«LA ANGUSTIA DE DANIEL» por Remedios Sánchez
Se llama Daniel, tiene once años y un juzgado granadino ha decidido no escuchar sus razones para no regresar con su padre a Carloforte, en el suroeste de Italia.
La jueza considera que no es oportuno oírlo relatar cómo este individuo lo maltrata y que vive aterrorizado estando con él. Es decir, lo que explica en esa carta que se ha hecho pública al no poder explicarse directamente ante quienes tienen la responsabilidad de velar por sus intereses. Porque parece que no conviene que lo diga en sede judicial, ya que, según se argumenta, podría provocarle un perjuicio
psicológico. Como si la guerra legal que soporta desde los dos años no le hubiera dejado ya cicatrices profundas en el alma, un daño que será muy difícil que supere. Tanto a él como a su hermano mayor, que durante casi una década denunció constantemente lo mismo, sin que tampoco se le prestara atención y que, en cuanto ha alcanzado la mayoría de edad, ha puesto mil kilómetros distancia, reafirmando que sufría habitualmente agresiones psicológicas y palizas habituales.
A la luz de estos datos, resulta difícil no reconocer la necesidad de que Daniel acceda urgentemente a los canales adecuados para expresar su angustia, siempre con el apoyo de profesionales especializados, de que se sepa lo que está pasando. La ley española establece como prioridad la protección del interés superior del menor; y este amparo es aún más urgente cuando, como en este caso, la situación es tan grave como para que el progenitor debe comparecer ante la justicia en septiembre acusado por la fiscalía italiana de maltrato y lesiones continuadas precisamente a este niño.
Como ahora sí que a nadie le puede caber en la cabeza que esto esté sucediendo, aporto el dato que falta: Daniel es el hijo menor de Juana Rivas, la vecina de Maracena que, en 2017, cometió el mayor error de su vida al no entregar a sus hijos en el punto de encuentro a Francesco Arcuri, convencida de que así los protegía. En su desesperación no valoró las consecuencias futuras, esta campaña ejemplarizante aplicada en torno a su caso y que ahora afecta a los hijos, verdaderas víctimas de una situación tan dramática como kafkiana. Digo kafkiana porque el escritor checo explicó con meridiana claridad en su ‘Carta al padre’ cómo lo destrozaron las humillaciones paternas: “el mundo para mí se dividía en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo bajo leyes que solamente se crearon para mí y que, además, no sabía por qué, nunca pude cumplir enteramente; luego, un segundo mundo que estaba infinitamente lejos del mío, en el que vivías tú, ocupado de gobernar, dar órdenes y disgustarte cuando no se obedecían; y, finalmente, un tercer mundo, donde el resto de la gente vivía feliz y libre de órdenes y de obediencias». Lo reproduzco tal cual porque no he leído una exposición más rotunda de la manera en que se desgarra la inocente fragilidad de un niño, la manera en que queda marcado para siempre. Por eso, sin perjuicio de la presunción de inocencia de Arcuri, tal vez conviene tomar medidas preventivas. “Niño, palabra inerme, /indefenso vocablo y una risa/que hace brotar el agua de las fuentes” escribió Mariluz Escribano. Y, efectivamente, de eso se trata: de salvaguardar la patria que es la infancia de cualquiera que pretenda