«Memorias de una noche» relatos de Elvira Cámara, por Alberto Granados
Memorias de una noche y otros relatos, de Elvira Cámara Aguilera (Ocaña, Editorial Lastura, diciembre de 2015, 246 páginas) es uno de los últimos libros que he leído en 2015, un año de abundante lectura y, en general, bien escogida. Sólo conozco a la autora de haber coincidido con ella en el libro colectivo de relatos que varios autores le hemos dedicado al V Centenario de Teresa de Ávila.
He visto en internet que ya había publicado antes otros relatos. Poco más podía decir hace unos días de la señora Cámara, pero la lectura de su libro me ha producido una corriente de proximidad hacia ella por la cercanía de sus tramas, personajes y situaciones. Incluso he creído ver muchos puntos en contacto con los relatos que escribo yo, lo que provoca en mí una sincera empatía hacia la autora.
El libro aparece dividido estructuralmente en siete apartados. El primero de ellos lleva el epígrafe Más de dos e incluye siete relatos en los que las relaciones personales se complican: adulterios, tríos, encuentros furtivos, crímenes pasionales y sorpresas eróticas nos acercan a esa búsqueda de la felicidad, desoladoramente imposible, en que el ser humano pone sus estériles empeños.
En un segundo apartado, El final también existe, tres hermosos cuentos nos plantean la muerte, la soledad y ese estado de ánimo que se conoce como duelo. La muerte como una parte más de la vida, en síntesis, y eso no tiene remedio.
Le siguen los cuatro cuentos que componen el tercer apartado: Por la ciudad. Son relatos urbanos que hablan de situaciones muy comunes en ese escondite gregario que es una ciudad: la rutina laboral y los sueños que la contrarrestan, una simple migraña y el efecto benefactor de la música, la transexualidad, las ensoñaciones que distraen el caminar…
La subdivisión más numerosa (quince relatos) se llama Más allá de las relaciones convencionales. Ya el título lo deja todo claro: la conciencia de lo que se ha podido perder irremediablemente y sólo entonces se valora, los secretos largamente atesorados que al fin se abren, la segunda oportunidad de una pareja para reencontrase, relaciones eróticas entre generaciones distintas, los desconocidos con que nos encontramos cada día, el hablar sin tapujos de cuatro amigas, la profesora que consigue motivar al alumno indiferente, un indigente que encuentra un trabajo y remueve el alma de una mujer solitaria, la madre ausente por motivos laborales, las relaciones entre una empleada y su jefa, la madre que va a la contra sobre el vestuario de su hija adolescente para que ésta escoja precisamente lo que desea su progenitora… Es, posiblemente, el apartado más eficaz: los relatos rezuman proximidad y calor.
Una quinta parte, Gotas de erotismo, comprende solamente dos relatos, pero bien intensos: una terapia de pareja consistente en renovar el deseo adormecido mediante el reencuentro con la piel aletargada por la rutina y una joven que se ofrece en un anuncio por palabras para esconder su rostro y el de sus acompañantes bajo diferentes máscaras elaboradas por ella. La imaginación es libre para digerir el denso contenido erótico de este par de cuentos.
Artificiales fronteras, la sexta sección del libro contiene seis relatos, que nos acercan al impersonal ambiente de un aséptico aeropuerto futurista, las diferencias que percibe un personaje entre la vida en Alemania y en el Mediterráneo, una aristocrática familia irlandesa que vive entre dos continentes, la vida de un niño inmigrante que sobrevive en Brooklyn, el reencuentro con la libertad de una esposa anulada por su marido, la amarga peripecia de una niña de doce años nacida en Malí que tiene que hacerse cargo de sus hermanos menores cuando su madre muere de sida en la pobreza africana… En estos cuentos, que se salen de la cercanía localista (e incluso autobiográfica) de la autora, se acumulan las situaciones más problemáticas e irresolubles desde el punto de vista humano. El muestrario de injusticias nos demuestra que toda frontera política es irrelevante frente al sufrimiento humano que, ese sí, debería ser lo esencial en nuestras conciencias.
El libro se cierra con un séptimo apartado, Desde el campo y junto al mar (cuatro relatos) en que se pierde el sentido urbanita predominante en esta obra. Una niña que conoce la casa de sus antepasados y las formas de vida y de relacionarse ya olvidadas, la familia criada en la Cataluña de la emigración que regresa a la Ítaca de su madre, la chica humilde y mesetaria que empieza a servir en casa de unos señores y conoce la costa cántabra o la profesional que se compra pares y pares de zapatos para enfrentarse a sus propios estados de ánimo.
Estos cuarenta y un relatos nos acercan, en síntesis, a ese ángel fieramente humanoque somos cada uno de nosotros, tal como lo formuló Blas de Otero. Da la sensación de que a Elvira Cámara, como a Pablo de Tarso, nada humano le es ajeno, algo que estos cuentos reflejan sobradamente al hablar de personajes normales, como cualquiera de nosotros, ya sean frescos y triunfadores o complicados en sus miserias y contradicciones. Creo que los sueños compartidos, la rutina diaria, la búsqueda de un analgésico, el disfrute del aire fresco de la mañana, la conversación con las vecinas del rellano, la fruta llena de color y aromas que sirve como excitante a la sensibilidad, el simple hecho de dejar de fumar… son situaciones tan comunes que podrían sucedernos a cualquiera de nosotros, a nuestros vecinos y amigos, a la persona desconocida con que nos cruzamos cada día en el supermercado, en el bar o en la farmacia. La materia narrativa de estos cuentos está formada con ilusiones y sueños rotos, con expectativas y decepciones, con el desgaste de las relaciones por la rutina, por el desamor…, pero también por la enconada lucha contra la existencia, por el deseo de felicidad. Elvira Cámara les otorga trascendencia a estos atormentados arquetipos humanos que forman nuestro entorno, si no somos nosotros mismos. Y es que lo que hay en este libro es contemporáneo y próximo (con las excepciones señaladas, en que las tramas se sitúan en otra época o en lugares remotos), es pulso, vida cotidiana, personas de las que desconocemos aspectos secretos que estos cuentos nos acercan con delicadeza, frescura, aceptación estoica de la infelicidad y una optimista constancia en las ganas de alcanzar la dicha. Gracias, Elvira Cámara, por este tierno escaparate de seres humanos, demasiado humanos, como tal vez diría un Nietzsche que no creyera en el Superhombre sino en los héroes cotidianos que transitan a nuestro lado y sobreviven, que ya es bastante heroicidad.
Alberto Granados