«Los nueve círculos (Fernando de Villena)» por Alberto Granados
Fernando de Villena es, posiblemente, el autor granadino que más ha tenido presente su ciudad en el conjunto de su producción literaria, algo que debería reconocérsele de algún modo, pese a la indiferencia, la ingratitud y el desapego connaturales a los granadinos (granaínos, en el sistema fonológico local).
En efecto, en cualquier libro suyo, Granada es un imprescindible telón de fondo, cuando no el objeto principal (es el caso de Por los barrios de Granada, Port Royal, 2019). Conozco unos 25 libros de Fernando y puedo certificar la presencia constante de Granada, cualquiera que sea la época, en su abundante producción literaria.
Su última novela, Los nueve círculos (Barcelona, Ediciones Carena, 2021, 249 páginas) es una crónica de la ciudad que comprende desde los años 1956 hasta 2020. Como ya hiciera Bernardo Bertolucci en Novecento o Francisco Gil Craviotto en El oratorio de las lágrimas, la novela de Villena nos muestra el proceso de degradación de la ciudad desde la doble perspectiva de sus protagonistas: una chica de condición social muy modesta, ansiosa por superar su miseria, y el hijo de una de las familias mejor asentadas del Régimen en los tristes años de la postguerra, el miedo y el hambre. Lo que en Bertolucci era un friso histórico sobre el nacimiento del fascio italiano y en Gil Craviotto una vitalista celebración de la vida en circunstancias que olían a represión y muerte, aquí es una crónica de la degradación de una ciudad, que se ha dejado embaucar por políticos y especuladores, que ha perdido sus formas de vida tradicionales y ha dejado destrozar su patrimonio histórico.
Formalmente la novela está formada por nueve círculos o capítulos en los que se repite siempre el mismo esquema: un fragmento de las memorias de Arturo y un fragmento de las de Margarita. Tras los nueve círculos, un demoledor epílogo, desesperanzado y crítico, en el que subyace una amarga visión de la condición humana.
Muy rápidamente, un esbozo de los dos protagonistas: Margarita es una de las hijas de los caseros de una huerta situada en una orilla de la Vega, muy próxima a la ciudad. El padre se muestra servilmente agradecido a los señores tras varias generaciones de servidumbre. Su mujer, en cambio, muestra la rabia de los aplastados. Los hijos consiguen becas y hasta acceso a la Universidad o a empleos razonables. De este modo, Margarita siente desde niña la necesidad de superar su extracción social. De ideas izquierdistas, se arrimará al poder emergente socialista de los años 80 hasta que cae en desgracia. De nuevo siente la rabia de los desclasados.
Por su parte, Arturo es hijo de un militar franquista. En su familia, todo parece estar controlado, pero llegan los años del tardofranquismo y el universo familiar se tambalea: uno de los hijos abandona los estudios, la chica menor aparece muerta por sobredosis, el padre contrae deudas de juego y la madre resiste hablando en una tertulia de un pasado que añora. Arturo, sensible y enamorado del arte, da clase en un instituto, lejos de los problemas de la familia.
Fernando de Villena urde su trama partiendo de un hecho: la familia de Arturo es la propietaria de la huerta donde se ha criado Margarita. No se ven como antagonistas, pero sí como referencia recíproca y apenas se ven en la ciudad, más allá de algún encuentro fortuito. A medida que los personajes mayores van desapareciendo, los jóvenes protagonizan la trama, que poco a poco va impregnándose de la pesimista concepción del autor. Ambos personajes son perdedores o la sociedad los ha hecho perdedores: Margarita porque a un paso del triunfo político ve cómo la muerte de su amante y valedor la relega de nuevo. Arturo, porque los méritos franquistas de su familia se van desdibujando hasta ser una familia que sobrevive como puede en medio de las tragedias diarias.
Y el desenlace del epílogo vuelve a ponerlos juntos en una situación realmente grave, en un dilema moral que solucionará arbitrariamente un personaje granadino, tan popular como demagogo.
La doble biografía sirve de pretexto para exponer la evolución de Granada durante casi setenta años. Los cambios urbanísticos sin más criterio que la especulación, la pérdida de una forma de vida, el deterioro irreparable del patrimonio, los bares de moda en cada época, los cines, las reuniones y conspiraciones políticas de la clandestinidad, en definitiva, la intrahistoria de esta ciudad hermosa y contradictoria, madre y madrastra, en que se mueven dos familias que podrían ser representativas de los señoritos y los humildes.
La novela está más dirigida a la urgencia de la trama y sus conclusiones morales que al brillo lingüístico. Quiero decir que Villena, una de las prosas más brillantes de nuestro panorama literario, parece renunciar en este caso a esa habitual brillantez en favor de la tesis del libro. No quiero decir que esta obra esté mal escrita, algo imposible en el autor. Afirmo simplemente que el lenguaje elegido es el de la realidad, de la calle, de una ciudad de provincias en los años sesenta y sucesivos. Es el acento que el libro requiere y Fernando lo refleja impecablemente. Recuerdo unos versos de Alberti dedicados al cantaor Manuel Gerena:
…porque tú no estás, ni estamos
para fuegos de artificio
cuando apenas respiramos.
Esa parece también la conclusión de Fernando: ante una sociedad cada vez más estúpida y engañada; ante las confabulaciones de los lobbies, que juegan con la economía del mundo; ante la injusticia que siempre castiga a los mismos, ante el deterioro moral de nuestra sociedad… no parece necesario desplegar la prosa de enorme belleza intrínseca de sus novelas anteriores, sino denunciar a los figurones de la política local, nacional y mundial, sin dejar atrás la venalidad de algunos políticos locales que aparecen con nombre y apellidos.
Fernando es así de comprometido, ya sea con la estética, ya con la ética. Hay que agradecerle esta gran novela. Y conociendo que no sabe vivir sin escribir, agradecerle también su próximo título.
Alberto Granados