23 noviembre 2024

Mariluz Escribano: «Ahora es tiempo de paz. De paz y de memoria»

Mariluz Escribano Pueo (Granada, 1935-2019), profesora, poeta y narradora española, encuadrada en la Generación del 60, está considerada como la gran poeta del perdón y la memoria siguiendo la estela de Antonio Machado y ha sido recientemente nombrada Autora Clásica Andaluza del año. Gracias a la amabilidad, a la complicidad y al exhaustivo trabajo de la también profesora Remedios Sánchez, discípula de Mariluz —e hija intelectual, pues así la consideraba— y responsable de su legado literario, podemos hoy, en el tercer aniversario de Entre2vistas, rendirle nuestro humilde homenaje.

NOTA: Todas las respuestas de Mariluz Escribano están entresacadas de sus obras Umbrales de otoño, Jardines, pájaros. Artículos, Escuela en libertadEl corazón de la gacela, Geografía de la memoria y de su “Esbozo para una poética imposible”, publicada en La palabra silenciada: voces de mujer en la poesía española contemporánea (1950-2015).

Fernando Jaén: Estamos en abril, ese mes «lleno todo de flores amarillas» que diría Juan Ramón Jiménez. ¿Qué representa para usted el inicio de la primavera?

Mariluz Escribano: Pues sí. Razón tenía el poeta de Moguer. El mes inaugural de la primavera, el que abandona en nuestras manos las más claras sensaciones de esplendor en las hierbas, ha llegado para dejarnos entre los párpados pálidos de las madrugadas el color, la fresca noticia del olor de las primeras rosas y el canto divertido y prenupcial de los pájaros. Abril ha venido por los arroyos, los vallados, las colinas, el cementerio de los niños y por aquel huerto donde el amor vivía.

F.J.: Si la primavera le huele a jardín y tiene ese color rojo Granada que percibe en las calles, ¿qué sensaciones despierta en usted el otoño?

Mariluz Escribano: El otoño tiene un inconfundible aroma a goma de borrar, a lapiceros nuevos, a libros coloreados cuyas enseñanzas hay que alcanzar con esfuerzo y disciplina, con rigor y un encanto primero que irá desvaneciéndose en el aire niño de todos los escolares, esos pequeños seres enjaulados en los autobuses que recorren las calles de nuestras ciudades y en los que rematará el último sueño, ese que es el más dulce y el más prometedor y necesario.

Con la cara lavada, los calcetines rojos para no desentonar con el paisaje y los pantalones recién estrenados, el otoño, que deshace en amarillos sus arces, entra por la puerta grande de la escuela y se sienta, disciplinadamente, en un pupitre que tiene, como todo horizonte, la oscuridad de la pizarra. Atrás quedó el tiempo desinhibido y la libertad de las horas, el fragor del color y la luz. Atrás, sin que nadie lo perciba, van quedando restos de infancia. A medida que las madres le van quitando al otoño, o al niño, los últimos churretes bajo el chorro inclemente de la ducha, un trocito de niñez se pierde. Lo malo es que no sabemos a dónde va, ni cómo volver a encontrarla.

F.J.: Con el tiempo, parece que las ciudades han dado la espalda a los jardines. ¿Cómo ve ahora las grandes ciudades en las que vivimos?

Mariluz Escribano: La ciudad, allá abajo, con sus ruidos amenazantes y sus metálicos escándalos, respira mal. Hay una torturante sensación de que nos hemos convertido en seres extraños, incómodos para una ciudad que grita con aceros y con humos, con prisas desmedidas, con calles que nos llevan a lugares extraños habitados por seres de otras galaxias. Una ciudad de cemento que ya no es nuestra, que se nos aparece como hostil y extraña, y que ha crecido, deshabitada de nosotros convertidos en transeúntes ocasionales, despistados y tristes. Una echa de menos la lluvia, el agua redentora, el sol entre celajes húmedos, los charcos párvulos en las calles resecas, en los jardines ciudadanos, en los tejados de los paisajes de la ciudad antigua, guarnecida de bosques cipresales. Y, sobre todo, echo de menos, el paisaje lejano y blanco, albo como un milagro que se abre en la Sierra cada vez que el calendario señala que ya es llegado el tiempo del frío y de los vientos desapacibles.

Javier Gilabert: ¿Qué es para usted la poesía? 

Mariluz Escribano: La poesía, para mí, es un acto íntimo, una comunión que comparten dos personas que no se conocen, y ahí está la magia: quien escribe con quien lee; no en los recitales, sino en la soledad compartida que es el resguardo de cada cual. Y ahí no caben los triples saltos morales, los artificios de pirotecnia. Ahí nos desnudamos de verdad. En mi poesía la historia tiene mucha importancia. La historia vivida y la historia perdida, el sufrimiento de las muertes sin sentido de aquella guerra, la represión y la lucha contra esa represión que dejó tanto sufrimiento, los fantasmas de un pasado que no debe olvidarse para que no se repita.

«Escribo desde mi libertad, como quiero y cuando quiero»

J.G.: ¿Y cómo concibe la figura del poeta en una ciudad como Granada? ¿Cómo se ha mantenido siempre ajena a estéticas y tendencias y ha logrado finalmente convertirse en una poeta de referencia en la literatura contemporánea?

