«TEORÍA DEL BULO» por Remedios Sánchez
Ya avisaba el político nazi Goebbels que una mentira repetida mil veces acababa por convertirse en una verdad.
Esta idea la han hecho suyas las ultraderechas del presente y les está funcionando en media Europa: en, Francia, Le Pen; en Italia, Meloni; en Estados Unidos, Trump; en España, ese personaje histriónico que es Alvise Pérez o su equivalente en el Congreso de los Diputados, Santiago Abascal que, al lado del líder de ‘Se acabó la fiesta’, parece un estadista. A esos niveles de indigencia estamos llegando. Y, la gravedad del asunto es que su discurso cala. Cala en la gente que no vivió lo que supuso la Transición como modelo de consenso, en aquellos que tienen una situación más precaria de acceso al mercado laboral o a la vivienda, en las capas más desprotegidas de la sociedad que serán las primeras perjudicadas por darle su confianza a individuos que vienen a deconstruir el sistema en su propio beneficio, desde la incapacidad manifiesta y la falta de interés por aportar algo que no sean bulos y odio.
Resulta muy preocupante que, a pesar de que hoy más que nunca hay posibilidades de acceso a la información, hay quien prefiere quedarse con lo primero que lee en sus redes sociales antes que hacer el esfuerzo de plantearse la verosimilitud de unas afirmaciones hechas sin justificación alguna, de lo que cualquier indocumentado ético -lo de Alvise resulta paradigmático ya- difunde.
A esto nos ha conducido un sistema educativo que ha difuminado en las últimas décadas todo lo que suponía la comprensión, esa habilidad para interpretar correctamente un mensaje y sus consecuencias. Y esta semana, por fin, Alberto Núñez Feijóo lo ha dejado claro en su bajada a la arena de los programas en línea, que es donde se mueve el público de nativos digitales; la política no es eso sino que implica tener un proyecto constructivo de país, ha afirmado el líder de la derecha democrática, la que (todavía) mantiene sentido de Estado y, si excluimos a Ayuso y adláteres, aún es capaz de consensuar medidas de utilidad social.
Tiene razón el presidente del PP que, seguramente, estará mirando con inquietud lo que representa Le-Pen y su ‘Agrupación Nacional’, suma de todas las temeridades del ideario radical, reafirmada en no apoyar a Ucrania en el conflicto frente a la Rusia de Putin (constatación de que los extremos se entienden bien), de expulsar a los inmigrantes ilegales de suelo francés sin exponer cómo -porque, aquí, lo de explicar ya no está de moda, se considera innecesario- o con su idea de favorecer a las centrales nucleares en la era de las energías limpias.
La estrategia de desinformación funciona porque los ultras, que eran algo residual desde los años ochenta hasta que llegaron los populismos (léanse Podemos y Vox, a la izquierda del PSOE y a la derecha de los populares), cada vez tienen más partidarios que se creen sus teorías conspiranoicas irracionales o su permanente criminalización de los inmigrantes. Que sean embustes asentados en el progresivo deterioro de imagen y credibilidad de los cada vez más polarizados grupos políticos tradicionales, esos que históricamente han tenido sentido de Estado, da igual. Mientras alguien les compre el discurso a los expertos en adulterar la realidad, Europa y España seguirán bajando enteros en su compromiso con los valores democráticos.