«VIVIR COMO SE PIENSA» por Remedios Sánchez

Hubo un tiempo no muy lejano en que teníamos en muchos países líderes carismáticos, gestores de lo público que, con la palabra justa, desde su dignidad incorruptible y apoyados en sus certezas, trataban de convertir en realidad algunas de las utopías por las que habían luchado.
Existieron -aún existen- hombres y mujeres de mirada limpia capaces de hacer de la política un espacio de debate ideológico honorable que beneficia a la sociedad en su conjunto porque respetan al que no comparte sus opiniones y tratan de buscar puntos de entendimiento sabiendo que, por encima de ellos, está una cosa que se llama bien común. Van, claro, a contracorriente, en un mundo en el que soñar parece cosa de adolescentes o de ancianos, de quien empieza la vida o de quien va poco a poco cerrándola; lo que pasa es que eso no es exactamente así: todos tenemos expectativas, anhelamos secretamente que algo cambie y que, en cascada, vaya transformando el resto de la realidad por eso que llaman el ‘efecto mariposa’. Pero el miedo a que nos defrauden nuevamente frena que se exprese públicamente. Por eso ha sido tan importante la labor de pedagogía sociopolítica de José Mujica, el recientemente desaparecido expresidente uruguayo.
Necesario es decir que a José ‘Pepe’ Mujica le gustaban las mariposas. Las admiraba en silencio, revoloteando entre las rosas florecidas en la puerta de su chacra, esa casita humilde en el suburbio que, junto a su viejo escarabajo Volkswagen y un trozo de tierra para plantar crisantemos y verduras, eran sus posesiones materiales. Lo llamaron “el presidente pobre” quienes no entendieron la diferencia entre pobreza y sobriedad, entre extravagancia financiada con el sudor de otros y coherencia con el ideario y la realidad de su pueblo. También criticaron su desprecio por el capitalismo salvaje dominante, por ese pensamiento claro de frases contundentes detrás de sus ojos azules, evidencia de la voluntad incorruptible del que no codicia lo del otro.
Ahí residía su excepcionalidad: en ser un hombre reflexivo y tranquilo, un sabio que no se sabe bien cómo llegó a ser presidente de un país, aunque fuera chiquito y sin petróleo. Desde el inicio de su mandato, ejerció el cargo con apasionada entrega y una pulcritud ética ejemplar, liderando una nación humilde, caracterizada por sus suaves colinas que se funden con playas cristalinas, y que hoy se destaca como la más segura del continente. No serán ricos sus habitantes, no habitarán mansiones, pero la mayoría de su clase dirigente tiene algo que todos ambicionamos: capacidad para dialogar y llegar a acuerdos. No fue fácil: tuvo que trabajarlo Mujica con perseverancia, cuidando cada gesto, cada frase con precisión de orfebre, con el mismo amor que labraba su parcela o que acariciaba a su perrilla. Pocos líderes tan carismáticos conocerá esta generación y menos aún que tengan su trascendencia, su mérito. Un mérito que no reside exclusivamente en lecciones desde las tarimas sino en el ejemplo que implica su modo de interpretar el mundo, de entender lo que supone servir a la comunidad con vocación y compromiso verdadero, sin estridencias.
Ahí está lo excepcional de su legado, en haber dedicado los últimos cincuenta años -siempre inasequible al desaliento- a que comprendiéramos que las revoluciones más eficaces se construyen con paciencia desde la naturalidad, cultivando flores, reivindicando la emoción pero, especialmente, viviendo como se piensa.