Mariluz Escribano: Ser poeta es implicarse en la realidad cotidiana, empezando con la de una misma, una forma de ser y de estar en el mundo. Y puedo hacerlo, porque desde siempre escribo desde mi libertad, como quiero y cuando quiero, porque nunca he buscado nada más que responder a una inquietud que vive dentro de mí. Al margen de corrientes estéticas y de grupos, yo soy un verso libre. Me he sentido muchos años, como decía Gloria Fuertes, una isla ignorada, aunque ahora tengo la suerte de que me lean. Es un premio, un lujo.

F.J.: Mariluz, en sus poemas, la madre es la figura central que intenta dar normalidad a un caos, protegiendo al hijo del horror. Su madre era la auténtica resistencia, resistiendo incluso a las duras condiciones laborales de una maestra. ¿Cómo lo conseguía? ¿Cómo la recuerda?

Mariluz Escribano: Mi madre, Luisa Pueo, defendía su pan y su trabajo en las aulas. Como no me atrevo a hacer yo el panegírico que merecería, sólo diré que, en aquellos años dificilísimos de la posguerra, la Escuela Normal estuvo gravemente amenazada de desaparecer. El franquismo no parecía tener interés en cubrir vacantes de profesores y mi madre hizo frente a la situación impartiendo clases de todas las asignaturas, salvo de las de Ciencias, con la finalidad de que una institución como aquella no muriera por consunción. Se puede entender, sin explicación alguna, que aquello no significaba remuneración extraordinaria aparte. Mi madre, que fue una mujer valerosa, no pasará a la historia. No fue más que una viuda de guerra de la que yo podría contar muchísimas más cosas.

A ella le dediqué estos versos: “Con su afanoso amor por ordenar la casa/y conservar la harina de los racionamientos,/los retales,/los hilos/y la esperanza intacta. …//… la luz insomne de mi madre,/su silencio de flor,/su soledad de pájaro./Yo la miraba estar,/nunca quieta,/gozosa,/amasando la blanca pobreza de la harina.”

J.G.: Háblenos de su obra. ¿Qué le llevó a publicar por primera vez cuando ya contaba con más de cincuenta años? 

Mariluz Escribano: Nunca he sido una poeta al uso, soy un caso raro. Yo empecé a escribir tardíamente de acuerdo a lo que se entiende por concepto generacional, allá por los inicios de los años setenta. En ese tiempo, tenía treinta y cinco años y cuatro hijos (el quinto llegó poco después). Me dedicaba, fundamentalmente, a sostener una familia, a dar clases en la facultad a todas horas (entonces era la Escuela Normal) y, en mi tiempo sobrante, estaba implicada en los movimientos ciudadanos de Granada.

«La historia de Granada es la historia interminable de espacios amenazados y perdidos»

J.G.: Así me consta: luchó durante casi toda su vida por Granada. Y no sólo lo hizo desde su posición como columnista de prensa o como activista cultural. He leído que estuvo no pocas veces “en primera línea de fuego”. ¿Podría compartir con nuestros lectores alguna de esas “batallas” que tuvo que librar?

Mariluz Escribano: Desde Mujeres Universitarias [colectivo liderado por Mariluz Escribano entre 1973 y 1979], a mediados de la década de los setenta del siglo pasado, luchamos denodadamente y supimos defender, frente a la codicia, el dinero y la pésima gestión política de un alcalde franquista que quiso robarnos un espacio público que nos pertenecía a todos, para hacer en él un hotel de lujo. La historia de Granada es la historia interminable de espacios amenazados y perdidos.

Luego, en el año 78 del siglo pasado, cuando todavía coleaban los ayuntamientos franquistas y un horizonte de uniformes grises protegía los desafueros y las cacicadas —recuérdese aquí el asunto del Carmen de los Mártires—, un grupo de mujeres montamos una manifestación de protesta tan espontánea como inusual por aquellas calendas. El motivo lo debe conocer muy bien, pues es tema recurrente en la prensa: la tala de más de doscientos árboles —plátanos en concreto— que sombreaban graciosamente la hoy llamada Avenida de la Constitución. Aunque estábamos cargadas de razones, por aquellos años las expresiones públicas de los sentimientos populares no sólo estaban prohibidas, sino penadas. De aquella encendida protesta algunas mujeres salimos zarandeadas y sin esperanza alguna de que tanto el alcalde Pérez-Serrabona como el Gobernador Civil Leyva, escuchara nuestros gritos de indignada rebelión. Es más, tanto Soledad Montes, como yo misma estuvimos a punto de ser atropelladas por el coche del Gobernador cuando, cercado el Gobierno Civil por nuestros gritos, salió  a toda velocidad del palacio, huyendo de la entrevista que pacíficamente intentábamos conseguir.

F.J.: Es una reconocida defensora de la naturaleza. Ha criticado abiertamente la tala de los árboles de esta ciudad, el descuido de los jardines, de los animales y en concreto de los pájaros. ¿Qué representan para usted estos mensajeros alados?

Mariluz Escribano: Los mundos que descienden del cielo hasta los jardines o los árboles ciudadanos constituyen un libro abierto para las deducciones climatológicas y está bien que los pájaros nos orienten, en este mundo tan descabalado, de lo que puede ocurrirle a nuestros cuerpos y a nuestros paisajes en un abrir y cerrar de ojos. Barómetros del cielo, los pajarillos hacen algo más que cantarle a la vida, vivir de lo provisional y pasarse de rama en rama junto al frescor de las fuentes o los arroyos. Este país cainita para todo lo que se refiera al mundo animal, bate un récord importante en el conjunto de países que conforman la Unión Europea: mata más de sesenta y cuatro millones de pájaros cada año. Nadie parece conmoverse ante la vida frágil y valerosa de un pájaro que no hace más que cantar y ejercer la libertad, como nadie, en un mundo cada vez más dogmatizado por las normas y las leyes coercitivas. ¡Tanto como tendríamos que aprender de las avecillas alegres y canoras en la soledad de los jardines, jugando en las enramadas o bajando a comer el pan de la paz de los parques ciudadanos!

