«NOTICIAS DE LA GUERRA» por Remedios Sánchez

¿Cómo será la amanecida de una ciudad en guerra, ese olor a muerte en las calles vacías, el humo en la distancia, desdibujando el paisaje de edificios con balcones de hollín y una pared que ya no existe? ¿De qué forma sobrellevarán las noches de incertidumbre quienes no pueden salir del círculo del miedo, sitiados entre escombros, aguardando a que regresen los obuses? Sin esperanza, con convencimiento.
¿Cuándo descansarán los niños que observan aterrados la tragedia y no entienden las razones, ese morir por nada inútilmente, al compás del silbido de las balas? ¿Quién frenará la sangre derramada, los nombres del dolor y la tragedia? Parece que nadie, porque sólo las víctimas cargan con el peso de la destrucción; esas víctimas que nos son indiferentes, una cifra más sin rostro ni apellidos, que se suma a una lista interminable. Porque los conflictos bélicos, tantas confrontaciones como se vienen produciendo en Gaza, Irán, Ucrania, Sudán, Etiopía -por sólo mencionar algunas naciones como ejemplo- parece que han dejado de importarnos. La conciencia se va adormeciendo mientras las armas de destrucción masiva revientan cualquier posibilidad de cambio.
Desconozco la manera en que hemos logrado que la geografía del sufrimiento nos sea ajena, esa capacidad para quedarnos indiferentes frente al horror y a la desgracia siempre y cuando se mantengan a distancia y no nos estropeen la siesta. Pero tal vez ha llegado el momento de reflexionar cómo es posible que todo se acepte con esta absoluta naturalidad que revela un modelo de sociedad individualista y anestesiada, capaz de banalizar el mal, que diría Hannah Arendt.
Este mundo delirante en que vivimos camina por el borde del precipicio de la deshumanización cada vez que permite que los poderosos aniquilen países enteros únicamente por decisiones geoestratégicas, porque hay que mantener ocupadas a las empresas armamentísticas o simplemente para desviar la atención de las problemáticas internas de cada cual. Tanto da, cuando el resultado es el mismo: abandonar en su desesperación a los que no tienen nada, crímenes de lesa humanidad a los que nunca se hará justicia y una catástrofe que afectará a varias generaciones.
Desde el niño que corre buscando la comida entre basuras que quedará marcado para siempre si sobrevive, a la anciana que mira al cielo por si allá arriba encuentra explicación a las torturas a las que han sometido a sus hijos.
Y nosotros los observamos mientras esperamos a que se enfríen las lentejas desde este mundo huxleyano, como si entrara dentro de la normalidad, de una lógica que es ajena a la razón, cada crisis humanitaria, tanto desamparo. Ese es el extremo de degradación ética que nos circunda: asumir sin cuestionamiento lo que sucede, mientras, quienes ni siquiera sabrían deletrear el nombre de las urbes arrasadas por sus drones, tratan de convencernos -sin hacer tampoco grandes esfuerzos- de que resulta razonable este nivel de miseria moral. Entonces, aunque sea sin quererlo ni darnos cuenta, con nuestro silencio colectivo nos convertimos en partícipes indirectos del drama, en parte del problema global y sin defensa posible. Desnudos de alma, vacíos, sin dignidad y sin conciencia.
Photo: UN/Shareef Sarhan