22 noviembre 2024

El uso de agua sin restricciones ha crecido dos veces más deprisa que el aumento de la población en el siglo XX

El agua es un recurso particular. No solo porque es imprescindible para nuestra existencia y la de nuestro entorno sino porque al contrario del aire que respiramos o la energía que emite el sol se trata de un recurso finito que se renueva constantemente. El vaso de agua que ha tomado hoy es la misma agua que bebió un dinosaurio hace millones de años.

Es pues un recurso finito pero insustituible. Hay que repartirlo entre todos los que habitamos este planeta, seres humanos –cada vez más numerosos– y nuestro entorno natural, cada vez más deteriorado.

 El ser humano utiliza para sí mismo, es decir, para uso doméstico, tan sólo el 11% del consumo total de este limitado recurso. Hay otro 19% que se emplea en la industria y en la generación de energía. El grueso de este preciado líquido, alrededor de un 70%, es consumido por la agricultura (en el más amplio sentido del concepto: incluye ganadería, piscicultura y silvicultura) y en algunos países dicho porcentaje alcanza hasta el 90% del uso total. En esos países –los más pobres– la mitad del agua empleada para la agricultura se pierde por evaporación al regar mientras que la otra mitad aplaca la sed de los campos de cultivo. La agricultura es, al mismo tiempo, causante y víctima de la escasez de agua. Los cultivos de regadío generan el 40% de las cosechas, pero es el sector sobre el que recae el 84% del impacto económico de la sequía.

El uso de agua sin restricciones ha crecido a nivel global a un ritmo vertiginoso: dos veces más deprisa que el aumento de la población en el siglo XX.Y cuando estamos a punto de entrar en la tercera década del siglo XXI, la presión demográfica, el ritmo de desarrollo económico, la urbanización, la contaminación y la pérdida indiscriminada de agua debida a una mala gestión están ejerciendo una presión sin precedentes sobre la principal fuente de vida del planeta. Si a esto le añadimos el fuerte impacto del cambio climático y la transformación de las dietas, –del consumo de cereales y tubérculos hemos pasado al de proteínas animales, que requieren diez veces más agua para su producción– el resultado es que en muchas regiones ya no es posible el suministro de un servicio de agua fiable.

Este último dato es el que nos debería preocupar más. La FAO prevé que la producción de alimentos a partir del riego crezca en más del 50% para 2050, pero la cantidad de agua extraída por el sector agrícola puede aumentar sólo un 10%, siempre que seamos capaces de utilizar el agua de forma sostenible y no como hasta ahora. Ese incremento, traducido en alimentos, significa que serán necesarias 1.000 millones de toneladas más de cereales y 200 millones de toneladas más de carne para cubrir la demanda.

Son cifras brutales: para producir un kilo de carne hacen falta 15.000 litros de agua. En 2014 se produjeron 314 toneladas según la FAO, es decir, que sólo en producir filetes se invirtieron casi 5.000 millones de litros de agua. Para producir un kilo de arroz hacen falta 1.500 litros de agua. En 2017 se produjeron 754 toneladas de arroz. Para producir un kilo de patatas bastan 150 litros, para uno de tomates 80.

El crecimiento constante de la población obliga a producir más comida mientras las señales de alerta del planeta piden reducir el impacto medioambiental de la producción de alimentos. Ese impacto se traduce, entre otras cosas, en la contaminación de los recursos hídricos. A la necesidad de producir más se ha respondido con un aumento de la irrigación. Según datos de la FAO, de los 139 millones de hectáreas irrigadas en 1961 se ha pasado a 320 millones en 2012. Además se ha intensificado el uso de los suelos, y la utilización de fertilizantes y pesticidas se ha disparado siendo hoy 10 veces superior a 1960. Eso ha provocado que las aguas subterráneas de los ríos y arroyos cercanas a las zonas de cultivo cada vez estén más contaminadas.

Para producir un kilo de carne hacen falta 15.000 litros de agua; para producir uno de tomates 80

En los países desarrollados la contaminación del agua provocada por la agricultura y la ganadería ya supera a la provocada durante décadas por la industria. Por ejemplo, en la Unión Europea el 38% de los recursos hídricos están amenazados por la polución agrícola. En Estados Unidos es la principal causa de contaminación de ríos y arroyos y en China la contaminación de aguas subterráneas se debe esencialmente a la agricultura. En los países de bajos ingresos, en cambio, la principal causa de la contaminación del agua son las aguas residuales municipales e industriales, que son vertidas sin ningún tipo de tratamiento a ríos y lagos. Prácticamente el 80% de las aguas residuales de las grandes y las pequeñas urbes del planeta regresan al medio ambiente sin tratar. Por cada litro de agua con residuos se contaminan ocho.