F.J.: Si hay algo que iguale su pasión a los libros, es el amor por los animales. Creo que tiene usted un perro al que, literalmente, le gusta Cortázar —risas—.

Mariluz Escribano: Hace muy pocos días llegó a mi casa la publicación que la editorial Crisol ofrece a los lectores amantes de lo diminuto y de las curiosidades bibliográficas. En esta ocasión estaba dedicado al autor de ‘Rayuela’ y tenía (y tiene) por título ‘Historias de Cronopios y de famas’, libro escrito en 1962. La verdad sea dicha: «¡Cuán poco dura la alegría en la casa del pobre!». Apenas me di cuenta de que Coco, entusiasmado con el nuevo amigo que había ingresado en la casa, se estaba comiendo con fruición y delirio, dignos de mejor causa, el Crisolín de Cortázar. No hubo forma de quitárselo de entre los dientes y estuvo más de dos horas masticando y tragando el papel delicado de la edición. Me tomé el asunto con paciencia y me dediqué a contemplar el frenesí, nuevo para mí,  con el que mi perro celebraba al escritor argentino. En fin, un episodio que no por pintoresco me hace dudar del entusiasmo literario de mi perro que nunca jamás anduvo en estas andanzas teniendo, como tiene, y muy a su alcance, una biblioteca bien surtida y apetitosa. Seguramente eso de los ‘Cronopios’ le resultó, cuando menos, exótico.

«Las historias se escriben, también, con abandonos, con gestos de desprecio, insolencias, desdenes»

F.J.: Conocía bien a Elena Martín Vivaldi, y la suya era una amistad cómplice, verdadera, sosegada y generosa. ¿Cómo se puede recordar una amistad así cuando ésta nos abandona?

Mariluz Escribano: “Que no se olvide nada”. Y para no olvidarla, nos juntamos anoche unos amigos. Releímos sus textos y sonaron campanas de amistad por las calles. Volaron campanarios y la noche detuvo los latidos de las altas palomas, grises como las nubes, dormidas en aleros, mientras el cielo turbio envolvía la tarde con música de lluvia traspasada de niebla. Que no se olvide nada, decías no sé dónde, testigo como fuiste de las noches inquietas, de las ventanas ciegas y apagadas, consciente de la muerte que todo lo silencia y lo olvida y lo mata. “Hay que nombrarlo todo”: la tristeza, la angustia, el dolor, el arroyo, el llanto y la sonrisa, el amor y el olvido, las veredas, los árboles y las flores amadas, las rosas en tapiales y los nombres queridos, sobre todo los nombres. Porque luego, más tarde, todo será silencio sobre la paz hundida de los sepulcros blancos. Todo será silencio y triste y amarillo. ¡Ay, Elena, qué cerca te sentimos anoche mientras hacíamos guardia sobre tu nombre altísimo, sobre tus versos claros, tu perfil de muchacha y el valor de tu estirpe! Nadie que no comprenda estaba allí sobrando y hubo ausencias notables sobre tu rostro triste. Las historias se escriben, también, con abandonos, con gestos de desprecio, insolencias, desdenes. Pero, en aquella tarde, estábamos los justos, cómplices de tus noches y tus versos, esos que hablan del tiempo que se va entre las manos, que pasa y primavera, que pasa y es otoño, que pasa y es invierno.

F.J.: Escribe Elena Martín Vivaldi acerca de la plaza Bib-rambla, «Tilos que sois la plaza y enhebráis a la plaza,/barreras entre el sueño y el toro de la vida». ¿Qué representa esta plaza para usted y para nuestra ciudad?

Mariluz Escribano: La plaza de Bib-rambla, es un lugar para compartir la vida, es decir, para hablar sin que nada ni nadie nos apremie y borrar la soledad de los días, el cansancio de las calles ruidosas, la ausencia de palabras y las prisas de los comercios. Las gentes se sientan en los bancos y las terrazas, con voluntad de aproximación, para conversar, hablar del tiempo o de las flores, de libros y problemas que tienen apellidos familiares, de amigos lejanos hacia los que se reserva una miga de recuerdo afable. La plaza es un foro en el que no se discute ni se encienden los ánimos. Debajo de los tilos, dentro de su sombra densísima, con un cielo teñido de azul Prusia crepuscular, sólo cabe que los interlocutores se miren a los ojos y remansen su vida en la conversación intrascendente o interesante, esa que nos descansa y reconforta. El recinto nos obliga a una disciplinada actitud ciudadana que no puede ser transgredida porque la zafiedad lo situaría en gravísimo peligro de muerte. En la plaza también entrelazan sus juegos los niños despiertos y las palomas inquietas y todos trazan en el aire sosegado la geometría completa de un ir y venir constante cuya última intencionalidad desconocemos. Bajo las ramas olorosas de las flores de los tilos se descubren los vidrios de los vuelos pajariles y se escucha el bronco golpear de las campanas de la iglesia Catedral. Todo ello constituye el trasfondo de un tiempo detenido e inmutable. ¿Cuántos siglos llevan signando el horizonte ciudadano estos  bronces oscuros? ¿Qué paciencia relojaria y contempladora de siglos y de gentes? Hasta la última vibración de sus campanas la recoge el transeúnte desde la ausencia de otros rugidos desgraciados en la ciudad. El paseante de la plaza, el que se sienta ante una jarra de fría cerveza o un plato de churros calentitos, es consciente del paréntesis de vida que está viviendo, de la transitoriedad de las horas que marcan los bronces de las altas torres catedralicias. La plaza de Bib-rambla está hecha a la medida del hombre y eso reconforta el corazón mientras miramos la reciedumbre verde de los tilos.

