Hay lunes en que el artículo sale solo y las palabras se enlazan como las cerezas maduras porque el enfado pulsa las teclas con precisión de rabia, con voluntad de amparo, de defender lo que todavía nos queda de humanidad. Esta semana muchos la hemos empezado sin que se nos haya pasado la frustración de la anterior cuando, el lunes se murió Angelita.

Ya comprendo yo que, tal vez, la mayoría ande hoy analizando los resultados electorales que nos dejan con un regusto de amargura y de indefinición (es decir: tal cual estábamos), pero a mí la que me llama con sus ojos de mar hondo y triste, con un azul que traspasa, es Angelita, la anciana de cabeza noble con hilos de plata de la zona Norte, que tuvieron que subir a pulso nueve pisos entre tres hombres porque los cortes eléctricos dejan cada dos por tres a miles de residentes a oscuras y, claro, no funcionan los ascensores. Yo no la conocía, pero he leído con indignación contenida su pena en las páginas de este diario que es mi casa y me conmovió su mirada. Porque hay dos perfiles de personas a las que hay que proteger especialmente: los niños, que en su inocencia se merecen crecer y construir sus sueños; y los ancianos que merecen todo el respeto y toda la paz que podamos darles. Aunque sea por decencia.

Resulta evidente que la compañía eléctrica no sabe de esas cosas, de valores intangibles, de compromiso humano, de derechos, de protección de los débiles. Claro, estos valores no cotizan en bolsa aunque duelan en el alma de quien la tiene, como mi amigo Manolo, nuestro valiosísimo Defensor del Ciudadano, o el cura Mario Picazo. Por eso, ahora que es otoño y ha llovido para que el corazón del tiempo se encoja en la sonrisa de tímidos cipreses, no puedo dejar de pensar en una mujer de ochenta años, con los surcos del tiempo impregnando su cara y con una dignidad inmensa que no debieron perturbar las imposiciones empresariales y cuatro chorizos. Y me avergüenza que pasen los años y que no suceda nada más allá de que se perpetúen las injusticias y se trate de pervertir más aún la realidad de un distrito donde vive gente trabajadora, humilde, de pobreza limpia.

También viven allí, claro, unos cuantos individuos que han hecho de la droga una manera de enriquecerse, aunque sea a costa de convertir esa zona cada día un poco más en un gueto, en una versión granadina del Bronx con pandilleros enfrentados por el control de la marihuana mientras los vecinos asisten entre irritados y atónitos a lo que viene ocurriendo. Hoy, una sobrecarga, mañana los fusibles que saltan, y así el problema se eterniza, como todo en Granada. Pero esta vez la culpa no es del alcalde, ni de la Junta, sino de Endesa, que no puede presionar a todo un barrio no subiendo la potencia de red. Justos, como Angelita, por pecadores, no. Primero, hay que exigirles desde las instituciones que suban la potencia inmediatamente. Luego, quien proceda, debe ordenar a las fuerzas de seguridad el aumento de redadas para mandar a la trena a quien no respete las leyes, a ver si se le despejan las ideas. Se necesitan soluciones ya. Rápidas, eficaces, rotundas. Y para anteayer, señores, que mañana es tarde.

REMEDIOS SANCHÉZ publicado en el Ideal de Granada el 11/11 2019

foto: FERMÍN RODRÍGUEZ

A %d blogueros les gusta esto: