Que en pleno siglo XXI, la época del metaverso y la inteligencia artificial, subsistan regímenes teocráticos es un puro contrasentido, pero haberlos, haylos, y además aplican sus recursos medievales con una saña desquiciada.

La represión en nombre de los sagrados preceptos de Alá se enseñorea por la mayor parte del mundo islámico con la pretensión de que es normal lapidar a una mujer adúltera o torturar hasta la muerte a una chica joven que se ha hartado de llevar su belleza y su pelo ocultos, o bien ahorcar a un joven sencillamente porque lo han detenido en una manifestación contra el régimen, o incluso negar el derecho a la educación por la simple razón de ser mujer. No, no es y no puede considerarse normal ninguna de esas situaciones. Más bien son nauseabundas, criminales y extemporáneas. Al menos en el sistema de pensamiento occidental, que tras otras barbaries apostó por la democracia como mejor sistema político (descartados todos los demás, apostilló Duvivier). Nuestras democracias acostumbran a respetar derechos tales como la libertad de pensamiento y opinión, reconocen igualmente la libertad de expresión y va desapareciendo el miedo a manifestar todas las formas de identidad sexual.

Los estados teocráticos suelen justificar su barbarie recurriendo a asuras coránicas interpretadas con la más cruel saña. Una prueba más de que cada cultura inventa sus dioses y sus reglas morales en función de las obsesiones ocultas en sus enfermos cerebros. Son, así, normas profundamente humanas, que no divinas, y además de una irrespirable falta de humanidad con quien se atreva a saltarse tales dogmas y preceptos.

En las últimas semanas van demasiados muertos en Irán, precisamente en nombre de un dios supuestamente misericordioso. Qatar se ha permitido el lujo de imponer a los occidentales limitaciones en cuanto a la ingesta de alcohol y, por supuesto, a la diversidad sexual. Afganistán nos aterrorizó con las lapidaciones de mujeres…

Imagen de agencia tomada de El País

Sé que no todo el Islam es así, pero siempre me he planteado por qué el grupo más civilizado de la población musulmana no ha intentado influir positivamente en el sector medieval, tosco y bárbaro. Me refiero a las enseñanzas de algunos imanes sobre como pegar a las esposas sin que se note, a los atentados islamistas en medio Occidente, a los secuestros de púberes del estado islámico, a las decapitaciones filmadas de estos salvajes. Y me pregunto qué grado de complicidad tienen los musulmanes civilizados con los otros.

Pero occidente tiene sus pecadillos que purgar: en el siglo pasado se le permitió a Hitler la limpieza étnica más asesina de la historia, mientras los alemanes aseguraban no haberse dado cuenta del horror. En este caso era una religión, el nazismo, que fue llenando sus dogmas de odio y muerte. La jugada se repitió hace muy poco en lo que conocimos como Yugoslavia. En España, tuvimos un régimen despiadado que intentó —y consiguió— revestir su obstinación golpista de cruzada religiosa en defensa del catolicismo frente al marxismo bolchevique. Duró mucho el proceso, pero la realidad barrió los planteamientos totalitarios durante la Transición, con algunas excepciones, tales como el reciente golpe de estado del Constitucional.

La historia no tendría por qué repetirse, pero el aire enrarecido de la política parece que nos está devolviendo al salvajismo de la caverna. Las redes sociales y la actual clase política han creado un ambiente irrespirable que nos extraña a los que éramos jóvenes cuando murió Franco y se inició el proceso de democratización.

Los últimos y sonrojantes casos de teocracia los han protagonizado, cómo no, dos figuras públicas, la señora Ayuso, del PP y el inexplicable Vicepresidente de Castilla y León, don Juan García-Gallardo, de VOX. Este último ha lanzado un discurso navideño en el que afirma que “La imagen del niño Jesús en el pesebre desafía cada Navidad a quienes nos quieren desarraigados, consumiendo frenéticamente, vigilados por el Estado y dependientes de él. No hay mayor batalla cultural que la de adorar en Navidad a Jesús, que nació en un pesebre y murió en una cruz por todos nosotros mientras el sistema te ofrece un modelo de vida individualista en el que el éxito se mide exclusivamente por la acumulación material y de poder”. Y se queda tan fresco.

El otro caso recoge el intento evangelizador de la señora Ayuso, que últimamente no para de hacer referencias católicas, aunque seamos un estado aconfesional. La última ocurrencia de la presidenta de la comunidad madrileña ha sido gastarse un millón de euros en sus hospitales, pero no en médicos, tan necesarios y asfixiados, sino en capellanes. La señora Ayuso ha decidido que haya un capellán por cada 100 ingresados. Me pregunto si teniendo la sanidad como la tienen es que asume que los capellanes se van a hartar de darles la extremaunción a los que su sistema sanitario está desahuciando. Una nueva teócrata, aunque no adore al Dios oficial, sino al del neoliberalismo. Que Dios, caso de que exista, nos libre de iluminados y de obsesos. De los islamistas y de los nuevos cruzados nacionales. Amén.

Alberto Granados

FOTO: anfespanol.com

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