Pudo ser un parque de árboles frondosos donde los primeros gorriones anunciaran la primavera; o bien una calle plena de movimiento, con transeúntes en las aceras de estas últimas lluvias que refrescan las tardes de febrero. Pero no. Almudena (y, cuando hablamos en España de Almudena, todo el mundo sabe que nos referimos a Almudena Grandes) es ya una biblioteca. Y no una cualquiera.

Por petición de los vecinos, Almudena es la biblioteca de un barrio obrero, militante y solidario como es el Zaidín, donde sus habitantes se levantan pronto para ir a trabajar y saben plantar cara a la complejidad que supone vivir y a las decisiones injustas. Contra la arbitrariedad, los zaidineros tienen la palabra y ese ha sido también el talante y el talento de Almudena. Basta escuchar cualquier entrevista, cualquier declaración de la autora de ‘Los episodios de una guerra interminable’, para entender que no ha podido ser más afortunada la decisión de la Comisión de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Granada -tomada por unanimidad-; y adelantándose, además, a otras ciudades que también tienen contraída una deuda impagable con una escritora que hizo de la memoria de un tiempo de dolor y silencio, de la realidad agria de cuarenta años en blanco y negro, el motor de su trayectoria literaria y vital, una forma de implicarse en la construcción de un futuro mejor. Sin rencor, pero con memoria. Porque la escritura auténtica, ser una intelectual de cuerpo entero, implica posicionarse en las causas teóricamente perdidas, siempre en defensa de la verdad del débil, de los que han sido ignorados, de la sangre derramada en tapias de cementerios, en cunetas de caminos olvidados, en fosas sin nombre.

Almudena Grandes eligió visibilizar los horrores cometidos para que no se repitan, tanta muerte de inocentes, las sombras angustiosas y mezquinas, aunque implicara navegar por mares difíciles con el viento en contra, enfrentarse a esa tácita voluntad de borrón y cuenta nueva que ya implicó el cierre en falso que fue la Transición. Por eso su novelística ha alcanzado el corazón de una ciudadanía que ha tomado conciencia de la Historia colectiva a través de la rotunda transparencia de ‘Inés y la alegría’, ‘El lector de Julio Verne’ o ‘Las tres bodas de Manolita’, entre tantas otras. Pudo haber elegido la confortabilidad de quedarse al margen, pero no casaba con su carácter radicalmente comprometido. Bien sabía que ser coherente, decir verdades, trae consecuencias, intentos burdos de manipulación del discurso o las ideas, pero Almudena eligió convertirse en lo que ya es: la necesaria heredera de Galdós. Y, a pesar de que temprano madrugó la madrugada con una mujer que con su esfuerzo se ha convertido en un pilar de las letras españolas contemporáneas, nos deja un legado sereno de ética, feminismo y libertad. Por eso su voz no se apaga y, ahora, desde el Zaidín se abraza a los libros, la protegen los límpidos estantes, y su palabra se perpetúa en las manos de personas normales. Mientras, fuera, en la sosegada modestia que es la plaza de su nuevo hogar granadino, zurean las palomariegas, se posan levemente en cada letra de su nombre y luego revolotean, sin alejarse demasiado. Como si comprendieran que la justicia para las grandes figuras de la literatura, para Almudena, tiene su espacio natural en la alta dignidad de una biblioteca.

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