Después de ver estos días la situación que ha creado el gobierno de Marruecos en Ceuta se constata la veracidad de aquella frase de Bacon afirmando que política y moral son muy difíciles de conciliar.

Máxime cuando uno de los países implicados no es precisamente paladín de los derechos humanos y se ve alentado en su soberbia por personajes como Trump, que entre sus últimas declaraciones como Presidente de EEUU, expresó su apoyo a las aspiraciones marroquíes de soberanía sobre el Sahara Occidental. Es curioso, pero lo que no se comenta es que, en Marruecos, sea o no una democracia real, el pueblo vive en la miseria mientras las clases pudientes se reparten los ríos de dirhams que produce la zona. Todo sea a mayor gloria de la influyente oligarquía que quita y pone a los cargos públicos. Lo cual que, tanto la ONU como la Unión Europea en su conjunto, tras esta declaración del antiguo líder yankee, quedaban atadas de pies y manos frente al gobierno alauita y sólo faltaba una excusa, el aleteo de una mariposa, para que los vecinos de abajo intentasen darnos una bofetada en las dos ciudades españolas al otro lado del Mediterráneo. Y ese efecto mariposa tiene un nombre: la llegada de Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, a un hospital riojano aquejado de COVID. En ese instante encontraron un pretexto para propiciar un clima de tensión con el Gobierno de España que conduzca al reconocimiento por parte de las instituciones europeas de su supremacía sobre esa zona desértica, pero con yacimientos impresionantes de fosfatos no explotados, nadie se despiste.

La manera que se les ha ocurrido para forzarlo es que miles de migrantes llegasen a Ceuta en veinticuatro horas, jugando con su supervivencia, aprovechando su pobreza y la creencia de que llegar a Europa es alcanzar el paraíso. Por eso los mandamases los han animado a cruzar a nado la distancia entre Castillejos y Tarajal o Benzú, sin darle ninguna importancia al sufrimiento ajeno, al dolor de estas gentes que, con lo puesto, han intentado alcanzar un sueño que no existe, que sin papeles es mentira. Y que para mucha gente acaba en muerte en el mar, atrapados por las aguas traidoras del Estrecho. Lo que pasa es que eso, a quienes utilizan como peones de ajedrez a estas personas para chantajearnos, no significa nada: son cosas, instrumentos, herramientas a su servicio para sacar un dinero a la UE en forma de subvenciones bajo pretexto de mantener el control migratorio sin invertir en mejoras en su nación ni paliar las desigualdades tremendas. Querían ver una foto de un vecino mezquino y hostil recibiéndolos con tanques; pero no la han conseguido, porque la solidaridad crece como flor en el desierto, allí donde hace falta. Basta ver ejemplos como el de Luna, la voluntaria de Cruz Roja, consolando a un hombre derrotado por el esfuerzo y la desesperación ante un futuro que es retornar allí; o las de tantos y tantas militares que han salvado vidas, que han cubierto con mantas su frío o secado las lágrimas de madres con bebés en brazos. Cuánto dolor, qué inmenso sufrimiento del que pocos hablan porque sus políticos, incluso los ultras españoles, los han convertido en arma arrojadiza. En un escudo de ambiciones espurias que delatan la falta de humanidad en la sociedad contemporánea.

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