14 mayo 2025

Lo que ha sucedido con la ministra de Educación Pilar Alegría no es que las redes sociales las cargue el diablo, con su anonimato de chulos escondidos detrás de una X para proteger su vileza; es mucho más profundo y trasciende al intento de atacar a una persona con responsabilidad de gobierno.

La vituperan y la denigran por ser una mujer ostentando un poder que antes sólo era accesible para hombres. Ahí es donde le duele a la carcundia patria desatada en su furor misógino. Se fundan en el hecho circunstancial de que Alegría, en aquel tiempo Delegada del Gobierno, se hospedara en el Parador de Teruel donde también pernoctó Ábalos, dicen que supuestamente acompañado de varias prostitutas que destrozaron la habitación. Y reiteramos lo de supuestamente, porque hasta el momento nadie ha podido probar que este hecho se produjera. Pero lo grave es que la causa no va contra un vivales que pudiera haber usado dinero público para sus deleznables juergas privadas.  Aquí, quien ha recibido los insultos con perversa ruindad es la ministra Alegría, que tuvo la mala suerte de quedarse a dormir en el mismo hotel y que es una mujer, vaya por Dios.

No la acusan de mala gestión, sino de haber llegado al ministerio por medios tan repugnantes y de una vulgaridad tan extrema que no merece la pena mencionar. Esta situación demuestra que las estructuras patriarcales y la mirada androcéntrica que han distorsionado la verdad histórica siguen presentes y parece que aún no encontramos la manera de superarlas. No hace mucho releía la ‘Historia de la misoginia’, el brillante ensayo de Anna Caballé en el que recupera, entre otras, las afirmaciones del doctor Gregorio Marañón afirmando que “la mujer corriente está hecha para el amor y la maternidad, pero no para intervenir -si no es accidentalmente- en las luchas sociales, ni para cambiar el curso de las cosas con las creaciones de su cerebro”.  Entre otras razones, argüía, porque somos unas histéricas.  Era 1924 y lo aplaudieron, como a otros. Pero, precisamente por eso, ahora, cuando las evidencias de su desatino llenarían una enciclopedia sólo con las biografías de las mujeres silenciadas en su época esgrimiendo tal cretinez, no se puede tolerar que demos ni un paso atrás.  Es urgente frenar a estas hordas de odiadores profesionales que buscan restringir los espacios de la mujer por el medio que sea.

Resulta imprescindible trabajar para formar personas completas y complejas, capaces de construir sus relaciones fundándose en el respeto y la normalización de la igualdad. La clave seguramente está en empezar a hacer cambios significativos precisamente en el Ministerio de Educación para erradicar cualquier patrón sexista y visibilizar en las aulas lo que han representado a lo largo de las Historia de España las mujeres que han ido en vanguardia, aquellas que pueden ejercer como referentes excepcionales para que las nuevas generaciones no sigan replicando estos comportamientos deleznables fruto de la estulticia misógina. Cada día está más claro que seguimos rodeadas de un machismo latente, disfrazado con buenas palabras en público, pero rotundo en su perfidia cuando se enconde entre las sombras donde no existe control. Ahí es donde se revela tal cual es, donde despliega esa podredumbre ética a la que tiene la obligación de enfrentarse con inteligencia y cohesionadamente un Estado de Derecho digno de cualquier sociedad moderna y civilizada.