«ABALOS NO ES UN CHISTE» por Remedios Sánchez
A estas alturas de la historia minuciosamente detallados por los periodistas desplazados a las puertas del Tribunal Supremo, ya ha quedado claro que esto no es una reinterpretación de ‘Pretty woman’
Hay una línea muy fina que separa la picaresca de la corrupción y es sobre la que se
balancean una nutrida colección de personajes que cada vez se parecen más a los que
intervenían en ‘La escopeta nacional’, con su vulgaridad rampante, su caspa en la
chaqueta gris marengo, sus intentos de compadreo con las élites engominadas de toda la
vida, sus novias mantenidas (al margen de la sacrosanta familia), sus subordinados con
dedos ágiles, y su toque chulesco de nuevos ricos en potencia.
Lo que pasa es que hantranscurrido casi cincuenta años y en España pensábamos que el modelo patrio de corrupción implicaba más glamour: paraísos fiscales (o, por lo menos, Andorra, que pilla cerca pero que tiene su toque de oropel), cuentas secretas, espías compinchados con comisionistas y algún representante de la nobleza antañona saliendo del juzgado. Es decir, un formato de miniserie norteamericana; pero aquí, si lo que se está contando en el juzgado del caso Ábalos es verdad, nos hemos quedado a medio camino entre una telenovela turca y ‘El pisito’ de Azcona. Es decir, que aunque se ambiente la acción en un nidito de amor de 2700 euros al mes en el centro del Madrid castizo, todo destila una tristeza de suburbio, una chabacanería adobada con móvil de alta gama, viajes con cargo
al Ministerio de Transportes, una nevera que pita y un sueldo temporal de mileurista para la señorita vinculado, claro está, a la prestación de servicios.
Pero estas alturas de la historia minuciosamente detallados por los periodistas desplazados a las puertas del Tribunal Supremo, ya ha quedado claro que esto no es una reinterpretación de ‘Pretty woman’ versión española; mayormente porque ni José Luis Ábalos es el guapo multimillonario Edward Lewis (para eso no hace falta leerse el guion, es suficiente con ponerse las gafas en caso de ser miope), ni tampoco Jessica, a
pesar de usar peluca y gafas oscuras remedando a una diva caída en desgracia, parece poseer la sutil inteligencia de Vivian Ward para sacarle el máximo beneficio posible al poderoso sesentón de turno que, según ha dicho ella, la mantenía porque era su pareja sentimental.
Ante un argumento de tanto peso esgrimido por una joven veinteañera nos hemos quedado sin palabras. Claro es que, según cuentan las malas lenguas, parece que no estamos ante la única que podría alegarlo en su descargo, porque parece que ejercer de Rodolfo Valentino era la afición más lograda del exministro, amparándose en los privilegios de ser quien era.
Y de esta manera, sin prisa pero sin pausa, se viene desarrollando un sainete chusco donde no se acaba de poner el foco mediático en lo esencial; es decir, el supuesto tráfico de influencias, cohecho, malversación y otras hierbas.
Aquí andamos buscando el chiste a la situación sin darnos cuenta de que debajo subyace una resignación latente, un conformismo normalizador de la corrupción que resulta muy preocupante por lo que implica de normalización social de lo inaceptable, de devaluación de la confianza en las instituciones. En este punto crítico donde se desdibuja interesadamente el límite entre lo correcto y lo inadmisible parece que ha llegado el momento de tomar una postura firme que destierre de los espacios de gestión y gobernanza a todos aquellos que no distinguen entre servicio público y servirse de lo público.
FOTO: Ilustración de Alejandra Svriz