F.J.: Una de sus pasiones es pasear por Granada, por su calles empedradas, al encuentro de una imagen, de un olor. ¿Nos puede descubrir alguno de sus paseos?

Mariluz Escribano, de niña, en la Alhambra
Mariluz Escribano, de niña, en la Alhambra

Mariluz Escribano: Es un buen tiempo para pasear las calles y las plazas, subir a las alturas de un Albaicín blanco –ese pueblo encastrado e independiente en el corazón de la urbe- o dejar que nuestros zapatos caminen por las arboledas desnudas de los paseos que conducen al monumento nazarí, ese secreto a voces de yeserías y columnas de mármol, que nos está vedado a muchos granadinos cada vez más en franco retroceso ante las dificultades del acceso y las multitudes que impiden el deleite de su contemplación desde el silencio y el recato. Desde que la Alhambra se ha convertido en un producto mercantilista y está regida por criterios economicistas, el granadino, amante del sosiego, vuelve la cabeza,  contempla a lo lejos sus torreones y prefiere pasear por sus aledaños mientras la sueña dentro del silencio de los estanques y las estancias abiertas al paisaje. La Alhambra se ha convertido para muchos en la castración de un sueño, en un mundo perdido, en un lugar de imposible retorno. Sin embargo, aún es posible el paseo tranquilo por los recovecos de la ciudad antigua, por las callecitas sombrías detrás de cuyas esquinas siempre acecha un catarro y donde todavía malviven artesanos, gentes sencillas de conversación amena, tiendecitas que surten de frutas y verduras a los más próximos vecinos. Después tendremos tiempo de salir a la luz de las plazas, al claroscuro del sol jugando con las ramas desnudas de los árboles. Y podremos sentarnos a conversar en un velador de un café antiguo, o con pretensiones de tal, en torno a la rubia cerveza que nos consuela del frío. Todavía, en Granada, se puede pasear sin que el suelo que pisemos sea de plástico.

F.J.: Hace unos años cerraron, para la docencia universitaria, la antigua facultad de Medicina de la Avenida de Madrid, donde pasé mis seis años de carrera. Un edificio al que le tengo un cariño especial, lugar de encuentro, estudio y salas amarillas de autopsias. Usted estudió, durante sus años de vida universitaria, en el Palacio de las Columnas. ¿Cómo de importante es el lugar donde aprende a madurar su espíritu?

Mariluz Escribano: El jardín interior del Palacio de las Columnas hervía de pájaros y rosas, hierbas diminutas y magnolias yeso nos compensaba a los estudiantes de Filosofía y Letras de la pesadumbre de los exámenes próximos, de la disciplina tediosa de los diccionarios, de la quietud obligada del estudio sistemático y exhaustivo. Viví entonces aquellos momentos de estudio en el palacio, como acontecimientos que se inscriben en la más ajenada normalidad, como si nunca jamás en mi vida tuviera la imperiosa necesidad de recordarlos, cosa que hago en estos instantes, cuando constato la diferencia que va de ayer hoy, cuando soporto el adocenamiento, la vulgaridad y el mal gusto que se ha apoderado de algunos lugares de cultura con el falaz argumento de las bondades de su extensión a amplias capas sociales.

Pero déjenme que recuerde aquel tiempo de cultura y de arte, de estudio paciente y concentrado durante cinco cursos que, inevitablemente, desembocaban en un mes de flores, el de junio, en el jardín escondido de un espacio privilegiado. Porque de bien nacidos es reconocer la fortuna de que gozamos los alumnos de aquellas promociones: estudiar en un palacio de mármoles y herrajes, maderas nobles; espejos y pinturas, salones reservados y decorados con muebles y grabados ingleses. Muy lejos, con seguridad, de lo que sucede en la zafia fealdad de algunas Facultades universitarias edificadas muy recientemente, en las que alumnos y docentes soportamos las consecuencias de una arquitectura pobretona, dislocada y horrenda. En estas circunstancias es difícil que los espíritus se expandan y crezcan en el conocimiento de lo humanamente valioso, de aquello que permanecerá después de los libros y que no está en los libros de sabiduría ocasional y pasajera, ni en los apuntes apresurados y las sobadas lecciones que repetimos, incansables, un año tras otro, un poco desalentados, un tanto escépticos, los docentes. Es verdad que algunos profesores ejercemos nuestro trabajo con la fe del carbonero. La juventud que se hacina en nuestras aulas podrá, sin duda, con todas las dificultades derivadas de una vida académicamente más pobre. Sin embargo, quiero creer que el conocimiento imprescindible y la belleza irrenunciable a la que, sin duda, tienen derecho los alumnos transitan, aunque con mayores dificultades, por su historia personal que es la que, definitivamente, importa.

