Ya no recuerdo ni donde decía Stendhal que el único pueblo que queda en Europa con carácter es el español.

Es el nuestro un carácter entremezclado entre el  rojo sangre de toro apasionado y el negro stendhaliano de seminarista frustrado, a lo Julien Sorel, especialmente cuando toca subir la cuesta de enero, porque es muy largo este enero, con su sol de brasero, y bastante complicada la cuesta de euros; será por eso que nos hemos refugiado en esa cosa que llaman en mi peluquería el salseo, en vivir por fascículos la vida de los demás para sobrellevar la nuestra de barrio de provincias. Lo cual que, como ya nos hemos aburrido de la cultura del espectáculo que es la separación en plan tremendista, de celos y glamour, entre Vargas Llosa e Isabel Preysler (cada cual representa una parte: Vargas Llosa, la cultura de la derecha; Isabel Preysler el espectáculo, con un toque afrancesado de sutil ‘finesse’ de aristocracia del couchè), el personal anda esta semana concentrado en comentar la última canción de Shakira donde le ha hecho un traje a medida a su ex, el independentista Gerard Piqué, anunciando de paso que “las mujeres ya no lloran/las mujeres facturan”. Y ella ha facturado varios millones de euros en pocos días. Lo mismo hasta paga la multa de Hacienda con el parné obtenido por poner en su lugar a uno de los cínicos niños mimados del independentismo catalán.   

Es decir, que aquí se está jugando con la psicología de los personajes, de los espectadores  que viven cada imagen, cada instante, como si estuvieran viendo el pueblo de Verrierès, con sus casas de teja roja, sus jardines y sus primeros burgueses abochornados por serlo. La cuestión es encontrar caminos para no tener que pensar lo que sucede en España, la reforma del delito de sedición por el Gobierno, la última boutade de otra dirigente de Podemos, la estulticia habitual y generalizada de Vox, los silencios largos de Feijóo, la disolución  como azucarillo en aguardiente de Ciudadanos y la risa de fondo de Pedro Sánchez. Se está convirtiendo lo político en algo tan monótono, tan aburrido, tan previsible, que hay que buscar la pasión fresca de telenovela en la letra de la música urbana que remeda, vulgarizadas, las disputas entre Góngora y Quevedo o las del conde de Villamediana con cualquiera, tal y como retrata en su ensayo Luis Rosales. Hasta los telediarios nos lo han contado en prime-time por si aún quedaba algún despistado, virando a un nuevo modelo de información para bisoños consumidores de noticias trascendentales.

Lo que interesa ahora no sucede ya en los foros públicos de debate/construcción del porvenir que debieran ser el congreso, el CGPJ o las reuniones entre patronal y sindicatos, por no referirnos al papel de Europa en la guerra de Ucrania. España, vestida de rojo y negro, está dividida entre defensores de Shakira y valedores de un futbolista con pocos principios y muchos finales. Me lo explicaba mi frutera cuando una clienta cantaba por lo bajini “una loba como yo…”, creyéndose empoderada por imitar los gorgoritos de Shakira entre calabazas y pimientos. Mientras sigue subiendo el precio del aceite, la leche o el azúcar a pesar de los esfuerzos gubernamentales, nosotros estamos fascinados e inmersos en la tempestuosa era de la narcisista posverdad orwelliana. Y ni nos hemos dado cuenta.

FOTO: ANTENA 3

A %d blogueros les gusta esto: