Lo de Madrid, lo que ha pasado en la capital, se veía venir desde lejos.

Que Pedro Sánchez, desde su despacho de La Moncloa (porque el PSOE regional de Madrid únicamente pasaba por allí), mantuviese a un señor tan serio y tan respetable como Gabilondo frente a una señora populista como Ayuso no podía tener otro resultado que el que hubo, esa debacle a la que ahora se intenta restar importancia eliminando al intermediario -ya ha nombrado una gestora en la comunidad- y encendiendo fuegos en otras zonas. La cosa tiene su ironía, porque el 4 de mayo es san Florián, patrón de los bomberos. Lo cual que deja a Sánchez, que era contra quien siempre compitió Ayuso (lo dijo una y otra vez la recién reelegida presidenta), como una suerte de bombero/pirómano a tenor de lo que ha sucedido en este universo de la política donde nada es casual, aunque pueda parecerlo; y evidentemente no es fortuito que, treinta y seis horas después de la bofetada apoteósica en Madrid y evidenciando que han comprendido el mensaje de las urnas, los lumbreras del aparato sanchista hayan querido encender Andalucía con unas primarias en este momento extraño en que Moreno Bonilla no tiene ni por asomo voluntad de convocar elecciones a corto plazo, mayormente porque el bipartito le queda muy bien para las fotos y para demostrar que representa a la derecha que une.

O sea, que la razón de fondo es la de siempre, la eterna, intentar quitar el foco mediático a Susana Díaz porque compitió con él en unas primarias y siempre ha sido un verso suelto que se le escapa a Pedro. A pesar de que el guapo de España haya intentado domeñarla o seducirla. Pero Susana ha resistido tanto el intento perpetuo de ponerle un yugo, como los cantos de sirena de un cargo en el Gobierno; y ese asumir los resultados y no marcharse a vivir de rentas es lo que la habilita para que su renovación como candidata, máxime porque es la que más simpatías concita entre los votantes andaluces de izquierdas. De ahí que los fontaneros del partido, esos que vienen a decirle a los socialistas andaluces a quién votar, bien podrían aplicarse la quinta regla de los ‘Ejercicios espirituales’ de San Ignacio, quien avisaba de que, en tiempo de desolación, nunca conviene hacer mudanza.

Susana, que lleva mucho tiempo intentando romper el techo de cristal que cada día afrontamos las mujeres (ha sido, no se olvide, la única Presidenta de la Junta de Andalucía y ganó las elecciones de 2018, aunque sin posibilidad de gobernar) tiene ahora como contrincante a Juan Espadas, que no es un señor que haya salido de la nada aunque no lo conozca nadie, sino más al contrario: ha sido asesor, consejero gris y, ahora, alcalde de Sevilla. Pero se le elige/teledirige desde Ferraz sin percatarse de que es otro Gabilondo, un hombre seguramente comprometido ideológicamente, pero sin carisma para competir con Moreno Bonilla. Y ahí reside el problema: en esta hora de España, con tanto desencanto a nuestro alrededor y la crisis llegando, no es momento de luchas intestinas auspiciadas desde la cúpula de los partidos teóricamente serios, sino de sumar, porque se necesitan personas brillantes, capaces de suscitar ilusión/emoción en el electorado, personas cuya palabra suponga un compromiso auténtico con el futuro.

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