«La enseñanza en las escuelas significa, hoy día, atravesar un camino pedregoso y lleno de dificultades administrativas y oficialistas»

J.G.: La escuela española está en crisis. Durante su etapa como formadora de maestros ha sido testigo de la promulgación de un sinfín de leyes educativas que, desgraciadamente, no han hecho sino empeorarla. ¿Cómo percibe la realidad educativa actual? 

Mariluz Escribano: La enseñanza en las escuelas significa, hoy día, atravesar un camino pedregoso y lleno de dificultades administrativas y oficialistas que dificultan enormemente la indispensable creatividad de los maestros que dedican más tiempo a rellenar cuestionarios y seguir normativas sobre programaciones, que a los propios alumnos. La libertad que es buena para todo en esta vida, se encuentra especialmente aherrojada y encerrada en la jaula de las disposiciones oficiales que emanan de los Gabinetes de Orientación Pedagógica de la Consejería de Educación de la Junta, en los que, como es natural, proliferan los pedantegogos (Gregorio Salvador, con toda su autoridad académica, inventó el palabro) que creen saberlo todo y coaccionan y pontifican sobre lo divino y humano, y dicen trabajar para un material tan sensible como son los niños o los jóvenes. La libertad creativa de los excelentes maestros que existen en nuestras escuelas, se pierde en las arenas movedizas de las disposiciones  recogidas en los Boletines oficiales, en la normativa inacabable y asfixiante que pretende formar maestros clónicos y alumnos tan deficientes como exasperados.

F.J.: De su faceta como profesora se recuerda, entre otras muchas virtudes, su amor a las palabras, a las viejas palabras. ¿Qué significan éstas para un docente?

Mariluz Escribano: La palabra, pletórica de indignación o de amabilidad es estimulante, suscita curiosidad y dudas, cosas ambas que conducen inevitablemente al conocimiento, a la más amplia posesión del mundo, a la libertad de un pensamiento cómplice. Sembrar desde los encerados palabras diáfanas o contundentes o hermosas nos va a conducir hacia los conocimientos deseables que, a lo peor, dormían el sueño de la conformidad. Vocablos para ponerse de acuerdo, establecer las bases de una sólida amistad verdadera, manifestar con templanza los desencuentros, para hacer más rico el pensamiento del interlocutor. Nos hacen más libres y más capaces. Como en un cuento que está por escribir, los alumnos se irán convenciendo de la magia que supone atrapar palabras en el aire claro de la clase, esas palabras sugeridoras, amables o contundentes a las que damos el nombre de “monedillas de oro” y que iremos guardando en el arcón de nuestros secretos más amados. En definitiva, palabras-herramienta que necesitamos urgentemente para entender el mundo, hacerlo más asequible o cordial. Palabras para sentirnos poseedores de la libertad irrenunciable y necesaria, para conocernos mejor a nosotros mismos. Y en eso estamos. En que nuestros alumnos crezcan en sabiduría a través del lentísimo trabajo de las pizarras y los diccionarios.

J.G.: La memoria histórica es en la actualidad un concepto que se utiliza como arma arrojadiza entre los integrantes de ambos extremos del espectro político. Casi un siglo después, aún no se ha logrado reconciliar a “las dos Españas”, y parece que no avanzamos mucho en ese sentido. A usted le tocó vivir, sufrir lo peor de aquella época, —no puedo dejar de evocar a las figuras de sus padres— y sin embargo, siempre se posicionó, desde la palabra y la acción, a favor de la conciliación. ¿Veremos algún día la herida restañada? Desgraciadamente, vivimos una situación que exige de nuestros gobernantes que trabajen codo con codo para encontrar soluciones a corto, medio y largo plazo. ¿Qué necesita nuestra sociedad para caminar unida en la misma dirección? 

Mariluz Escribano: Lo tengo escrito: “Después de tantas lluvias/y atardeceres claros/ ahora es tiempo de paz. De paz y de memoria”. 

J.G. a Remedios Sánchez: En 1923 se cumplirán 100 años de la muerte de Andrés Manjón, fundador de las escuelas del Ave María. ¿Cuál fue la relación de Mariluz Escribano con la obra avemariana? ¿Existen puntos de conexión entre su forma de entender la pedagogía y la del recientemente nombrado Venerable burgalés? 

Remedios Sánchez: En el cincuenta por ciento del origen de Mariluz está la obra manjoniana pues su padre, Agustín Escribano, vino a Granada gracias a don Andrés. El padre Manjón era de Sargentes de la Lora, y Agustín Escribano, el hijo de un agricultor de Pedrosa del Príncipe, un pueblo a ochenta kilómetros. Don Andrés le dio la oportunidad de venir a Granada siendo niño y de estudiar en las aulas del Ave María (la que ahora se conoce como Casa Madre). Allí se formó en la pedagogía activa manjoniana; después estudió Filosofía y Letras -sección Geografía Historia- en la Universidad de Granada, aparte de Magisterio y nunca se olvidó del ideario de la institución avemariana, que se aplicó claramente en su etapa como Director de la Escuela Normal de Maestros de Granada. Más tarde, los hijos de Mariluz estudiaron en Ave-María de la Quinta (ella decía que eran quinterillos) y en diversas ocasiones hemos colaborado para proyectar lo que representa la impresionante obra social y educativa del Ave María en Granada: organizamos un congreso al efecto en el que intervino Mariluz hablando de su percepción de cómo se implementa la docencia en la institución manjoniana; luego, cuando en EntreRíos hicimos un monográfico dedicado a los niños, Mariluz decidió que lo ilustraran los niños del Ave María, que fueron igualmente protagonistas en la presentación del mismo.

