14 diciembre 2025

Años cincuenta, un pueblo junto a La Campiña cordobesa, aturdido en la eterna siesta de la posguerra, unos veranos tórridos que nos maceraban en sudor y agobio. Y el contrapunto de aquel calor infernal era todo un concepto casi metafísico: el fresquito, esa brisa mínima que llegaba con la noche y los grillos. Las casas recalentadas por la solanera del día; las ventanas casi tapiadas para evitar el calor; la necesidad de salir a donde corriera el aire refrescante… y en ese contexto aparecía la tertulia de vecinos que tras la cena se reunía a charlar hasta que la conversación distendida parecía propiciar un descanso necesario y merecido, que no siempre era posible en aquellos colchones de lana.

Era un tiempo en que apenas había tráfico y sentarse en la puerta no era el riesgo que es actualmente. Tampoco había llegado un televisor a cada casa, y la puerta estaba tan cerca que había que aprovechar el fresquito, poco o mucho, que nos regalara la noche. Bastaba con sacar una silla y sentarse. Allí había anécdotas, conversación, entretenimiento asegurado, y de cuando en cuando, aparecía la pareja de la Guardia Civil, que de un vistazo nos identificaba con el mosquetón al hombro. “Todo en orden”, decía el subordinado al cabo, y seguían la ronda a controlar las otras tertulias que había pocos metros más allá, cada una, una especie de club privado no siempre abierto a según qué vecinos, que los pueblos tenían sus rarezas y sus criterios selectivos.

Mis hermanos mayores se apresuraban a salirse tras el postre porque secretamente se fumaban un cigarro que ya les tenía preparado el amable vecino de enfrente sabiendo que no tenían un céntimo. Mis padres, que sabían el motivo de tanta prisa, daban un margen razonable para no pillarlos in fraganti. A veces pasaban por allí algunos amigos y nos uníamos a ellos en paseos hasta el parque, donde había un frescor especial debido al riego y una multitud de luciérnagas y grillos que nos entreteníamos en buscar.

Cuando volvíamos a la tertulia de nuestra puerta ya faltaban algunos integrantes, pero a veces había nuevos miembros, vecinos cercanos que dando un paseo habían sido acogidos y disfrutaban de una silla. 

Era frecuente que la conversación llevara a una crítica feroz contra alguien, normalmente acusado de sinvergüenza, de maleducado si era un hombre y de ligera de cascos si se trataba de una chica. Una de las señoras que pasaban por la tertulia y se consideraba merecedora de silla (normalmente, me tocaba sacarla a mí, que soy el pequeño de mi casa) tenía un truco infalible. Preguntaba si alguien del grupo tenía relación con determinado personaje del pueblo. Si alguien contestaba que sí, se deshacía en elogios, pero si no había ningún pariente ni amigo, decía cínicamente: —Pues hagamos historia, y ponía verde al susodicho.

A veces, se cortaban trajes tan despiadados que alguien dio en llamar a aquel grupo La sastrería, aunque lo más común era hablar del tiempo y de los estudios de las respectivas proles, pero el verano era largo y daba para muchos temas y muchos matices.

Un momento estelar era la riada de gente que salía de los cines de verano. Venían comentando escenas vistosas de la película y nos informaban sobre si merecía la pena ir al día siguiente, anticipándose varias décadas a los foros y redes de nuestro tiempo. El remoloneo de las parejas de novios para que la masa los adelantara daba mucho que hablar. Era de ver el nerviosismo que les producía comprobar el silencia que se hacía en el grupo a medida que se iban acercando y el movimiento del cuello siguiendo el avance de los jóvenes, de forma que al llegar a la tertulia, decían un apresurado Buenas noches y un instante después las conversaciones se reanudaban y acababan con ese silencio acusador. 

 Por estas fechas he leído en Ideal que en Santa Fe se impide a los vecinos sacar las sillas y tomar el fresco, como se hacía antes, cuando la televisión no existía y había una singular cohesión de vecindad. Pienso que vivimos en una sociedad demasiado individualista como para impedir que los vecinos se relacionen, hablen de sus problemas, intercambien chismes y, ya puestos, corten trajes a la medida de la realidad.  Como en mi vieja sastrería

Publicado en Ideal el mes de julio

FOTO: Una imagen de vecinos de un pueblo en la puerta de sus casas.https://www.elespanol.com/invertia/opinion/20210827/pueblo-volvemos-pobres/606809317_12.html