23 noviembre 2024

La memoria y la pregunta: notas a la poesía de Mariluz Escribano

La dominante de Geografía de la memoria es la memoria individual como vestigio en miniatura de la historia colectiva: la de las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura. Escribano Pueo, incluida en las filas de la generación del 60, ha sido definida en la prensa española reciente, en varias ocasiones, como «la poeta del perdón»

El último libro publicado en vida por Mariluz Escribano Pueo (Granada, 1935-2019), Geografía de la memoria (2018), retoma la exploración de la dominante de sus libros inmediatamente anteriores, Umbrales de otoño (2013) y El corazón de la gacela (2015), que es el tratamiento de la memoria individual en una relación dialéctica y compleja con el olvido social. Según Roman Jakobson, la dominante de una obra literaria es el guion que incide en la construcción del macrotexto, «el componente central de una obra de arte que rige, determina y transforma los demás». 

La dominante de este libro es la memoria individual construida como vestigio en miniatura de la historia colectiva: la de las víctimas de la guerra civil española y su dictadura ulterior. Y dentro del colectivo de las víctimas, el yo poético obedece a la mirada de: 1) una mujer; 2) de provincia; 3) huérfana de padre fusilado. Escribano Pueo, incluida en las filas de la generación del 60, ha sido definida en la prensa española reciente, en varias ocasiones, como «la poeta del perdón». En el tratamiento que su obra hace de la memoria, la ética pública y la ética privada no pueden disociarse precisamente porque se trata de una intimidad que se abre a una lectura más amplia y comunitaria.

 

La importancia de la intimidad en la poesía española de los siglos XX y XXI es evidente, con sus distintos registros y retóricas, en autores como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Luis Rosales, Blas de Otero, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, Carlos Marzal, Amalia Bautista o Luis García Montero. En un volumen colectivo en el que se estudian las diferentes modalidades de la intimidad en cada uno de los autores citados, Sermo intimus. Modulaciones históricas de la intimidad en la poesía española, la crítica argentina Laura Scarano afirma que «la intimidad que se construye en la poesía actual no responde a una ingenua transposición al lenguaje de vivencias y emociones empíricas (psicológicas, cognitivas, históricamente fechadas) de un sujeto, que revelarían su reino interior más privado o secreto. Por el contrario, cuando hablamos de su potencial verbalización en el poema nos referimos a la elaboración de un relato de la intimidad que responde a modelos figurativos de la vida, donde conviven mitos sociales, tabúes culturales, esquemas de comportamiento, convenciones y rasgos epocales. En términos filosóficos sabemos que está categoría delimita un espacio espiritual y personal no material». 

Las especulaciones de extracción memorialística en la poesía de Escribano obedecen a la búsqueda de un tiempo perdido que es transitoriamente recobrado a través de la reminiscencia desencadenada por estímulos de orden táctil, visual y auditivo. Se trata de una búsqueda activa y pasiva a la vez. Las telas y bordados reviven el recuerdo de las abuelas, del padre muerto o de la madre, especialmente en los versos de tono elegíaco: «Tengo el color de tus ropas antiguas/ clavado en la pupila,/ cuando un baúl abierto/ acortaba los siglos lentamente/ y asomaban abuelas y bordados,/ encajes de entredoses/ en manteles de hilo,/ en sábanas de Holanda/ que encendían la luz en primavera./ Las ancianas abuelas/ reían en los baúles/ ante un aire muy limpio». Como sucede en el poema El bosque de Glenn Helen en Yellow Spring, Ohio, la vegetación es metaforizada muchas veces con especies de telas y tejidos de familia, y suele ser depositaria de recuerdos entrañables: «Y pisaré despacio esas primeras hojas que descienden/ de los ginkgo biloba y los castaños,/ los fresnos, las acacias y los prunos:/ esa vegetación afín a los bordados/ de unas sábanas blancas de la abuela»; «Es ahora, bajo la buganvilla/ cuando recuerdo un día de estío/ sentada en el atrio de la ermita/ mientras las golondrinas/ paseaban su luto inquieto/ en las enredaderas/ de los cables eléctricos». 

