3 diciembre 2024

A cualquier persona razonable seguramente le parece contradictorio, absurdo, irracional o lamentable aprobar un proyecto así,

Del níveo blancor de la montaña baja saltando la risa del agua para convertirse en río.  Cuando alcanza la vega se serena, serpentea entre los pueblos que hoy son ciudades dormitorio y se abraza al ultimísimo esmeralda de los chopos. Porque en la vega de Granada todavía hay chopos y, a veces, un rumor de campanas nos pone la distancia precisa con el ruido y nos acerca a nuestra genealogía verdadera que es -siempre lo ha sido aunque a veces se nos olvida- la de las superficies de labrantíos que hicieron de esta provincia una de las más ricas de España.  

Yo sé, porque me lo contaron, que en esta zona todo era campo, grandes extensiones agrarias, altos ribazos, pozos hondos, remolacha azucarera, secaderos de tabaco, olivos centenarios, pájaros en la enramada clausurando el atardecer con su trino claro, fuentes friísimas que se congelaban en las mañanas de invierno, un cielo en el que se podían ver las estrellas y un caudal de alamillos desdibujando las acequias, rozando los últimos azules. García Lorca lo expuso muy plásticamente: “entre los juncos y la baja tarde, /qué raro que me llame Federico”. Luego llegaron los que, cuando ven un bosquecillo, su primera idea es convertirlo en hormigón armado y, cuando la cosa no les resulta factible, buscarle al menos el máximo rendimiento económico que, evidentemente, tampoco se queda en Granada porque pretenden exportarlo.

Esto es lo que sucede ahora con esta idea peregrina de los proyectos fotovoltaicos que vienen a dinamitar lo último que nos queda de pulmón verde afectando a los municipios de Santa Fe, Pinos Puente, Las Gabias o Vegas del Genil de manera directa e, indirectamente, a una población de cientos de miles de personas. Es decir, que para crear energías no contaminantes van a destruir el patrimonio natural de 155 hectáreas convirtiéndolas en un erial en el que colocar 200.000 paneles que desalojarían la flora y la fauna, modificarían el paisaje y empeorarían claramente la calidad del aire en una de las ciudades que tiene uno de los niveles de contaminación más altos del país. A cualquier persona razonable seguramente le parece contradictorio, absurdo, irracional o lamentable aprobar un proyecto así, pero a los grupos empresariales beneficiados les parece un plan magnífico y tratan ahora de vendérselo a la Junta de Andalucía.

El negocio, evidentemente, es el negocio para quien no tiene un compromiso con Granada, con su gente y con su porvenir, pero ahí están las instituciones (ayuntamientos, Diputación, consejerías concernidas) y sus representantes para frenar los desmanes.

Ha llegado el momento de retratarse, de demostrar si la lucha contra el cambio climático es un traje con el que vestir esta nueva ignominia o bien si, por una vez,  son capaces de ponerse de acuerdo para dar una respuesta contundente de qué se entiende por utilidad pública y para diseñar una estrategia de por dónde debe ir el futuro habitable de la ciudadanía que viene; de esos chavales que ya nunca podrán disfrutar de una riqueza inmensa que hemos ido perdiendo sin que nadie ejerciera su responsabilidad o su autoridad, sin que sucediera nada; a golpe de hacha, de pelotazo urbanístico, de fracaso humanista que nos arrastra a todos y que es una orfandad negra de chamarices, de horizontes abiertos, de aire respirable y de vida en comunión con la tierra.