Por eso hoy una de las grandes batallas de la sostenibilidad está en el tratamiento y reutilización de las aguas residuales. La FAO está entre las organizaciones que encabezan un movimiento que bajo el paraguas de iniciativas como la Nueva Agenda Urbana de las Naciones Unidas buscan impulsar la reutilización de las aguas residuales para luchar contra la alteración del ciclo del agua que está provocando el aumento de la escasez de este bien cada vez más preciado.

Pero además de para regar sus campos, el hombre necesita agua para beber y para su aseo personal. En los países industrializados, desde España a Estados Unidos, abrir un grifo y servirse un vaso de agua es parte de la rutina diaria pero en las áreas rurales de numerosos países de África o Asia ese gesto es sólo parte de las películas americanas que les muestran en televisión. En sus casas o no hay grifos o los que hay no les ofrecen precisamente agua segura. En 2015 aún había 663 millones de personas en el planeta que bebían de las fuentes de agua no mejorada, es decir, de pozos o manantiales no protegidos contra los residuos fecales o incluso de las aguas superficiales de ríos y lagos, consideradas las más expuestas a la contaminación.

Ocho de cada diez vivían en zonas rurales y prácticamente la mitad de ellos en el África subsahariana. Además 2.100 millones no tenían acceso a agua potable dentro de su casa, lo que les obligaba a desplazarse a diario en busca de agua –entre un minuto y más de 30 minutos– y 4.500 millones carecían de una letrina propia y acceso a alcantarillado seguro. Todas estas carencias tienen un impacto directo sobre la salud puesto que la falta de saneamiento seguro o agua potable favorece la propagación de enfermedades.

¿Habrá tierra, agua y capacidad humana suficiente para producir alimentos para todos? Según los cálculos de FAO los recursos existen pero si nuestra gestión del agua sigue siendo la misma que en 2018, habrá graves crisis de escasez de agua en muchos lugares del mundo. Seguir haciendo lo de siempre no es una opción viable.Para poder garantizar la seguridad alimentaria del planeta es necesario hacer cambios reales en la forma en la que se regula y usa el agua en la agricultura, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad que utilizamos.

2.100 millones de personas no tienen acceso a agua potable dentro de su casa

La FAO calcula que sería posible duplicar la producción actual de alimentos de aquí a 2050 utilizando de forma intensiva sólo los recursos de tierras y aguas que ya están dedicados a la agricultura pero para conseguir los resultados adecuados sería esencial hacerlo de forma sostenible, es decir, utilizando de forma eficaz los recursos de tierra y agua sin causarles prejuicios. Sin embargo, hasta ahora la excesiva presión demográfica unida a prácticas agrícolas insostenibles ha puesto en peligro muchos sistemas de producción agrícola.

La creciente escasez de agua es hoy uno de los desafíos principales para el desarrollo sostenible, y ese problema aumentará a medida que la población mundial siga creciendo y se intensifique el cambio climático. Está, además, cada vez más presente en el origen de conflictos regionales: numerosos expertos señalan que muchas de las guerras del siglo XXI tendrán como finalidad controlar este preciado líquido sin el que no podemos sobrevivir. Es ya una fuente constante de tensiones fronterizas, especialmente en Oriente Medio.

Frente al desafío de la escasez de agua, la comunidad internacional incluyó un objetivo específico de desarrollo sostenible (ODS 6) para el agua dentro de la Agenda 2030 aprobada por la ONU en 2015. Sin una mejora clara en la gestión del agua será imposible alcanzar los objetivos trazados por la comunidad internacional.

En pocas palabras, en efecto, puede haber agua para todo y para todos: pero sólo si la sabemos gestionar de forma apropiada.

Enrique Yeves es director de Comunicación de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).

Este artículo sirve de prólogo al cuarto libro de la colección El estado del planeta, editada conjuntamente por la FAO y EL PAÍS. Cada domingo se puede conseguir en quioscos y, además, por correo electrónico y aquí en EL PAÍS.