La música –de los violines Stradivarius, de los clásicos barrocos, de las canciones populares norteamericanas– es capaz de resucitar a los primeros amores o las antiguas presencias familiares: «no puedo recordarte/ más que de esta manera:/ acariciando ropas elegantes,/ vigilando la hora de la música,/ mientras Bach deslizaba/ su mano en el piano»; «Solo recuerdo hoy,/ cuando él se ha marchado,/ una sonrisa eterna/ una ternura niña,/ y aquel silbar al viento/ la canción de Cole Porter». En lo que concierne a los estímulos visuales que activan huellas mnémicas y hacen emerger la reminiscencia significativa, encontramos que el humo es un índice del afecto. Así sucede en el poema Enciendo un Rothmans: «entonces te recuerdo/ como si una paloma triste/ regresara hasta el barro/ y dejara en ausencia los pichones/ tan dulcemente niños.// Te vislumbro en el humo,/ y por eso persisto/ en evocar los bosques,/ cuando enciendo un cigarro». 

Como emerge en los párrafos anteriores, la poesía de Escribano Pueo se sustenta en una lógica de correspondencias según el modo en que Walter Benjamin caracteriza el funcionamiento de la memoria involuntaria en la obra de Charles Baudelaire, una categoría que es estructurante en la narración autobiográfica de Marcel Proust. Sin embargo, en la poesía de la granadina a veces el desencadenamiento de la reminiscencia se produce de manera inducida –encender un cigarro o mirar por la ventana como ejercicios que empujan voluntariamente a la introspección– o de manera azarosa –gracias a una música que se escucha por casualidad a un perfume que se percibe en el aire–. En Sobre algunos motivos en Baudelaire (1939), Benjamin sostiene que si la reminiscencia es el encuentro con una vida anterior, las correspondencias son esas fechas que pertenecen a la reminiscencia, fechas de la prehistoria para la experiencia de restauración de lo olvidado o perdido, donde el olfato y el gusto suelen despertar imágenes indelebles que son como iluminaciones profanas. Como señala María Llorens, «se involucran los sentidos, la memoria sensible y un despertar poético-intelectual».

En los versos de Escribano la pasividad suele ser una de las condiciones «para la revelación de la memoria olvidada». El paisaje contemplado a través de ventanas, visillos y cortinas sincroniza el tiempo de la espera con el de los encuentros, tanto de los sucedidos como de los deseados pero no consumados: «No cierres la ventana, madre,/ que me borras la infancia». Como dirá en otro poema, la suya «no fue infancia alegre/ sino aquello que no pude contar». Esta circunstancia se refleja con claridad en el poema Te esperaré, dedicado a la memoria de su padre, Agustín Escribano. Y es que en este libro Mariluz Escribano pone a funcionar dos actitudes o posiciones del sujeto en relación con el pasado y la memoria: la activa y la pasiva, ambas enumeradas por Henri Bergson en Materia y memoria (1896). Se combinan la actitud activa, de búsqueda, y la actitud pasiva, de espera. El ejercicio activo de la memoria, que incluye la escritura como medio de indagación interior, está relacionado con el antiguo concepto griego de anamnesis, definido por Paul Ricoeur como rememoración en su volumen La memoria, la historia, el olvido (2000). Existe una predisposición a la contemplación y a la escucha receptiva en la mayoría de los poemas de Geografía de la memoria ligada muchas veces al poder oracular de la vegetación y, especialmente, de los árboles, estos últimos concebidos como seres superiores que conectan la tierra con el cielo y facilitan la comunicación con un plano sagrado. La poeta propone escuchar la conversación del bosque, adivinar el movimiento al corazón de los brotes primeros y aprender la sabiduría de su idioma sereno: «Aprendo la paciencia creciendo lentamente en sus hojitas nuevas»; «Mira cómo la floración primera/ deja en los senderillos/ la blancura del lino (…) Deja que te penetre serenidad y sosiego:/ permite que hable el bosque»: «Y ahora que es un tiempo de nostalgias/ porque llega el otoño apresurado,/ tenemos que viajar hasta Zujaira,/ para mirar, tranquilas,/cómo rezan los álamos/ su dorada canción hacia los cielos».

Si nos movemos al terreno de la reflexión sobre la memoria colectiva, Karl Kohut señala con acierto que fueron Proust y Benjamin quienes repensaron «las formas de entender la historia y la memoria socavando la concepción lineal y homogénea del tiempo». Es lo que Michael Löwy llama «historia abierta» en Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de la tesis Sobre el concepto de historia (2004). La historia permanece abierta por la naturaleza heterogénea del tiempo, porque hay saltos dialécticos, rememoraciones y actualizaciones del pasado desde el presente. Para Kohut, «de modo igual se mezclan la memoria particular de un individuo con las memorias colectivas de los grupos de los cuales forma parte. (…) En tanto que cada memoria individual forma parte de la memoria colectiva, cada hombre influye en ella, aunque fuera de manera mínima. El influjo de los escritores y poetas, por el contrario, es mucho más grande y visible según el impacto de sus obras (…) son trabajadores de la memoria. (…) la noción de memoria no se restringe al pasado, sino que se abre hacia el presente e incluso hacia el futuro». 

