22 noviembre 2024

En los últimos tiempos he visto bastantes películas francesas, que suelen gustarme, especialmente las que se juega con los campos argumentales de la inmigración, la docencia, la marginación.

La última, hace solo unos días (Le brio, —en español, Una razón brillante— Yvann Attal, 2017), nos presenta a Neila Salah (interpretada por la actriz Camelia Jordana, que ganó el Premio César a la mejor actriz revelación), una joven francesa de segunda generación de inmigrantes musulmanes, que con 18 años asiste a su primera clase en la prestigiosa Facultad de Derecho de la Sorbona. Llega unos minutos después de empezada la clase y el profesor Mazard (el gran Daniel Autuil), un verdadero impresentable, la humilla públicamente, recurriendo a argumentos que dejan ver su misoginia, su clasismo, su xenofobia y su pésima condición humana. La escena, apoyada por unos alumnos y protestada por otros, salta a las redes sociales y el Rector se ve obligado a llamar a capítulo al profesor. Para reivindicarlo públicamente, le sugiere que prepare a la chica para el concurso universitario de debate, que la Sorbona no ha ganado en los últimos años.

             Profesor y alumna empiezan a tratarse al margen de las clases lectivas y, pese al antagonismo inicial, poco a poco se produce entre ellos una extraña sensación, mezcla de rechazo y admiración recíproca, de descalificaciones y muestras de admiración, de malquerencia y afecto. Los continuos desplazamientos en taxi, metro o autobús nos muestran con evidente intención el contraste entre las nobles maderas de la Sorbona y las cités del extrarradio parisino, entre la clase alta y la media-baja de las economías más débiles, en el punto exacto donde está la realidad vital de la joven e inexperta Neila.

He visitado París con mucha frecuencia y he vivido en casa de mi hija, exactamente en una de esas cités, que lo tienen todo (colegios, institutos, farmacias, consultorio médico y supermercados) para impedir que la población africana se deje ver en el centro de la ciudad, en los barrios financieros y comerciales. He vivido de primera mano esa diferencia que el personaje de Neilah intenta superar. Una anticuaria nacida en Madrid nos contó que a su comercio no le perjudicaba la presencia de la inmigración y nos aseguró que no compartía el concepto acuñado en cierta prensa francesa que llamaba a estos barrios la porcherie africaine, esto es, la pocilga africana.

Neila Salah haciendo ejercicios de vocalización junto al Profesor Mazard

          Volviendo a la película, Mazard le enseña a la motivada joven las 38 estrategias para tener razón que había formulado Schopenhauer en su libro Dialéctica Erística o El arte de tener razón (1831) y Neilah llega a la final del concurso tras ir dejando atrás a muchos rivales de otras universidades. Obviamente, no voy a desvelar el final, pero sí a señalar que la muchacha termina por asumir uno de los postulados de Schopenhauer: No importa la verdad, aquello en lo que se crea, lo que importa es convencer al oponente.

          La película no habría pasado de una simple comedieta bien hecha, pero las malévolas estrategias para imponerse en un debate me han hecho pensar. El público es masa informe y fácilmente manipulable. Si lo importante de un discurso es convencer, al margen de que los postulados sean asumibles, necesitamos contrarrestar nuestra vulnerabilidad con una actitud defensivamente crítica. La protagonista se da cuenta de que se puede usar un argumento para defender una tesis y su contraria si se sabe hacer, si se usa debidamente la estrategia necesaria.

Y eso es lo que yo quiero destacar de la película, al margen de sus detalles argumentales, artísticos o técnicos. Pienso en las estupideces que nuestros políticos usan cada día, en las argumentaciones fraudulentas, en las falsas promesas, en la componente meramente emocional que se nos transmite diariamente para contar con nuestra complicidad ante el candidato de un partido, ante un producto hábilmente publicitado, ante un dogma dialécticamente bien defendido. Y ahora entiendo que Feijóo y Díaz Ayuso echen la culpa al PSOE del largo bloqueo a las cúpulas del poder judicial o que Sánchez alabe la gestión de Marlaska y no se les caiga la cara. ¿Han leído a Schopenhauer? Lo que no termino de entender es que haya gente que se lo crea. O que haya gente que no active sus defensas racionales y críticas ante la manipulación y la mentira.

Alberto Granados