la luz. Pero aquella niña feliz no fue capaz de superar que su mejor amiga le dejase de hablar. “La única razón más poderosa que la vida es no ser capaz de enfrentarte a ella”, le dijo Mara a su familia. “Ni yo misma entendía esa frase”, dice en el libro. Pero, concluye, en algunos casos el instinto de supervivencia, tan fuerte, claudica ante el deseo de desaparecer.
P. Ese intento de suicidio.
R. Mi hermana no tenía dentro la idea del suicidio. Sí la tristeza y la desolación. La incapacidad de gestionar sus emociones. Mi hermana era una persona luminosa, muy vitalista. Nuestro grupo de amigas es el mismo. Mi hermana entraba, salía, esquiaba los fines de semana, trabajaba poniendo copas, trabajaba en una pizzería, en una ONG. Tenía una vida de treintañera. Lo que nos impactó es saber que por dentro se iba hundiendo y no por las cosas que le pasaban en la vida, porque sin trabajo se ha quedado todo el mundo, sin pareja se ha quedado todo el mundo. Todas nuestras amigas hemos tenido relaciones inestables, pero ella no sabía gestionarlo. Era melancólica, pero era divertida. Sabíamos que ella no gestionaba bien sus emociones, que ella se hundía por cosas que a los demás no nos hundían.
P. Se esfuerza en aclarar que no hay responsables.
R. No. Ni los médicos, ni los chicos con los que estaba, no los hay. Si hay una responsabilidad es la falta de información. Hace 30 años, cuando mi hermana se tomó las pastillas, no se hablaba de suicidio como se habla ahora. Y lo que falta. Era un tema tabú, escondido y silenciado. Y hasta que se suicidó Aly, yo no conocía a nadie que se hubiera suicidado. Y de repente, el padre de fulano, el primo de mengano… ¿Qué pasaba? Que detrás de muchos “infartos” y “muertes súbitas”, lo que había era suicidios. Pero no se decía. Ni se dice, en muchos casos.
P. Su hermana hizo lo que pudo.
R. Fue a un psicólogo al que ya había ido yo. Tenía libros de autoayuda y los encontramos todos subrayados. Este libro tan pequeñito, Adelante. Buscaba ayuda en todas partes. Pelea contra sí misma, pelea contra lo que le pasa. Ella no se abandona, analiza cualquier cosa que ocurre a su alrededor. Por ejemplo, me da mucha pena cuando escribe que siempre le dicen que no. Y repara en que a mucha gente le dicen que no. Pero a ella, escribe, se lo decían de otra manera.
P. Cuando se reúne la familia en el piso en el que Aly se acaba de suicidar, se abrazan todos llorando, los cuatro, en el descansillo. Y su padre ahí preguntó: “¿Vamos a decir lo que ha pasado o vamos a decir otra cosa?”. “Vamos a decir la verdad”, contestan las tres.
R. Cada uno lo intenta digerir como puede. Yo a veces pienso que lo que nos ha aliviado es haber dicho la verdad desde el principio. Que todo el mundo lo supiera. Y pienso que si tú guardas un secreto, como hacen miles de familias, estás en tu derecho. Pero que no sea por miedo. Puedes tomar esa decisión, pero que no sea por el estigma.
P. Uno de los momentos más tiernos ocurre en el tanatorio, al que se acerca una amiga suya pero lo hace muy temprano. Usted sabe que el tanatorio, como antes la casa de su hermana, se llenará de decenas de personas porque era una chica muy querida. Y esta amiga fue a darle un abrazo y se marchaba ya, pero usted no le dejaba irse. “Espera, que ahora va a venir un montón de gente, ya verás”. Y ella cada poco, que se tenía que ir. Y usted: “No, espera, que ahora hay poca gente y esto se va a llenar, que no te miento, a nosotros nos quieren mucho”.
R. Yo le decía siempre que éramos una familia muy feliz. Y ella de repente estaba en el entierro de mi hermana pequeña: ¿tan felices éramos que se suicidaba una? Y le agarraba del brazo llorando: “Oye de verdad que somos muy felices, que estamos muy unidos, que va a venir muchísima gente porque a mi hermana la quería todo el mundo”. No estaba dispuesta a que creyese que éramos una familia infeliz, porque además no lo éramos. Quería salvar el honor de los míos, y que se quedase para que viese el tanatorio abarrotado.
P. Habla en el libro de la importancia de contar.
R. Pasqual Maragall salió y dijo: “Tengo alzhéimer”. Carlos Llamas cogió el micro y dijo: “Tengo cáncer, señores. Y voy a decir esta palabra con todas las letras: cáncer”. Es importante, primero, no tener miedo a contarlo, y luego que se pueda apostar por la investigación. Tú ahora sabes qué tienes que hacer para prevenir un cáncer de mama, un cáncer de colon. Qué puedes hacer ante los primeros síntomas del alzhéimer. Con el suicidio, como nadie dice nada, no hay herramientas. A mí me parece que son necesarias las herramientas para que tú sepas qué hay que hacer, y no silenciarlo.
P. Se le ha roto la voz varias veces durante la entrevista. Y es la primera de muchas.
R. Me encanta hablar de mi hermana. Escribir esto fue como tener dos vidas. Yo estaba haciendo radio normal [Mara Torres dirige y presenta El Faro en la Cadena Ser] y luego, cuando estaba escribiendo, tenía una profunda pena. Pero me encantaba estar con mi hermana, recordarla, hablar con ella. Y me encanta haber firmado este libro con ella. Mi hermana quería vivir. Y si algo he aprendido es que muchas veces no hay libertad en el suicidio: hay una tristeza que puede contigo, es la tristeza la que toma la decisión. Sé que es raro entenderlo. Sé que cada persona es un mundo. Pero hay algo en el caso de mi hermana: no es por un impulso y se ve claramente al leer el libro. Por todo lo que he leído de la Sociedad Española de Psiquiatría, de las asociaciones de familiares, de psiquiatras especializados en suicidio, terapeutas, psicólogos, es algo que se va gestando y si se hubiera tratado, igual ahora yo no hubiera escrito este libro.
El 1 de noviembre de 2013, 25 personas llevaron los restos de Aly, incinerada, a Cerler, uno de sus lugares favoritos. Allí una inscripción la recuerda. Su padre subió la montaña con las cenizas.
El teléfono 024 atiende a las personas con conductas suicidas y sus allegados. También ofrecen asistencia la Fundación ANAR (900 20 20 10), el Teléfono de la Esperanza (717 003 717) y el número de WhatsApp 666 640 665.
FOTO: Mara Torres, en Madrid durante la presentación de su libro ‘Recuérdame bailando’.Amelia Molina