Acerca de “Buena suerte, Leo Grande” por Alberto Granados
Esta semana he tenido ocasión de ver la película “Buena suerte, Leo Grande”, dirigida por Sophie Hyde y estrenada este mismo año, filme que parece haber seducido a los medios por el desnudo integral de Emma Thompson a sus 63 años, contemplando ante un espejo los estragos del propio cuerpo después de cuatro sesiones de alquilar los servicios de un trabajador sexual educado, servicial, sensible, casi como salido de una prestigiosa universidad inglesa y más próximo a las tareas propias de los estudios diplomáticos que al ejercicio de la prostitución masculina.
De todo lo que he leído sobre la película parece que lo único que asombra a espectadores y críticos es que esa gran actriz que es la Thompson exhiba su desnudez casi como una bandera de la liberación de las cadenas estéticas que el sistema impone a las actrices. Se ha hablado del pudor con que Emma Thompson ha cuidado a lo largo de su larga carrera el mostrar su cuerpo, casi un tabú que logra superar con 63 años, cuando su indudable belleza se ha ido marchitando.
Cristina Fallarás o Elvira Lindo han comentado ese desnudo desde las páginas de El País enfocando aspectos comunes y diferentes del asunto. Para Cristina Fallarás, que tras analizar el papel del gigoló, se centra en el personaje femenino:
“A Emma Thompson la vemos arrancar con los mohínes propios de una profesora de instituto con terno anticuado y pacato. Después, aparecen las transparencias en la blusa, los camisones, los tirantes, la enagua, y la mujer va ganando lo que podría haber sido desde el principio, sencillamente una hembra madura con un cuerpo redondeado y bonito bajo la seda o la sábana. Finalmente, la vemos follar. No follar un poco debajo de la sábana, sino hacerlo en las más variadas posturas. En todos esos momentos, su cuerpo es gozoso y bello. Por supuesto no es una chavala ni Sharon Stone, pero la cámara le da la plenitud que merece, y resulta indudablemente sexi”. (Cristina Fallarás, “Tu aplauso a Emma Thompson es nuestro castigo!, El País, 15/09/2022)
La columnista termina su artículo de la misma forma que lo empieza: denunciando que hay veces en que una alabanza se convierte en un insulto: la mujer que es eficiente pese a estar gorda o Emma Thompson, cuyo desnudo resulta hermoso a pesar de sus 63 años. Alabanza descalificatoria, o elogio insultante, según formuló hace muchos años Antonio Muñoz Molina.
Elvira Lindo, por su parte, rechaza la épica liberadora que se le ha tratado de dar al desnudo de la actriz. Más bien lo considera una imposición de la industria cinematográfica en el caso del pudor previo de la Thompson:
“¡Valiente, valiente, valiente!, la han jaleado. Yo me pregunto para qué sirve esa valentía, y por qué es liberador traspasar la barrera del legítimo pudor para presentarse ante los demás en un acto de sacrificio. No es el cuerpo de Thompson lo que inquieta, sino su rostro, el rostro de una mujer que se avergüenza de su figura envejecida y trata de obtener algún tipo de reconocimiento por atreverse a reconocer su aprensión. Me gustaría tomarla de la mano, a ella y a otras, a esas jovencitas que se angustian por la irrelevante piel de naranja, a mí misma, y llevarla, llevarnos, hasta ese vestuario femenino de una piscina municipal donde una cuadrilla de mujeres, valerosas, cachondas, alegres, desinhibidas sin saberlo, ajenas a los aplausos por una heroicidad que no contemplan, para que nos enseñaran la mejor lección de vida: que tal vez la suerte sea llegar a cierta edad estando sana y la victoria superar los años de la aprensión. Es posible que nos enseñaran a comentar los hitos y fracasos de la vida sexual con ironía, sin que el asunto alcance siempre elementos de victimismo y melodrama”. (Elvira Lindo, “Cuando un desnudo es un calvario”, El País, 18/09/2022)
Aunque en ambas columnas las autoras mencionan la prostitución masculina, la hacen tan de pasada que la referencia pasa casi desapercibida, ya que ponen el énfasis en el desnudo, que parecería ser el motivo central de la película, cuando es una especie de corolario que añade muy poco al resto: una viuda de más de sesenta años, que ha tenido una frustrante vida sexual con su marido, se decide a experimentar las posibilidades de su cuerpo y del placer, para lo que contrata una habitación de hotel y los servicios de un puto. El chico, siempre correcto, dialoga con ella para disipar los reparos de Nancy (nombre que ha dado en la agencia de contactos). Hay debate sobre la dignidad de ese tipo de trabajo, sobre la moralidad de ambas conductas (ella ha sido profesora de ética en un instituto y ha llamado zorras a sus alumnas por lo exiguo de su vestuario). También le habla del páramo sexual de sus 31 años de matrimonio. Poco a poco van rompiendo el hielo, con tímidas caricias, con un acercamiento progresivo, hasta con una sesión de reproches que parecen volver la situación irreversible. Y después le llegan los orgasmos primeros de su vida.
La mirada de Emma Thompson. Eso sí que es un desnudo
El rostro y los ojos de Emma Thompson son mimados con muchos primeros planos llenos de expresividad, que complementan lo que los dos personajes dicen. Esos gestos, esos ojos, sí que son capaces de desnudar el alma de una mujer que descubre el placer, aunque parece que nadie lo ha descubierto.
Respecto al chico, el guion parece encumbrarlo hasta la categoría de un terapeuta capaz de liberar a una mujer llena de carencias. Todo falso: Nancy ha dejado atrás sus traumas en el momento en que da el paso de contratar sus servicios. Lo demás, orgasmos incluidos, le sobreviene según ella ha programado (le hace una lista de todo lo que quiere que él le haga). Por otra parte, la glorificación del puto me parece desmesurada y falsa. Desmesurada porque se llega a decir que su trabajo debería formar parte de los programas de la sanidad pública. Falsa por presentar un angelical gigoló, ajeno por completo a los modales de los macarras y chaperos de ese ambiente.
Y una contradicción: cuando nos felicitamos por ese proyecto de abolir la prostitución, de castigar al cliente putero, de hacer lo posible por dignificar a las víctimas de la trata, aparece Leo Grande que, siendo el correlato masculino de las prostitutas, parece convertirse en algo indispensable para la realización de mujeres solitarias e insatisfechas. ¡No me cuadra, pero tal vez el raro sea yo.
En definitiva: una película ambigua, dirigida por una mujer, que ha intentado cuadrar el círculo al retratar un personaje dedicado a un trabajo despreciable, pero, según el guion, indispensable para la realización de una mujer frustrada. ¡Menuda aportación a la causa feminista! Por otra parte, que del debate ideológico que tendría que derivarse de la película solo parezca importar el desnudo final de la Thompson da una idea de el jardín en que se han metido la directora y la siempre impecable protagonista. ¡Qué mala suerte, Emm Thompson!
Alberto Granados
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EL PÚBLICO