«En el cincuenta por ciento del origen de Mariluz está la obra manjoniana»

J.G. a Remedios Sánchez: A pesar de lo que se ha avanzado en este sentido, ¿siguen siendo la literatura y la poesía un espacio donde las mujeres tienen que luchar más que los hombres por encontrar su sitio? 

Remedios Sánchez: Rotundamente sí. Basta mirar los manuales escolares donde el número de poetas de las que se habla al alumnado es, sencillamente, ridículo. Se están perpetuando los roles patriarcales mientras se mira para otro lado. Pasa igual en editoriales, en premios, en la vida literaria en general. Hacía falta dar un puñetazo en la mesa, volver a revisar la biblioteca, y en ello estamos.

J.G. a Remedios Sánchez: Usted no sólo es la albacea y la gestora de los derechos de autor e imagen de Mariluz Escribano. Antes de que ella se fuera, ya llevaba años dedicándose a reivindicar y proyectar obra. ¿Le costó mucho?

Remedios Sánchez: El esfuerzo que hubo que hacer en su día para visibilizar a Mariluz Escribano como poeta esencial, como la poeta de la paz y la concordia civil, la mejor heredera de Machado, fue ímprobo. Partíamos de una situación muy compleja: sus primeros libros: Sonetos del alba (1991), Desde un mar de silencio (1993) y Canciones de la tarde (1995) estaban agotados. Y había que vencer algo más: su propia resistencia a darse a conocer, a proyectar su obra. Las estructuras patriarcales de poder literario municipal en Granada habían hecho en ella un daño casi irreparable en el valor que ella le daba a su poesía. Lo hicieron igual con Elena [Martín Vivaldi] con aquello de “las cosicas de Elena” cada vez que publicaba un libro. Mariluz dejó de publicar poesía entre 1995 y 2004 (en que publicamos la reedición de sus Sonetos del alba). Y después hay otro largo silencio poético, hasta 2013. En realidad hay un silencio creativo poético de más de veinte años. Y existen razones para ello.

J.G. a Remedios Sánchez: ¿Podrías darnos algún dato sobre esto?

Remedios Sánchez: Te cuento algo que tengo grabado a fuego en la memoria: en noviembre de 2012, un día en que me encargó buscar en un cajón un documento, me encontré un fajo de papeles escritos a máquina. La fecha, años setenta, unos, y ochenta, otros. Como soy curiosa por naturaleza, ella era mi maestra desde que la conocí en 2002 y estaba a un metro de mí sentada en un sillón, empecé a ojearlos mientras Mariluz me miraba con una sonrisa nostálgica. Vi que era un poemario y le pregunté si era suyo.  Me dijo que sí, pero que lo había enviado a algunas editoras institucionales (dos en concreto, que no citaré) y no había tenido fortuna porque, seguramente, no tenía interés. Pregunté si podía leerlo y me dijo que naturalmente, si tenía tiempo… Yo ya era su hija intelectual entonces, porque como tal me trató siempre. Al terminar, no daba crédito. Pedí permiso para enviarlo por mi cuenta a una editorial de primer nivel. Ella se reía mucho de mi fe y mi entusiasmo anticipando la respuesta negativa. Se equivocó: Hiperión lo publicó de inmediato con el título de ‘Umbrales de otoño’. Y ganó el Premio de la Crítica en Andalucía. Ahí empezó todo y desde ese momento volvió a escribir (y publicó en Valparaíso, Visor, Calambur…). A pesar de que la enfermedad ya había hecho mella en su salud, recobró la confianza y después han venido poemas capitales suyos: “Escribiré una carta para cinco” o “El tiempo” (de El corazón de la gacela), “Cuando me vaya” (de Geografía de la memoria)… Y, naturalmente, me dejó seguir buscando entre sus documentos, siempre. Ella decía que eran mis documentos. Así me convertí en su crítica de cabecera (Remedios sonríe como quien sabe que es dueña de un secreto que no puede contar) porque su mano derecha, como reza en la dedicatoria de un libro anterior, ya lo era.   

J.G. a Remedios Sánchez: En 2021, Mariluz Escribano es la Autora Clásica Andaluza del Año. ¿Qué actividades se van a llevar a cabo en torno a su figura?

Remedios Sánchez: Muchas, Mariluz tiene que tener su sitio en la literatura y vamos a dárselo entre todos. Ella, en vida, ya logró el Premio Andalucía de la Crítica, la Medalla de Oro al Mérito de la Ciudad de Granada, la Bandera de Andalucía, el Premio Granadinas por la Democracia, el Premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras… Y porque llegó tarde, que si no… 

