Creo que era Pavese quien avisaba de que el problema esencial de la vida era encontrar la manera de romper con la soledad y comunicarse con los demás.

El poeta italiano se sintió tan angustiado por su fracaso existencial y la tragedia de tantas pérdidas de amigos tras la guerra mundial que acabó por suicidarse. Tal era el peso de la soledad, tal el fracaso y el desamparo de un hombre que nos legó algunos de los versos más hermosos de la poesía italiana de este siglo: vendrá la muerte y tendrá tus ojos, escribe. Y es verdad: la soledad ha ido copando cada vez mayor espacio en la sociedad contemporánea, aislando especialmente a los ancianos, a los más vulnerables o a aquellos que no supieron (o no pudieron) construir un mundo de amistad limpia, provocándoles, como explican los expertos, un deterioro cognitivo y dejándolos aislados. Por eso Japón, imitando al Reino Unido, ha creado un Ministerio de la soledad, que es la forma más ingenuamente tierna que se me ocurre para afrontar un asunto gravísimo que suma más de veinte mil suicidios anuales en el reino del sol naciente. En España, dicen las cifras que tenemos ya a demasiada gente triste fumando con sus muertos y brindando con ellos desde una amargura infinita cargada de frustración, porque los vivos ya no les dan ni ese mínimo espacio que en un momento -acaso- tuvieron.

Abrazados a las estadísticas que hablan de un 25% de la población que siente una honda sensación de soledad, de miedo al no-ser ya, implica que hay que volver, setenta años después, a releer a Pavese: “Para todos tiene la muerte una mirada./ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. /Será como dejar un vicio,/ como ver en el espejo/ asomar un rostro muerto,/ como escuchar un labio ya cerrado./Mudos, descenderemos al abismo”. Y alguna decisión hay que tomar para paliar esta situación terrible de quienes sufren esta inestabilidad emocional tan grave que produce el aislamiento, incluso sin ser conscientes de estar encerrados en su misma mismidad; a quienes piden, como quien ruega una limosna, una mínima atención, un abrazo que funda el hielo que les ha atrapado el alma por culpa de esas vidas tan empobrecidas, hay que responderles como se merecen. Hay que recobrar la empatía, ponerse en la piel de los demás, tratar de comprender lo que se oculta detrás de la careta en esta obra de teatro que es la vida. Por dignidad hay que poner remedio y eso sólo se solventa como sociedad comprometida con el respeto al otro y no nombrando más políticos de palabras grandilocuentes; se logra con un proceso de reeducación de la mirada que nos haga ver con sensibilidad a esa persona de al lado que nos resultaba trasparente, o a esa otra, a la que percibimos con recelo cuando nos la cruzamos en el ascensor, porque tememos que su acidez o su grisura emocional sean contagiosas. Este es el momento de tender la mano y de ser solidarios con quienes no tuvieron fuerzas para ganarle el pulso al destino o para alcanzar una situación de paz de espíritu. Es el tiempo de que, la ternura, como con su luminosidad habitual escribiera Luis García Montero, sea una forma de rebeldía ante tanta infelicidad, un modo nuevo de estar en este mundo.

 

Creo que era Pavese quien avisaba de que el problema esencial de la vida era encontrar la manera de romper con la soledad y comunicarse con los demás. El poeta italiano se sintió tan angustiado por su fracaso existencial y la tragedia de tantas pérdidas de amigos tras la guerra mundial que acabó por suicidarse. Tal era el peso de la soledad, tal el fracaso y el desamparo de un hombre que nos legó algunos de los versos más hermosos de la poesía italiana de este siglo: vendrá la muerte y tendrá tus ojos, escribe. Y es verdad: la soledad ha ido copando cada vez mayor espacio en la sociedad contemporánea, aislando especialmente a los ancianos, a los más vulnerables o a aquellos que no supieron (o no pudieron) construir un mundo de amistad limpia, provocándoles, como explican los expertos, un deterioro cognitivo y dejándolos aislados. Por eso Japón, imitando al Reino Unido, ha creado un Ministerio de la soledad, que es la forma más ingenuamente tierna que se me ocurre para afrontar un asunto gravísimo que suma más de veinte mil suicidios anuales en el reino del sol naciente. En España, dicen las cifras que tenemos ya a demasiada gente triste fumando con sus muertos y brindando con ellos desde una amargura infinita cargada de frustración, porque los vivos ya no les dan ni ese mínimo espacio que en un momento -acaso- tuvieron.

Abrazados a las estadísticas que hablan de un 25% de la población que siente una honda sensación de soledad, de miedo al no-ser ya, implica que hay que volver, setenta años después, a releer a Pavese: “Para todos tiene la muerte una mirada./ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. /Será como dejar un vicio,/ como ver en el espejo/ asomar un rostro muerto,/ como escuchar un labio ya cerrado./Mudos, descenderemos al abismo”. Y alguna decisión hay que tomar para paliar esta situación terrible de quienes sufren esta inestabilidad emocional tan grave que produce el aislamiento, incluso sin ser conscientes de estar encerrados en su misma mismidad; a quienes piden, como quien ruega una limosna, una mínima atención, un abrazo que funda el hielo que les ha atrapado el alma por culpa de esas vidas tan empobrecidas, hay que responderles como se merecen. Hay que recobrar la empatía, ponerse en la piel de los demás, tratar de comprender lo que se oculta detrás de la careta en esta obra de teatro que es la vida. Por dignidad hay que poner remedio y eso sólo se solventa como sociedad comprometida con el respeto al otro y no nombrando más políticos de palabras grandilocuentes; se logra con un proceso de reeducación de la mirada que nos haga ver con sensibilidad a esa persona de al lado que nos resultaba trasparente, o a esa otra, a la que percibimos con recelo cuando nos la cruzamos en el ascensor, porque tememos que su acidez o su grisura emocional sean contagiosas. Este es el momento de tender la mano y de ser solidarios con quienes no tuvieron fuerzas para ganarle el pulso al destino o para alcanzar una situación de paz de espíritu. Es el tiempo de que, la ternura, como con su luminosidad habitual escribiera Luis García Montero, sea una forma de rebeldía ante tanta infelicidad, un modo nuevo de estar en este mundo.

FOTO: https://www.psyciencia.com/como-prevenir-la-soledad-durante-el-confinamiento/

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