Víctor Ayllón Cáliz y sus cuentos de “En busca de la nada” por Jose Alberto Granados

He terminado muy recientemente un libro de relatos, En busca de la nada (Granada, Editorial Artificios, 2016, 180 págs.), prologado por el cantaor Juan Pinilla y escrito por un autor hasta ahora desconocido para mí: Víctor Ayllón Cáliz.

Sólo al leer las notas de la edición he conocido algún detalle de la biografía del creador: nacido en Huétor-Tájar, bibliotecario accidental, jugador del club local de balonmano que llegó hace décadas a la segunda división nacional, concejal y, actualmente, abogado en ejercicio. Así mismo, he sabido que ambos vamos juntos en un libro colectivo de relatos dedicado a Teresa de Ávila y aparecido el pasado otoño.

en busca de la nada portada

        He leído con verdadero placer los relatos contenidos en las cuatro divisiones del libro. Un ritmo ágil, unas tramas que saben superar el costumbrismo local y que muestran al lector un vastísimo panorama humano que es, y al mismo tiempo no es, ese conjunto de vecinos hueteños que aparecen en estas historias cercanas y llenas de ternura. El autor lo aclara en el capítulo de agradecimientos: “A tantos hueteños que me han hecho gozar con sus his­torias y anécdotas. A los que pululan por las plazas, por las calles y los bares del pueblo, que sin pedirles licencia he utili­zado como improvisados actores de mis relatos.”. Y es que En busca de la nada escarba en esa herida gozosa que es el pasado colectivo, al que sus paisanos van a recuperar algo del paraíso y la infancia perdidos, tal es la calidez que he encontrado en estos cuentos. La nota promocional asegura que Ayllón crea un “Macondo del poniente granadino”. Con alguna restricción (creo que no existe aquí la magia espectacular que el gran Gabo creó para envolver en un aura de irrealidad su Macondo colombiano), es cierto, pues la atmósfera narrativa de los relatos nos muestra un Macondo hueteño lleno de recuerdos, anécdotas, referencias y personajes perfectamente diseñados (tal vez evocados) que exhiben ante el lector sus gozos y sus sombras, sus sueños, sus contradicciones y sus grandezas.

     En el prólogo, Juan Pinilla hace un acertadísimo análisis en que sitúa el Huétor Tájar de estos cuentos a la altura de los lugares literarios de muchos autores consagrados (el Macondo de Gabo, Mágina de Muñoz Molina, Azinhaga de Saramago, etc.) para concluir que “el fuerte poder descriptivo de la prosa de Ayllón Cáliz y su capacidad para penetrar en el sentido oculto de las cosas, revelará un Huétor Tájar poético, un pueblo que representa el sitio de la humildad, la zahúrda de la memoria, la desafección del artificio, iluminado por una pertinaz luz lírica, pertrechado de historias, de rincones que hablan por sí mismos, de personas y leyendas. El lector que no pertenezca a estos lares podrá embriagarse sin ambages con el jugo que desprende el corolario socio-sentimental de este bello municipio que emerge de las entrañas de la vega de Granada”. Acierta plenamente el cantaor en su análisis.

Huétor Tájar (imagen de huetortajar.org)

Huétor Tájar (imagen de huetortajar.org)

        La primera parte, que contiene cuatro relatos, está narrada desde el punto de vista de Carlos (trasunto del autor) y desde su atalaya de la Plaza Ole nos acerca a los años juveniles del narrador: cómo fue salvado de ahogarse en el Genil por alguien a quien jamás pudo darle las gracias (El chato), las vivencias del servicio militar en Armilla (El dieciocho), las deliciosas confesiones de un anciano sobre los amores de juventud (Veinte kilómetros cuesta arriba, para mí uno de los mejores cuentos del libro), o la biografía doliente de un luchador que no encontrará jamás la suerte (Vida de Rosco). Las referencias a un pasado rural y mísero, a la música y costumbres de los setenta, a unas formas de vida hoy desnaturalizadas, a un pasado que se dejó lo mejor en el camino, barrido por el progreso.

       Esta entrañable sección da paso al segundo punto de vista narrativo, el de Ramón, un chico alejado del mundo que padece síndrome de Asperger. No es la primera vez que se escribe sobre enfermedades mentales, pero Víctor Ayllón lo hace con una enorme y eficaz sencillez, creando al personaje y su universo con notable maestría. No resulta fácil ahondar en los misterios de un alma enferma, pero el intento queda mucho más que superado, constituyendo un conjunto de siete fragmentos o subcapítulos de gran calidad donde conocemos el infierno de inadaptación de estos chicos.

       La tercera parte tiene el musical título de Todo tiene su fin y está constituido por tres relatos. El primero nos habla de una figura hoy desaparecida de los pueblos: el tratante, un hombre que hacía de mediador en los tratos de fincas, casas o ganado a cambio de un  porcentaje. Hoy se les llama mediadores o conseguidores. Paco el Cebollas, el personaje de Ayllón, es un experimentado tratante que tiene miles de recursos para ganar siempre, pero al final encuentra la astuta horma de su zapato en Virtudes, una mujer sencilla y enérgica que sabe más que él. Paco el Cebollas es otro de los mejores cuentos del libro, por ese último y magistral golpe de efecto con que se cierra. En La última taberna, el tabernero y el cliente habitual, un parado, muestran dos caras del fracaso, de la claudicación absoluta, en tanto que en Ciudad feliz se vuelven las tornas y la constancia consigue derrotar al nuevo sistema urbano. La crisis económica planea sobre estos cuentos.

       La última parte se acerca a una forma corta de novela histórica. De naturaleza epistolar, arranca con el manuscrito de un morisco que se asienta en Huétor Tájar y cuenta los motivos y las circunstancias de su expulsión de Granada. Ya en el siglo actual, se difunde el contenido del documento. Un manuscrito, dos cartas convencionales y un desenfadado correo forman las cuatro divisiones de este apartado final, lleno de humor y frescura.

Víctor Ayllón Cáliz

Víctor Ayllón Cáliz

 

       El conjunto muestra una panorámica de varias décadas de la vida de unos personajes (reales, inventados o tal vez a medias) que luchan por su propia supervivencia frente a un sistema injusto y cada vez menos humano. El enamoramiento que pervive desde la juventud, la solución numantina con que Rosco combate el embargo que amenaza esa casa y ese olivar conseguidos a base de mucho esfuerzo, la astucia de Virtudes, la presencia de doña Carmela, la maestra llena de dulzura y comprensión, el chico escasamente desenvuelto que descubre durante la mili la ciudad y sus posibilidades, el aislamiento voluntario de Ramón, aquellos ojos de una cortijera que don José no consiguió olvidar desde su juventud y mil y un detalles más, llenos de ternura, de sentimiento de impotencia ante lo injusto, de triunfos compartidos con el personaje… de vida, en síntesis, vida con minúscula, pero real, palpitante y efectiva. Es el gran mérito de este conjunto de relatos que recomiendo sin el menor reparo por su enorme calidad literaria. Para mí ha sido un descubrimiento que agradezco y al que deseo el reconocimiento que sin duda merece.

Alberto Granados

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