Hacia un nuevo orden imperial
Con el trumpismo se está produciendo una reestructuración del orden internacional, de la primacía jerarquizada de la dominación mundial y las normas, con nuevas regulaciones apropiadas al nuevo poder imperial de EEUU. Se rompe la ilusión de que el orden internacional se debe regir por normas consensuadas —ONU y organismos internacionales— y criterios éticos, como los derechos humanos.
Ahora, desde el centro imperial, se dictan nuevas reglas… a beneficio de parte y como castigo político. Se genera el descrédito de la referencia universalista moral o de derecho internacional y derecho humanitario de las instituciones pactadas, con un nuevo reajuste de los grupos de poder dominante. Los derechos humanos y la democracia constituyen una referencia menor para implementar la política del más fuerte, que es el que impone su ley. El genocidio del Gobierno israelí al pueblo palestino, con la colaboración estadounidense y la complicidad europea, es la expresión más sangrante de este giro estratégico y ético.
Se produce un engaño entre la ciudadanía, por la fragilidad de las normas consensuadas en el ciclo anterior de la globalización neoliberal, del equilibrio hegemónico multilateral, con predominio de EEUU y socios europeos (y G-7), con virtualidad de su operatividad por organismos internacionales, como la ONU y su Consejo de Seguridad. Aparece la brutalidad del poderío trumpista, político-militar y geoestratégico, de las élites estadounidenses, aun con su poder económico comercial en declive, sin capacidad articuladora del conjunto del planeta, sin respuesta a los grandes retos ecológicos y sociodemográficos y con el distanciamiento del Sur Global.
Se comienza la transición hacia un nuevo orden hegemónico de la parte occidental (y Japón) y, sobre todo, el reajuste de los sistemas políticos, la democracia iliberal y sus élites, al igual que la propia dinámica comunitaria de la UE. Hay una recomposición de los grupos de poder ultras, la derecha tradicional y la interacción con las oligarquías económico-financieras-tecnológicas. Afecta al tipo de estrategias, cómo se elaboran y ejecutan las normas —órdenes, aranceles, armamento, materias primas—, así como las nuevas relaciones de poder —Oriente Próximo, Centroeuropa… Sur asiático, África, América Latina.
El supremacismo estadounidense
Las relaciones internacionales, más o menos multilaterales de esta última etapa de más de tres décadas de globalización neoliberal y dominio estadounidense, han sido relativamente estables… pero declinantes para EEUU, Europa —incluido el Reino Unido, que apenas ha mantenido su estatus de gran potencia económico-comercial—, pero con grandes desigualdades socioeconómicas, retos medioambientales, de integración social y convivencia intercultural y étnico-nacional. Existen fuertes brechas sociopolíticas y de liderazgo, estando las izquierdas debilitadas. Al mismo tiempo, se ha producido un creciente desafío económico-político chino (y de otros países). Así, para retomar la primacía estadounidense, su poder establecido se lanza a forzar la dependencia europea y frenar la insubordinación de los BRICS.
El rasgo autoritario adicional de Trump es la brusquedad de su método: la exhibición de su poderío, con su franqueza de América primero. No hay florituras argumentales universalistas, ni concesiones discursivas a la necesidad de legitimidad de las élites nacionales (europeas) subordinadas respecto de sus ciudadanías. El poder se impone, y el discurso también… aunque no convenza a la mayoría de la ciudadanía. Es el culmen del cinismo y el nihilismo moral, la destrucción de la democracia y la ética cívica. Incluso para Maquiavelo era necesaria una mínima legitimación para el poder soberano; ahora se fía al control mediático totalitario y antipluralista y a la segregación social y étnico-nacional.
Ante esas tendencias declinantes para el poder oligárquico estadounidense, resurge su supremacismo, solo dispuesto a delegarlo parcialmente con amenazas a sus súbditos leales, es decir, a ciertas élites europeas colaboracionistas sometidas a chantaje y en conflicto con la supuesta representatividad respecto de sus respectivos pueblos. Pero los nacionalismos ultras, o los grandes soberanismos oligárquicos europeos, con su dependencia y subordinación al dictamen imperial, reducen su propia legitimidad discursiva ante sus sociedades.
La contrapartida para garantizar una mínima aceptación ciudadana, con un control y manipulación de los aparatos culturales y mediáticos, son los supuestos beneficios económicos y políticos para sus oligarquías y estratos privilegiados, a costa de la segregación de las mayorías sociales y la fragmentación insolidaria de las ventajas relativas entre segmentos populares. Y ello no es sostenible a medio plazo.
Una perspectiva social y democrática
Europa dimite incluso de su pretensión de superpotencia autónoma y específicamente de referencia política, todavía más con un derrumbamiento estrepitoso de su legitimidad moral ante el genocidio en Palestina. Queda atada a los intereses geopolíticos y militares de EEUU, al amparo de su primacía internacional y su prepotencia autoritaria; así es vista por gran parte de sus poblaciones y, especialmente, por las del Sur Global.
Se ha debilitado el proyecto y el discurso convencional de la Europa social y democrática, como polo autónomo y pacífico de referencia mundial, basado en el derecho internacional, la cooperación y las reglas multilaterales pactadas. La rendición económica y estratégica de las élites europeas ante el reaccionarismo imperialista estadounidense ha quebrado su legitimidad social, con el broche de su complicidad ante el genocidio de Palestina. La presión autoritaria y regresiva está en marcha.
Se produce la descomposición de la ideología de centroderecha liberal, más o menos posibilista respecto del poder establecido, que gira hacia el autoritarismo postdemocrático e iliberal, aun con el refuerzo de elementos liberales y/o neoliberales autoritarios, conservadores y reaccionarios.
El ultraconservadurismo pugna y se alía con el nuevo neoliberalismo supremacista y neoimperialista, en un nuevo nihilismo moral. Pero no ofrece perspectivas consistentes para resolver los problemas de la humanidad y legitimarse ante sus poblaciones. El poder duro, coactivo y militar no es sostenible a medio plazo, menos ante las exigencias perentorias de grandes sectores del Sur Global. Es la tragedia de las élites europeas (y estadounidenses), que no pueden consolidar su poder estratégico en esta fase histórica, y están condenadas al fracaso, no sin provocar, quizá, fuertes sufrimientos humanos.
No todo está perdido para una perspectiva de progreso. Queda una base social y una cultura democrática, pacífica y solidaria en la ciudadanía europea, así como los intereses de las mayorías populares y los proyectos y fuerzas sociopolíticas progresistas y de izquierda. Es necesaria otra Europa: social, democrática y solidaria.
Por Antonio Antón
FOTO: Imagen de archivo de Von der Leyen, Starmer, Alexander Stubb, Zelensky, Trump, Macron, Giorgia Meloni, Friedrich Merz y Mark Rutte, en el Cross Hall de la Casa Blanca.DPA vía Europa Press
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