«Vidas provisionales (Gabriela Adameșteanu)» por Alberto Granados
Quienes nos educamos durante el franquismo, no tuvimos muchas oportunidades de conocer la realidad histórica de los totalitarismos comunistas, en parte por la interesada opacidad de estos, en parte porque el régimen franquista no tenía ningún interés en mostrar otros modelos sociopolíticos.
Yo estoy aprendiendo ahora, en los últimos años, lo que algunos libros me han permitido entrever de los llamados paraísos comunistas, entre ellos, Rumanía, hoy día miembro de la Unión Europea, pero tan desconocido como si se tratara de una isla de los mares del sur, pese a la enorme cantidad de migrantes rumanos que vemos cada día.
He terminado en las primeras horas de 2023 una novela que muestra una buena parte de la historia rumana del s. XX, de su convulsa experiencia. Se trata de Vidas provisionales (Gabriela Adameș
La arquitectura comunista del Parlamento rumano (Imagen de que-ver-en-Bucarest)
La novela presenta como telón de fondo este marco histórico, especialmente, los últimos años del régimen de Ceaușescu. Los años juveniles de los dos personajes centrales transcurren en ese momento en el que tan pronto los fascistas estaban en la cumbre, como eran fusilados. Con Ceaușescu, Rumanía es un estado policial en el que la Securitate (la policía política) maneja los dosieres de las actitudes y actividades políticas de muchos ciudadanos, algo que permite controlar la disidencia y reprimirla, de tal modo que el ciudadano vive con la cautela del presente y el temor del pasado. Cualquier tachón en los dosieres de padres, abuelos, suegros o cuñados puede significar la tortura o la muerte, y casi siempre el destierro y la pérdida del empleo y de los beneficios con que se distingue a los esforzados rumanos fieles al Camarada. Ni siquiera los gestores directos de la acción política se atreven a tomar decisiones por si un error o una controversia con la nomenclatura del PCR traen consigo las represalias.
En este contexto, sugerido en cientos de pequeños detalles que la autora va dejando caer, la rigidez del Estado se transmite a las relaciones personales, pues nadie se atreve a opinar libremente, ni siquiera en una relación afectivo-sexual, como es la que mantienen en secreto los dos protagonistas, Letitia y Sorin. Ella, casada, vive con angustia su adulterio y la posibilidad de un embarazo. Él, que ha recibido una educación esmeradísima, intenta no exteriorizar lo que piensa, ni en el trabajo, ni con los amigos, ni siquiera cuando está a solas con ella. Ambos intentan comunicarse, pero la cautela paraliza siempre el exponer al otro sus inquietudes, su manera de ver el mundo, sus deseos ocultos de pasar al otro lado del Telón de Acero.
El régimen de Ceaușescu es, además especialmente puritano con el aborto y con el adulterio e incluso con el divorcio, por lo que ambos creen sentirse siempre vigilados y siempre acallan las confidencias, limitando la relación a una gozosa sexualidad que además tienen que silenciar por los vecinos del apartamento en que se encuentran, en las afueras de Bucarest.
La ocultación es especialmente difícil para Letitia, que debe esquivar el fisgoneo de su marido y de sus compañeros de trabajo, lo que la obliga siempre a mantenerse distante y rehuir la simple mirada a su amante y jefe, con el que trabaja en la redacción de un documento oficial de gran trascendencia para el régimen del Camarada.
Transporte colectivo en Bucarest años 70
Tras la exultación de los cuerpos, llegan las dudas, la desconfianza, las preguntas sin respuesta y la joven se plantea si no debería divorciarse de sus dos hombres. En síntesis, la aniquilación de sentimientos, emociones y deseos individuales en pro de lo colectivo, es decir un universo asfixiante, especialmente para ella, que está peor situada en el tablero de un juego peligroso.
Autora, protagonista y traductora (Marian Ochoa de Eribe) son mujeres y esa sensibilidad femenina está presente en el libro, que ofrece una enorme riqueza de matices. Tengo la impresión de que cuando una mujer pretende hacer una literatura femenina, suponiendo que exista tal cosa, suele naufragar y reproducir un esquema claramente masculino, pero con las costuras deshechas. En este caso, Gabriela Adameșteanu imprime a su relato una visión esclarecedora del mundo femenino, que se respira en la mayor parte de los párrafos. En este meritorio oficio, la secunda la traductora, que ha ofrecido el tono exacto, en mi opinión, de la triste biografía de Letitia Branea. El lector no suele reparar en la tarea del traductor, pero en este caso está muy clara la excelencia de la traducción. Buscaré más libros de la autora, que me ha deslumbrado y ya he visto los libros traducidos por la traductora, que intentaré leer. Creo que sus trabajos bien hechos lo merecen.
Alberto Granados