La intersección entre memoria individual y colectiva, así como la noción de un pasado histórico que debe reformularse en el presente con vistas a una reconciliación futura son elementos fundantes de la lírica de Mariluz Escribano. Su poema Esta ciudad, inspirado en Granada, alude a una «ciudad con nombre de fruta» que «perdió/ bajo el cemento el trono» y que conoce sus zapatos: «Atravesé dos ríos/ con arenas de oro/ hasta llegar al verde de una Huerta/ en donde me esperaba/ un Federico muerto». A esta misma serie que engarza drama íntimo y drama nacional pertenece el poema 12 de septiembre de 1936, fechado en el momento del asesinato de Agustín Escribano, catedrático de geografía y director de la Escuela Normal de Maestros de Granada, cuando la poeta no había cumplido un año de edad. El poema se construye como un monólogo de la madre viuda –que sería represaliada y debería marcharse de Granada en 1937– con su hija de nueve meses: «Mariluz, pequeña, niña sin padre./ En qué lugar encontrarás sus manos/ en dónde su palabra y su sonrisa,/ en qué lugar sus ojos apagados,/ cegados por cemento y tierra roja.// No hay árbol que cobije la ignominia/ de una muerte con fierros y fusiles,/ con descargas de balas asesinas/ y un doce de septiembre ya en la historia.// En la Sabika, en esa arcilla roja,/ te derrumbaste con los ojos turbios./ Nadie acudió al estruendo de la muerte/ y unos pájaros tristes/ levantaron su vuelo en los olivos». El recuerdo del padre muerto es también el recuerdo de Federico García Lorca y de todas las víctimas republicanas. La poeta visibiliza el horror pero también concibe al poema como espacio para la invocación colectiva de un perdón que es privado y público a la vez: «Izaremos las banderas negras/ por aquellos que han muerto/ sin encontrar razones/ delante de soldados/ vestidos de fusiles (…) Levantaremos todas las banderas/ tranquilos y en silencio/ tragándonos las lágrimas/ porque, a veces, el mundo/ parece enloquecido». Este poema enlaza con otro poema de su libro anterior, El corazón de la gacela, por su apología de la reconciliación colectiva (que no del olvido): «Pido el perdón del mundo para los asesinos/ aquellos que mancharon sus manos con la sangre/ de muchos de los nuestros dejándonos sin padres,/ dejándonos sin hijos y sin pan para el hambre./ Pido la paz del mundo para todos».

A nivel estilístico, los poemas de Escribano Pueo apelan con frecuencia a la pregunta, directa o indirecta, con valor de interrogación retórica, es decir, sin expectativa de respuesta, con la finalidad de resaltar la ausencia del interlocutor que la memoria revive en el presente. Casi siempre estas preguntas sin respuesta se relacionan con la identidad, como sucede en el poema Te esperaré (in memoriam, Agustín Escribano): «Te esperaré en la noche/ con la casa encendida./ Doscientos cirios blancos/ adornarán los salmos/ y esa será la forma de quererte,/ de preguntarme dónde/ encontraré tus huesos./ Porque el olvido llega,/ y se instala y crece en los armarios/ entre la ropa triste del invierno./ (…) Yo sé que estás muerto/ por fierros y fusiles,/ pistolas asesinas/ para un tiro de gracia./ Aunque siempre te espero/ con la casa encendida/ por ver si me acaricias/ con tu mano la frente». 

La añoranza de la serenidad, el íntimo ejercicio de la paciencia, la resignación que es resistencia a través del canto, el tono meditativo y la voluntad de reconciliación histórica son algunos de los rasgos que he querido destacar en estas notas sobre Geografía de la memoria de Mariluz Escribano Pueo, una de las voces más notables de la poesía comprometida española de las últimas décadas.

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Marisa Martínez Pérsico es poeta y profesora en la Università degli Studi Guglielmo Marconi y la Università di Roma Tor Vergata.

FOTO: La poeta Mariluz Escribano, en febrero de 2018.JUNTA DE ANDALUCÍA

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