Empezamos hace años la investigación sobre su trayectoria, hay tesis en marcha y estudios de diferentes colegas sobre su obra que ella pudo ver. El nombramiento como Autora Clásica del Año le puede sumar, qué duda cabe, pero de eso no debo hablar mucho ahora. Lo que sí puedo decirte es que en 2021, dado que 2020 la vida se nos paró, vamos a reforzar el lugar de Mariluz Escribano en el canon español con una antología nueva a cargo de Fernando Valverde (a quien ella quería como amigo verdadero y estimaba como poeta en igual medida), con una selección de poemas para niños que a ella la hubiera hecho feliz y que está a cargo de la profesora almeriense María del Carmen Quiles, con diferentes actividades que Daniel Rodríguez Moya -por quien igualmente tenía un gran aprecio- y yo tenemos pensadas para el Festival Internacional de Poesía, con un congreso de cierre del año y algo que creo esencial: sus obras completas en las que estoy trabajando ahora mismo. Éstas, entre otras cosas que van a ir llegando. La alta dignidad de la poesía de Mariluz Escribano tiene un largo recorrido con lo que, tengo (tenemos) mucho trabajo por hacer. Contamos con apoyos esenciales porque Diputación de Granada, Ayuntamiento, el Patronato de la Alhambra, la Delegación de Fomento, Cultura y Patrimonio Histórico y la que para mí es la empresa granadina que mayor compromiso tiene con la cultura —no estoy autorizada a decir su nombre aún— están apoyándonos. Se constata que en esta provincia y en esta ciudad, cuando se quiere, podemos hacerlo bien con nuestros/as intelectuales esenciales, esos que han hecho la verdadera historia de esta ciudad en los últimos sesenta años. Claro que para eso es imprescindible que estén las personas adecuadas, al margen de ideologías, en el cargo idóneo. Es lo que sucede ahora mismo y estoy muy agradecida a esas instituciones y a esas personas en concreto.

J.G. a Remedios Sánchez: ¿Crees que la pandemia está interfiriendo en este merecido homenaje de las letras andaluzas?

Remedios Sánchez: No, la pandemia, no. Debe quedar claro que vamos a hacer actos en el 2021, en el 2022, 2023… sea o no Autora Clásica del año que sea. Lo que interfiere es otra cuestión que debo dejar arreglada en las próximas semanas. Pero la llama de Mariluz  y su poesía es inextinguible. Es la voz de la conciencia civil que se pone en pie para que hacer justicia a la memoria después de demasiados silencios, de muchos miedos. Por eso Mariluz está viva, eternamente viva en su palabra precisa y necesaria. Ella heredó de su padre una bandera, yo la he heredado de ella para protegerla (como le prometí) con el cuidado exquisito que merece y, poco a poco, los lectores la han ido incorporando a su biblioteca personal de autoras imprescindibles tanto en España como en Latinoamérica. Sus versos “Cuando me vaya / habré perdido tantas cosas,/ que creceré en trigal por no morirme”, créeme, son premonitorios. Y solo acabamos de empezar.

Poemas de Mariluz Escribano

DESDE UN MAR DE SILENCIO

En el niño el misterio es su mirada intacta
que adjetiva la savia del húmedo futuro, 
cuando alcanzar al hombre es nombrar la tristeza 
y sentir como el tiempo suprime los pronombres. 
El niño es el regreso a un espejo de hierbas 
con senderos que surcan un sol indeclinable 
que los pájaros vencen con sus vuelos oscuros. 
El recuerdo camina con sus pasos de lino 
por la laguna inmensa de sus puras pupilas, 
y como el mar regresa, 
con vocación de ola, 
a posarse en la densa penumbra 
de los sueños. 
Y es así que esta tarde, 
Cuando me miro y siento los puñales del tiempo 
Con esquinas de múltiples alfileres de agua 
que me cosen la boca con heridas pequeñas 
con sosiegos, silencios 
y soledades claras 
Cuando no tengo a nadie a quien cantarle un verso 
O darle una limosna de beso remansado, 
con quien hablar de nada 
con serena tristeza, 
leo a Guillén y pienso: 
el amor fue mi casa, 
quiero decir mi madre, 
con sus andares lentos, 
con su afanoso amor por ordenar la casa 
y conservar la harina de los racionamientos, 
los retales, 
los hilos 
y la esperanza intacta. 
Necesario es decir que mi madre cantaba. 
Yo no sé si cantaba para olvidar escombros, 
ruinas, 
          muertes, 
                         tristeza, 
                                        guerras, 
                                                     hombres, 
                                                                   palabras, 
telarañas del tiempo, 
sangre no regresada, 
pero yo la miraba desde el patio llovido, 
sentada en la terraza, 
cuando el otoño alzaba una luz de madera, 
y pensaba: es mi madre, 
definitivamente, 
y mi madre es mi casa. 
Detrás de los visillos silenciosos y albos, 
náufragos en el aura dorada de la tarde, 
habitaba la luz insomne de mi madre, 
su silencio de flor, 
su soledad de pájaro. 
Yo la miraba estar, 
nunca quieta, 
gozosa, 
amasando la blanca pobreza de la harina.
Otras veces, tocaba, sosegada, el piano 
o cosía con leve puntada primorosa 
para evitar la dura pobreza de las telas. 
La casa era modesta, 
pero mi madre hermosa, 
con sus gráciles manos como ríos o arroyos 
que trabajan la inmensa desolación del tiempo. 
Su cuerpo se poblaba de fantasmas insomnes 
de tristezas de hilo guardadas en baúles 
y recordaba siempre, con mirada de sueño, 
la palidez de agua de su infancia de musgo. 
La nostalgia era en ella sustancia de madera, 
persistencia de algas sobre los ojos limpios.
Mi madre era la fuerza sideral de los hondos
caminos de la espiga alejada del agua. 
Y es que yo la miraba desde el patio llovido,
cuando la superficie de la tarde moría, 
y sabía que ella reposaba un momento 
y leía despacio a Miguel de Unamuno. 
Y ahora, cuando no vuelve, 
cuando la llamo y nada 
presagia su palabra de inmediata costumbre, 
desde el patio la llamo, 
desesperadamente, 
y sólo el mar responde, 
es decir, sólo el viento, 
quiero decir la brisa, 
aquella que movía su pelo, levemente, 
mientras la luz de otoño deshacía 
la suave penumbra de los arces.

