El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 en Chile tal vez constituya mi primera vivencia política, mi primera revolución interior, mi primera conciencia grave de la injusticia.

Lo atribuyo a tres motivos.

En primer lugar, yo andaba entonces estudiando Filología Hispánica en el Colegio Universitario de Jaén. Toda una legión de compañeros y profesores empezaba a militar en aquello que se llamó Plataforma Democrática o en partidos clandestinos de izquierda. Ese es el origen de mi toma de postura y el golpe chileno, la muerte del “compañero Presidente”, la fealdad moral de la nueva Junta Militar presidida por Pinochet… todo eso formó un compacto nódulo en mi conciencia que aún me emociona al recordarlo.

En segundo lugar, la cercana revolución de los claveles nos había hecho soñar con un régimen de libertades que, con mayor o menor simpleza, veíamos presente en el Chile de Allende, tan lejano del agonizante franquismo, dentro del que nos sentíamos agobiados.

Un último factor: acababa de terminar mi servicio militar (junto a mi amigo el poeta Miguel Cobo Rosa), lo que había ahondado aún más mi aversión al estamento castrense y su absurda cosmovisión.

Por todo ello sentí que el derrocamiento de Allende, su muerte (unida a la de Neruda), la tragedia del pueblo chileno… eran una enorme tragedia que me acercaba para siempre al país andino. Muchos años después, sigo leyendo emocionado los últimos mensajes que emitió para la nación diciendo que jamás se rendiría, alentando a la ciudadanía chilena a mantener el camino de las reformas emprendidas, llamándola a la calma… siendo el indiscutible líder que fue.

Salvador Allende en el Palacio presidencial de La Moneda

Hoy hace cuarenta años de la caída de Salvador Allende. Cuatro décadas de algo que jamás ha dejado de estar presente en mi mente. De ahí que estos “cuaversos” de hoy vayan ligados a su recuerdo.

ALLENDE

Para matar al hombre de la paz

para golpear su frente limpia de pesadillas

tuvieron que convertirse en pesadilla

para vencer al hombre de la paz

tuvieron que congregar todos los odios

y además los aviones y los tanques

para batir al hombre de la paz

tuvieron que bombardearlo hacerlo llama

porque el hombre de la paz era una fortaleza

 

para matar al hombre de la paz

tuvieron que desatar la guerra turbia

para vencer al hombre de la paz

y acallar su voz modesta y taladrante

tuvieron que empujar el terror hasta el abismo

y matar más para seguir matando

para batir al hombre de la paz

tuvieron que asesinarlo muchas veces

porque el hombre de la paz era una fortaleza

 

para matar al hombre de la paz

tuvieron que imaginar que era una tropa

una armada una hueste una brigada

tuvieron que creer que era otro ejército

pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo

y tenía en sus manos un fusil y un mandato

y eran necesarios más tanques más rencores

más bombas más aviones más oprobios

porque el hombre del paz era una fortaleza

 

para matar al hombre de la paz

para golpear su frente limpia de pesadillas

tuvieron que convertirse en pesadilla

para vencer al hombre de la paz

tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte

matar y matar más para seguir matando

y condenarse a la blindada soledad

para matar al hombre que era un pueblo

tuvieron que quedarse sin el pueblo.

 

(Mario Benedetti)

El recuerdo del hombre-pueblo quedó adherido para siempre en mi conciencia y en mi toma de postura política, sin que haya cambiado un ápice hasta ahora, cuando ya soy menos fogoso, más reflexivo y moderado. Es decir: más viejo y más sabio.

Alberto Granados

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