22 noviembre 2024
        Tengo el serio defecto de creer que un estado no puede suspender las libertades fundamentales por ninguna razón. Mucho menos, un particular.

Tal vez sea un ingenuo, pero me molestaba cada cierre judicial de la añorada revista Triunfo, la que me formó críticamente; tampoco me hicieron ninguna gracia la amenaza de muerte a Salman Rushdie ni el atentado contra Charlie Hebdo cuando publicaron contenidos que a un sector del Islam le parecieron blasfemos; ni el cierre de una sala que exponía fotografías sobre pasajes del Nuevo Testamento, imágenes llenas de desparpajo e ironía. ¿Cómo podía yo aceptar el incendio de cines por el hecho de que se proyectaban películas en que la Guardia Civil quedaba muy malparada (el cine Asuán de Jaén, que proyectaba El crimen de Cuenca, o el granadino Regio, por proyectar El caso Almería). Tampoco me ha gustado jamás la abierta censura de la época franquista ni veo justificable la Ley Mordaza de este gobierno de nuestros pecados, ya en plena democracia (o eso debemos creer).

Censura. Tira cómica de QuinoCensura. Tira cómica de Quino

       Nuestro país lleva a cuestas una trayectoria de censura ejercida sobre películas, libros, creaciones de artistas plásticos, fotógrafos, músicos, titiriteros, etc. Cualquier campo de la creación puede sufrir el arañazo de alguien que se cree en posesión de la esencia de la verdad y, en consecuencia, ataca a aquello que considera desviaciones de esa suprema verdad, en él representada.

Portada del primer número de El PaísPortada del primer número de El País

       Con la noticia en varios medios de la presencia de Juan Luis Cebrián en el turbio asunto de los llamados papeles de Panamá, estalla otra forma de censura, para mí inimaginable. El gran gurú de la verdad periodística, de la defensa de la libertad, de la prensa bien hecha, se querella contra Ignacio Escolar. Es su derecho: para eso está la justicia. Pero además, lo veta de la tertulia nocturna de La Sexta y ordena que nadie de la SER acuda a medios desafectos. Y eso no está a su alcance. Eso son maneras de cualquier padrino calabrés, de cualquier magnate americano o de cualquier oligarca. Eso es una venganza personal que convierte al propio Cebrián en su caricatura, con las deformidades de la prepotencia, el aire de señorito intocable y cacique de los medios. España, cada día un poco más miserable, se traga otro sapo inmundo e inmoral.

       Llevo leyendo El País desde su aparición (precisamente hoy hace cuarenta años), aunque últimamente lo veía bastante descafeinado, tanto que me di de baja en la suscripción que mantuve varios años. Además, veo con frecuencia los debates de La Sexta, así como El Intermedio y, por otra parte, no hay quien me quite los noticiarios de mediodía de la SER. Dicho de otro modo, la cacicada de Cebrián me descoloca. Me gustaría boicotear a estos medios, pero entonces perdería por completo mis referencias informativas, como ya he perdido a uno de mis ídolos. Me pregunto qué más me queda que ver y qué ídolos con pies de barro se me irán cayendo de mi idoloteca personal.

Fotograma de Ciudadano KaneFotograma de Ciudadano Kane

       Cebrián me ofrece, desde hace unos días, una imagen nueva. La del amo y señor feudal de los medios del grupo PRISA. Lo asocio, con cierta náusea, a aquel Ciudadano Kane que en el último suspiro intentaba recuperar la inocencia perdida por medio de la palabra “Rosebud”. Me pregunto qué dirá Cebrián cuando le llegue es último instante de lucidez, cuál será su “Rosebud”. ¿Tal vez: Libertad de prensa? La vida puede reírse de sí misma con este tipo de ironías.

Alberto Granados

Cebrián y su “Rosebud”