(De Desde un mar de silencio, 1993)

VI

¿A quién doy mi corazón cansado,
doliente, en soledad y estremecido?
Lo doy por nada, porque va vencido
y aun vencido lo siento enamorado.

En tan largo silencio, desvelado,
acumula tristezas y va herido:
pájaro bajo el alba perseguido
que vuela hacia una nube esperanzado.

Mayor la pena si más alto el vuelo,
afanoso de alzarse a la alegría
de alguna luz que le quebrante el duelo.

Y pues que está muriendo en desconsuelo,
cegado por la sombra de la umbría
huido va, bajo el azul del cielo.

(De Sonetos del alba)

LOS OJOS DE MI PADRE

Los ojos de mi padre, 
mirándome en la patria cereal de  los trigos,
en un tiempo de cunas
mecidas por el viento de la guerra,
mirando cómo crezco
en los abecedarios
y conquisto sonidos primitivos
balbuceos, palabras necesarias,
porque él me empuja y vuelve,
desde su corazón y sus espigas,
su corazón de tierra y manantiales,
patria de tierra y gritos apagados.
Mi padre es un silencio que mira como crezco.
Sus manos me conforman,
me miran la estatura,
la dimensión del cuerpo,
averiguan gozosas
que me elevo en trigal.
Las manos de mi padre
tocan mi cuerpo y cantan,
y yo sé que me acunan
con nanas de caballos,
con la salmodia triste del judío,
del converso que habita por su sangre.
Pero paseo con mi padre.
Abandono en sus manos
mis manos tan pequeñas, 
y al calor de su sangre
mis pulsaciones tienen
una ambición de tiempos.

En las luces inquietas de la tarde,
al borde de la noche,
vamos pisando hierbas, territorios,
ríos como torrentes, manantiales,
horizontes donde la niebla habita,
paisajes metalúrgicos y bosques,
ciudades, vientos, cordilleras,
blancas constelaciones.
Camino con mi padre.
Me nombra a las palomas,
pájaros migratorios,
aguanieves que rozan las praderas,
alcaudones de viento,
golondrinas, gorriones, avefrías.
Y todo  pasa y llega de su mano,
y a mi infancia regresa
el calor confortable de su sangre.

Cuando llegan los días de septiembre,
láminas del otoño,
las madrugadas frías y estrelladas
detienen sus palabras.
Pero es sólo un instante
de sangre y de fusiles
porque mi padre vuelve del silencio
y pasea conmigo
el callado silencio de las calles,
y los campos sembrados
y las constelaciones,
y su voz de madera me acompaña, me mira cómo crezco.
Todo el mundo conoce
 que heredé de mi padre una bandera.

(De Umbrales de otoño)

EL TIEMPO

Ahora que el tiempo ha dejado su huella,
sus pequeñas heridas
en el hueco del rostro,
ahora que todo pasa
por un espejo  cóncavo
y da miedo asomarse
a los escaparates
con su luz de neón
y las bellas ofertas
no hay nadie que me quite,
una infancia de calcetines blancos,
zapatos de charol
y una mirada clara.
Después de tantas lluvias
y  atardeceres lentos,
ahora es tiempo de paz,
de paz y de memoria.

(De El corazón de la gacela)

SI ME OLVIDO DEL MAR

Si  algún día me olvido del mar
y del nombre marengo de las gentes,
y no veo navegar a los veleros
ni percibo la brisa y sus colores,
 el sol brillante de los rebalajes
azuleando piedras, caracolas
y arenas amarillas.
Si algún día confundo
un  lago con el mar,
y no escucho el sonido de las olas,
será que habré perdido
un amor en mi vida,
una digna manera de morirme,
un inútil olvido
de aquel tiempo feliz
que fue la infancia.

(De El corazón de la gacela)

TE REGALO MI NOMBRE

Te regalo mi nombre y apellidos,
la vida inquieta que dejó en mis manos
una historia que no fue infancia alegre,
si no aquello que no pude contar.

Te regalo la parte que fue buena,
la de los trigos y las amapolas,
los caballos, majuelos y los juegos
en las bodegas y en los palomares,
cuando alzaba gorriones en mi pecho
y veía volar a las perdices.

Te regalo mi vida, si la quieres,
no sólo mi apellido,
porque hay mundos de acero insobornable
que no se ven. Con voluntad se ignoran.

 (De Geografía de la memoria)

CUANDO ME VAYA

Dejaré un silencio en el recuerdo,
sonidos de una voz que fue muy joven,
y un aroma de sándalo y cipreses
para que no me olvides.

Y ahora, cuando el sol desaparece,
y hay promesa de una noche clara,
las estrellas se esconden
y están muertas de tanta nívea luz.

Dejaré abierta la ventana
Un gorrión divulgará mi huida,
y un frescor de mañana
anunciará mi marcha,
con trémula voz para llamarte.

Cuando me vaya
perderé  las praderas,
los bosques encendidos de noviembre,
el verde del jardín en primavera,
la tenue luz de los planetas,
la sonrisa de un niño,
el calor de un amigo,
lágrimas de dolor por los caminos
que transité tan alta,
la caricia de un perro
que dio fuego a mis manos.

Cuando me vaya 
habré perdido tantas cosas,
que creceré en trigal por no morirme.

(De Geografía de la memoria)

(Copyright: De la obra literaria de Mariluz Escribano y de las fotografías: Remedios Sánchez.
Reservados todos los derechos)
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